No me negarán que las leyendas son inventos maravillosos, historias imaginativas repletas de magia y misterio que hacen las delicias de grandes y pequeños y que animan a soñar con mundos de fantasía de lo más entretenido. Pero creo que tampoco me negarán lo sorprendente que resulta que muchos de esos relatos hayan sido capaces de sobrevivir al paso del tiempo, sin despeinarse y con lozanía, a pesar de narrar hechos absolutamente inverosímiles disfrazados de realidad. Vamos, el sueño de cualquier político tras pronunciar una promesa insólita en plena campaña electoral. Y sé de lo que hablo. 

Si hay una leyenda archiconocida en Córdoba es la que hace mención a la desaparición de doña Blanca, una joven dulce, tierna y encantadora que, supuestamente, residía en la casa de los Villalones, una de las principales de la ciudad, conocida como Palacio de Orive, hoy sede de la Delegación de Cultura del Ayuntamiento. Su historia ha llegado a nuestros días gracias, en parte, al escritor Teodomiro Rámirez de Arellano, quien la recoge en uno de sus conocidos Paseos por Córdoba: o sean apuntes para su historia, aunque reconoce que es fruto de la imaginación. Ramírez de Arellano comienza el relato diciendo que sobre la puerta de la casa «hay un medallón y en su centro un busto de mujer con los brazos abiertos, a la que el vulgo tiene inventada una tradición conocida por la del Corregidor de la Casaca blanca, porque dicen la usaba D. Carlos Ucel y Guimbarda, á quien se la han aplicado. El autor de este cuento debió ser hombre de inventiva (...). Sobre ella escribimos una leyenda, si bien equivocando la casa, porque así aparecía en los apuntes que nos suministraron». La historia, ya la conocen: don Carlos Ucel y Gimbarda, corregidor, queda viudo y con una hermosa hija, Blanca. Una noche, a altas horas, se presentan «unos hebreos que iban a quejarse al corregidor de que no les querían dar posada en ninguna de las de Córdoba, y pedían, o una orden para ello o que se les dejase pasar hasta el día, aún cuando fuera en el portal de su casa». Se quedaron en el zaguán y Blanca, intrigada por la extraña apariencia de estas personas, les espió por la cerradura. Allí vio como, tras encender unas velas y hacer un ritual, se abría bajo sus pies una escalera de la que salía un joven guapo cargado de tesoros para los recién llegados y a quienes suplicó que le liberaran, cosa que no hicieron los malvados. A la mañana siguiente los judíos dejaron la casa y Blanca, junto a su dueña anciana, repitió la ceremonia con los restos de cera que quedaban en el portal. Así apareció la escalera y ambas bajaron, pero tras recorrer varias galerías y no encontrar nada intentaron volver. Solo lo logró la anciana. Blanca nunca pudo regresar porque el suelo se cerró para siempre sobre su cabeza. Y su padre vivió solo y triste. 

Para el profesor de Historia e investigador y colaborador de la Universidad de Córdoba Gonzalo Herreros esta leyenda «no hay por dónde cogerla», porque, además de la parte fantasiosa, presenta varias inconsistencias. Herreros señala que, efectivamente, existió un Carlos Ucel y Gimbarda (OUssel y Gymbarda, de origen francés), que casó con doña Isabel Díaz de Morales, viuda de un regidor. Ucel y Gimbarda heredó el cargo de regidor (algo así como un concejal) del primer marido de su mujer, pero nunca fue corregidor, cargo que nombraba la corona. Además, el matrimonio no tuvo descendencia y jamás vivieron en la casa de los Villalones, sino en la casa señorial de la calle Muñices, en la que hoy está el colegio público San Lorenzo. 

Mientras Gonzalo Herreros revela que en la Casa de los Villalones vivió, desde el siglo XVI, la familia de comerciantes Villalón. A mitad del siglo XVII una descendiente, Beatriz, se casó con el noble Fernando de Orive y la casa, ahora ya Orive-Villalón, permaneció en manos de esta familia hasta el primer tercio del siglo XIX. Y no hubo de por medio ninguna hija Blanca. A ello hay que sumarle el hecho de que si los judíos fueron expulsados definitivamente por los Reyes Católicos en el siglo XV, ¿cómo es posible que pidieran posada varios siglos después? Supongamos ahora que la historia es anterior a la expulsión de los judíos. Tampoco se sostiene: el Palacio de Orive, obra del genial arquitecto Hernán Ruiz II, se construyó en el siglo XVI. Así que, nada por aquí, nada por allá. Doña Blanca no existió ni murió sepultada bajo el zaguán, los judíos no fueron los causantes de tamaña desgracia y el alma de la joven no vaga, de noche, entre las galerías de este hermoso palacio.