Historias del Centro
La historia del 'Abrazamozas'
Una de las leyendas más siniestras de Córdoba

Calle Valdés Leal. / CÓRDOBA
La calle Valdés Leal -la calleja que transcurre desde la plaza de Emilio Luque a la calle San Felipe- recibió hasta mediados del siglo XIX el ilustrativo nombre de Abrazamozas, un apelativo que tiene su aquel y que esconde una de las leyendas más siniestras de esta hermosa ciudad.
Cuenta el historiador Teodomiro Ramírez de Arellano en Romances histórico-artísticos tradicionales de Córdoba (1902) que «en el siglo diez y seis, según populares crónicas, hubo en Córdoba un mancebo de muy gallarda persona, que toda la noche andaba siempre en jaranas y bromas, sin que hubiese una mujer á quien no cantase trovas, fingiendo luego favores que á manchar iban su honra. Sin un conocido oficio disfrutó su vida toda, manteniéndolo el pillaje y vistiéndose de gorra: rasgueaba la vihuela con una gracia pasmosa, y bailaba el angelito más ligero que una trompa, requebraba á las mujeres con libertad enfadosa, hasta conseguir que el vulgo le llamase Abrazamozas».
Continúa relatando Ramírez de Arellano que el muchacho salía una noche de bailar en una boda cuando al llegar al oratorio de San Felipe, vio a una mujer que corría hacia una calleja angosta. «Agradándole el donaire con que ondulaba su ropa y anhelando ver si hallaba una aventura amorosa, haciendo el refrán que dice tras la caldera, la soga: rogóle que detuviese su paso, y con voces propias del más amoroso Adonis dijo su demanda en forma y sin tocar en las ramas quiso dejarlas sin hojas».
La mujer le pidió que «respetase que era mujer é iba sola y que una horrible desgracia le hizo salir á tal hora. ¡Desgracia! pues gran consuelo podrá daros mi persona, porque sé bien, que esa es una obra de misericordia, y no he de dejaros ir, sin que el fuego de mi boca estampe un ósculo en esas mejillas como dos rosas». En este punto el autor reproduce la conversación entre ambos personajes, en la que el adulador asegura a la mujer que «aunque el mismo diablo fuerais, hoy, sois para mí una diosa». Ella le dijo que le dará un abrazo si le da su palabra de que no lo contará y la dejará ir sola y el mozo accedió. «En brazos de ella se arroja, quitándole el rebocillo que verle el rostro le estorba, cuando una risa sarcástica aturdió la calle toda. Era Lucifer, que al punto que entre sus brazos lo toma, perdiendo de la mujer la figura candorosa, con unos cuernos muy largos y cinco varas de cola, estrechaba al libertino con fuerza tan espantosa, que le hubiese dado muerte si el nombre de Dios no invoca». La experiencia fue tal, que el joven de vida licenciosa se desmayó y cuando recobró la conciencia al amanecer corrió a San Francisco, en donde contó su historia y «tomó el hábito de lego con devoción asombrosa», refiere Ramírez de Arellano, que culmina su relato diciendo que «divulgóse lo ocurrido y aunque muchos de él se mofan, no faltó quien diese crédito á esta aventura pasmosa. Desde entonces todo el pueblo la conserva en su memoria, llamándole á aquella calle Calleja de Abrazamozas».
Lo cierto es que esta no es una historia única de Córdoba, sino que es una de las muchas que retratan el abuso al que eran sometidas las mujeres, con moralina incluida.