Las voces bajas (Alfaguara) es un homenaje a su hermana María y a la gente corriente, a las voces bajas de la calle. Es el libro en el que más se ha mojado. Su novela anterior, Todo es silencio , pronto estará en cartelera, y no duda de que esa relación promiscua entre cine y novela ha dado resultados excelentes. Autor, entre otras obras, de El lápiz del carpintero (1998) y Los libros arden mal (2006). Ha publicado sus cuentos reunidos bajo el título Lo más extraño .

--Esta es su novela más personal, más íntima. ¿Por qué ahora este libro, en un mundo que, como escribe Juan Cruz, el sentimiento es un objeto envuelto en papel de plata que se arroja a la basura?

--Yo lo escribí cuando tenía que escribirlo. Uno lleva distintas cosas en la cabeza, distintos pájaros en la cabeza. Y el libro está muy sobrevolado por pájaros, por cierto. Pero yo no respondo, por lo menos en lo que es cronológicamente, a una especie de estrategia como escritor. Me ha pasado muchas veces estar trabajando en una novela y meterse un libro de poemas ahí. Me arrastran los poemas. Aquí llega un momento en el que, como la fermentación, aflora y tenía que escribirla. Pero, por otra parte, te vienen ideas después de que el libro existe, que a priori no había reflexionado. ¿Y por qué este libro ahora? Puede haber motivos de fermentación personal. Uno va ya más allá de la mitad de la vida. Ritmos internos y necesidades también, incluso curativas a veces. Pero también tiene que ver con los tiempos que vivimos. Es un libro que tiene que ver mucho con el mundo de Las espigadoras de Millet, gente que está recogiendo lo esencial, digamos. Ahora lo pienso. Viví como un proceso de reciclaje en el libro. La memoria depositada en la playa. Vas por el litoral y todos los días vas a ver qué echó el mar. Aquí un poco lo que hice fue andar espigando, después de tener una sensación como de exceso y de despilfarro del lenguaje, de vivir una época de mucha grasa. Este es un libro de reciclaje, de la memoria en este tiempo, una respuesta de las cosas que uno ha visto. Les da la condición de necesarias en la vida. Porque al final aquí lo más necesario que hay son las historias, los cuentos. Todos somos protagonistas, en cierta forma, de Las mil y una noches . Necesitamos cuentos. Este es un tiempo de lucha contra la maquinaria pesada de la Historia, un periodo en que está muy presente todavía el tiempo totalitario. Pero las voces bajas no solo responden a eso, sino que a veces dicen: "Hala, la Historia, déjala ir". Y se quedan con sus cuentos, con sus zapatos de la infancia.

--También es un libro autobiográfico, que tiene su parte de cántico a la vida pero también su lado doloroso.

--Yo pienso, por ejemplo, en el primer recuerdo que aparece, que es un recuerdo de imágenes, pero también un recuerdo en el que solo hay una frase. El primer recuerdo es el primer miedo y mi madre conjura ese miedo con una frase: "Pero, tontos, teníais miedo a los gigantes y cabezudos. Eran los Reyes Católicos". Esa frase a mí me parece que es una síntesis beckettiana, elaboradísima, cada vez que la pienso. De urdido, de urdimbre, del dolor, del miedo, viene la puntada de la ironía. El libro todo lleva esa urdimbre, pero gracias a esa frase. Esa frase es como un embrión, como una célula madre, como germinal.

--Cuando escribía este libro, tuvo la sensación de ser un niño que descubre la vida y a los otros. ¿Siempre se vuelve a la infancia para reinventar el presente?

--Lo que pasa que, para mí, es vuelta a la infancia en parte. Es como un doble viaje, como un encuentro. Porque, por una parte, lo que se produce, en eso que llamaríamos nuestra cámara oscura, llámalo alma, memoria, esa zona secreta que tenemos, como la caja negra del avión, porque la memoria no está intacta, si no la reactivamos, si no la rescatas, se desvanece, se metamorfosea. ¿Qué pasa? ¿Quién escribe este libro? Un niño que se pone a andar y va despertando los sentimientos y los va descubriendo. Pero también alguien que viene de aquí. Entonces, ese que soy yo ahora, la mirada de este otro que se encuentra con el niño, yo creo que, entre esas miradas, lo que forman es como una tercera persona, que es la que escribe el libro. Incluso, para ser más específico, hay una idea de Lawrence Ferlinghetti, que habla de la cuarta persona, que es el puente entre los pronombres personales singulares y plurales. Sería el yo y el nosotros. Hay una conexión. Y creo que hay alguien que escribe este libro y es quien establece esa conexión, que habla del yo a través de los otros.

--Su madre le aconsejó que buscara un trabajo donde no se mojase. Pero un periodista, que se hace en la calle, se moja con la lluvia, y se mancha con la tinta cuando se compromete. ¿Lo entendería su madre hoy?

--Sí. Bueno, ella vivió periodos así en que me descubrió mojado, incluso enfangado, y creo que se dio cuenta de que estaba haciendo lo que tenía que hacer.

--El olor a tinta, a plomo. ¿No le puede la nostalgia ante todos estos síntomas claros que anuncian la agonía de una profesión centenaria como es el periodismo?

--Efectivamente. Yo no sublimo. No idealizo esos recuerdos. Igual que Proust tenía su magdalena, mi magdalena es ese olor a leche mezclada con plomo y con tinta. No lo idealizo pero también pienso que estamos creando un vacío que se va a llenar de cosas malas.

--Su novela anterior, Todo es silencio , pronto estará en cartelera. ¿Qué sensación tiene cuando otros manosean sus historias para llevarlas a la pantalla?

--Por una parte, me interesa y me gusta mucho el contrabando de géneros y de medios, y sobre todo el proceso de trasmigración que se da. Entonces, es verdad que a veces la relación cine-literatura puede ser empobrecedora, pero también es verdad que, a veces, en general, es muy enriquecedora y que se nutren mutuamente. La literatura también ha sido acunada por el cine.

--Su novela es también la intrahistoria de la gente corriente, de las voces bajas de la calle durante la dictadura. Es, además, un homenaje a su hermana María.

--Sí. Ella es verdad que aparece y desaparece. Es un personaje anfibio en la novela, pero es la que me lleva de la mano y creo que yo sentí al escribirla una extraña obligación, aparte de que uno siente todo tipo de caídas, y se levanta y se cae al escribir. Pero, en el caso de María, sí que me llevó de la mano. Tenía como necesidad de sentir esa mano otra vez.