Historias del Centro

La fuente que no daba agua

El emplazamiento original no fue el más acertado y por ello estaba casi siempre seca

La fuente que no daba agua

La fuente que no daba agua / A. J. González

Abrir el grifo y que corra el agua es un gesto cotidiano al que otorgamos poca importancia (hasta que nos falta el agua, claro está), pero hasta principios del siglo XX, la mayoría de la población tenía que acudir a fuentes públicas para abastecerse de agua potable

Una de estas fuentes de uso público es la llamada La Fonseca que, tal y como consta en la inscripción de su pilar, fue inaugurada en 1808, dando nombre a la pequeña plazuela donde se ubica, en la confluencia de las calles Juan Rufo y Santa Marta. En realidad, no era una fuente nueva, sino que se trató de una reconstrucción de una pileta construida en el siglo XV a unos pocos metros, en la cercana calle Alfaros, entonces llamada de Carnicerías, que más tarde, ya en el siglo XVIII, se traslado a la citada plaza.

Según recoge María Ángeles Ortiz en el blog «Bajo la mirada de Córdoba», fue encargada por el corregidor Francisco de Bobadilla, que no goza precisamente de buena fama, ya que ha sido tildado de incompetente.

La fuente original está vinculada al convento cisterciense de Santa María de las Dueñas -que, por cierto, tiene su propia leyenda con un pozo, San Álvaro de Córdoba y el diablo como protagonistas-, que se extendía desde la Cuesta del Bailío hasta la actual calle Alfonso XIII. El convento contaba con una importante huerta que las monjas regaban con el agua procedente de un venero bastante abundante. Todavía hoy, el agua fluye en una fuente diseñada en 1945 por Víctor Escribano Ucelay y ubicada en la plaza Cardenal Toledo, en donde en su día estaba el huerto del convento, y en la cercana Cuesta del Bailío también encontramos otra fuente donde la cuesta se divide.

Teniendo en cuenta la presencia de un buen caudal de agua, a finales del siglo XV, en 1495, las monjas cedieron el agua que sobraba de su pozo para construir una fuente pública. En realidad, el venero debía ser muy generoso porque «el nivel de la fuente se colocó alto para evitar que rebosase y al tiempo el pilar resultara de más capacidad», señala Marcial Hernández Sánchez en su libro Historias y leyendas de Córdoba. Sin embargo, tal precaución fue innecesaria porque la fuente resultó que apenas daba agua. «Solo en contados años muy lluviosos el agua del manantial podía llegar y subir a la taza y el caño de la fuente, y como estaba siempre seca se le dio en llamar, por mofa, con el nombre que hoy conserva», apunta el autor.

Al parecer, fueron muchos los que aconsejaron a Bobadilla que ubicara la fuente en otro lugar, pero el corregidor hizo oídos sordos a estos consejos y se empeñó en colocar la fuente en la calle Alfaros. Como en aquel punto no tenían las aguas la vertiente necesaria, y era menester un año muy lluvioso para que el manantial dotara de suficiente agua a la Fonseca, que mal que bien dio el apaño durante más de dos siglos, y habiendo necesidad de contar con una fuente pública en la zona, el Ayuntamiento de la ciudad optó por buscar una nueva ubicación para la fontana. Así, en 1760, el Ayuntamiento trasladó la fuente a una cota más baja, en el centro de la plazuela de la calle Juan Rufo, antes de su confluencia con Alfaros, colocándola en un hoyo al que se bajaba por dos o tres gradas y dotándola de un pilar con un marmolillo que tenía dos caños. Con ello, la plazoletilla adquirió el nombre de la fuente, Fonseca, por imposición popular y porque así llevaban dos siglos y medio denominándola.

Como es patente, esa no fue su ubicación última. En 1808, la fuente se movió, adosándola a la pared bajo el bello mirador de la casa señorial de la marquesa de la Mejorada, María Isidra de Guzmán, quien, por cierto, fue a los diecisiete años primera mujer doctora, académica honoraria de la Real Academia Española y catedrática honoraria de Alcalá de Henares. 

La Fonseca adquirió entonces el aspecto que presenta actualmente: Una fuente de pilón rectangular de piedra que recoge el agua de cuatro caños de bronce, sobre el que se desarrolla un frontis curvo con dos pilastras coronadas por pináculos. En el centro posee el escudo de Córdoba y una inscripción. Todo el conjunto aparece rematado por una escultura de San Rafael en piedra franca de Córdoba y dos faroles. La inscripción ratifica que «esta fuente se trasladó de el medio de esta plaza a este sitio el año 1808».

Curiosamente, La mayor parte del agua sobrante va al Huerto del Rincón, antiguamente jardín de la casa del Conde de Arenales.

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