Historias del Centro

La leyenda del Cristo de los Faroles

La tradición atribuye a la reconocida imagen la salvación de un joven militar

El Cristo de los Faroles

El Cristo de los Faroles / A. J. González

El Cristo de los Faroles es un símbolo indiscutible de la capital cordobesa y una de las imágenes más veneradas de la ciudad. La escultura, cuyo nombre oficial es Cristo de los Desagravios y Misericordia, ocupa un lugar destacado de la plaza de Capuchinos, en lo que en su día fue el claustro del convento del Santo Ángel. La iniciativa de levantar esta escultura fue del fraile de la orden de los capuchinos Fray Diego José de Cádiz, que logró la financiación de los marqueses de Ariza para que el escultor Juan Navarro León esculpiera esta obra barroca, con la que el fraile pretendía transmitir un mensaje de fe y devoción. Navarro León culminó su obra en 1794 y, pronto, los cordobeses rebautizaron la escultura por los ocho faroles que adornan la valla de hierro que rodea al crucificado y que representan la luz divina que guía y protege a aquellos que se acercan al Cristo en busca de consuelo espiritual. La expresión del rostro del Cristo, que refleja el dolor y el sufrimiento del martirio de la crucifixión, las inscripciones del pedestal -el salmo «Miserere» y el verso bíblico en latín, que traducido al español sería «Y la roca era Cristo»- y la luz de los faroles crean un conjunto impactante y de simbología religiosa poderosa, especialmente, en las horas oscuras del día, en las que en la plaza de Capuchinos se crea un ambiente único y sobrecogedor. 

No es de extrañar, por tanto, la devoción que los cordobeses tienen al Cristo y que dicha devoción haya dado lugar a la leyenda del Cristo de los Faroles. La leyenda del Cristo de los Faroles, que se originó a finales del XIX, habla de la figura de un encapuchado que cada media noche accedía a la plaza desde la Cuesta del Bailío, se colocaba frente a la escultura, realizaba su oración con mucho recogimiento y desaparecía por la Calle del Silencio, sin ser visto su rostro. Como es lógico, pronto se desataría la rumorología. 

Había quienes hablaban de un alma en pena pidiendo su redención y quienes lo consideraban un espíritu errante que vagaba por la ciudad. 

Todo quedó aclarado cuando una noche, el misterioso encapuchado se dirigió a la comunidad de los Capuchinos para dar explicaciones sobre aquellas misteriosas visitas al Cristo de los Faroles. 

Ramírez de Arellano

Lo relata, como no, Ramírez de Arellano en sus «Paseos por Córdoba». Cuenta el autor que (se ha respetado la grafía original) «aquel era D. Francisco Carvajal, nacido en esta ciudad y morador en una de las casas de la calle de Sta. Victoria. Dedicado al servicio militar y amigo de todos los jóvenes de su tiempo, entro ellos el Vizconde de Miranda, por su aficion al toreo, no había broma en que no se encontrara, ni noche en que, como los demás, no acometiese alguna arriesgada empresa: una de ellas, la [al] separarse de sus compañeros, sea que lo estuviesen esperando espresamente ó que por casualidad se encontrase en una reyerta de otros alborotadores mancebos, ello es, que hacia la calle del Silencio [Conde de Torres Cabrera] fué acometido de una manera tan brusca que vio en gran peligro su vida; defendióse como valiente; pero retrocediendo llegó hasta el pié de la cruz del Santo Cristo y amparóse en ella, haciendo esto huir á sus perseguidores; en esto comprendió que otro poder mayor que el suyo lo habia salvado de la muerte, y ofreció demostrar su agradecimiento á aquella imagen yendo todas las noches á rezarle un Credo á la misma hora en que recibió tan inmenso beneficio. D. Francisco Carvajal llegó á ser Coronel del provincial de Córdoba, y como tal asistió á la batalla de Ocaña, tan funesta para las armas españolas: tocóle formar en primera línea, y á los pocos momentos una bala de cañon le arrancó una pierna con parte del vientre, cayendo casi moribundo; sus soldados, que en estremo lo querían, formaron una camilla de ramaje y lo condujeron al pueblo mas cercano, muriendo el infeliz apenas llegó».

La leyenda tiene sus versiones. Unas cuentan que el soldado, efectivamente, había sido atacado en la que hoy es la calle Conde de Torres Cabrera, pero no se refugió a los pies del Cristo, sino que, sin saber cómo, apareció allí milagrosamente

En otras versiones, el soldado resultaba herido en la trifulca, pero al llegar a los pies de la cruz no había rastro de las heridas, motivo por el que dio gracias a su salvador y le prometió que iría todas las noches hasta que fue llamado a filas para acudir a la guerra de Cuba. Elijan la versión que más les guste.

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