Tiempos difíciles en todos los ámbitos, tiempos dramáticos para cientos de miles de personas. Algo anda mal, muy mal en este mundo en el que la desesperación de muchos se construye para que aumente la opulencia de algunos, como demuestra Gavras en su última película. La crisis de la sociedad es una frase que queda muy bien pero es demasiado genérica. Se buscan culpables de la situación y, claro está, los políticos son los primeros que reciben el insulto y el descrédito y, seguramente, con mucha razón.

La democracia se basa en la soberanía del pueblo, en la libertad de expresión y en el cumplimiento de la Constitución; cuando estas premisas no se dan el descrédito de la política es inevitable. La editorial Acantilado ha publicado un título que calificaré de apasionante, El conde de Abranhos , subtitulado Apuntes biográficos de Z. Zagalo , obra del soberbio narrador Eça de Queirós. Como toda afirmación lleva implícita una negación, aquella de "Dicen que la distancia es el olvido" no es exacta en algunas o en muchas ocasiones. La distancia sirve, a veces, para conocer mejor la realidad cotidiana. Exactamente eso es lo que ocurrió con el gran José María Eça de Queirós. Muchos le acusaron precisamente de que su lejanía física de Portugal, consecuencia de su desempeño diplomático en Cuba, Inglaterra y Francia lo convertía en un "extranjero" que, además, no conocía la "verdad" de su patria. Críticas interesadas de elementos ultramontanos que no aceptaban las tesis de sus novelas. Me basta citar El crimen del padre Amaro de 1875.

En 1879 el escritor escribe al editor de Oporto Ernesto Chardron y le informa sobre su nuevo libro. Se trata de "la biografía de un individuo imaginario, escrita por un sujeto imaginario. El conde de Abranhos es un estadista, orador, ministro, presidente del Consejo, etcétera, etcétera, que bajo esa grandiosa apariencia resulta ser un bribón, un pedante y un burro". En breves líneas el autor se refiere a su propósito: "además de una crítica de nuestras costumbres políticas, es la expresión de las mezquindades, estupideces, bellaquerías y sandeces que se esconden bajo un hombre a quien todo el país proclama grande".

El autor es el secretario del prohombre, tan necio como él, tan estúpido como él, que dedica su obra a la Condesa viuda de Abranhos. Quince años ha compartido confidencias y ha vivido de primera mano las acciones de un político típico de la época y de todas las épocas. El humor y la sátira son armas admirables para ofrecer una imagen que, por desgracia, nos es demasiado común. Cuando se termina esta novela corta el lector quiere más. Afirmar que la prosa del portugués es admirable es caer en un lugar que por común no deja de ser menos cierto. El control de los tiempos y la naturalidad con la que se narran hechos que sonrojan, el uso de las hipérboles, todo contribuye al rendimiento textual de una manera armónica y equilibrada. El lector llega a repudiar al personaje. Un ejemplo es el comportamiento con su padre, un humilde y honrado sastre.

Anticipo que nos lo pasamos en grande con la prosa de este Zagalo, verdadero felpudo para ser pisado, tipo que tanto abunda, al que de manera coloquial llamamos un "pelota". La novela es una crítica de costumbres. El futuro conde puede estudiar gracias a una tía rica que lo separa de sus padres. El momento más importante de su formación es su etapa universitaria en Coimbra. Pocas veces he visto tanto vitriolo en unas páginas. Zagalo es un reaccionario como su difunto jefe y nos da "doctrina" al mismo tiempo que narra. Pertenecen al partido más conservador, defensor de la iglesia, rechazan cualquier modernización de las mentes y son firmes partidarios del inmovilismo. Al mismo tiempo, Alipio es un hipócrita que deja embarazada una muchacha y la abandona a su suerte. Es designado diputado "cunero" y nunca visitó su distrito. Es taimado, fatuo, pero tiene dos cualidades: su aspecto físico es agradable y posee cierto olfato para estar en el lugar adecuado en el momento oportuno. Se marea en los barcos y es ministro de Marina. Léase.