El 13 de abril de 1873, día de Pascua de Resurrección, abría sus puertas el Gran Teatro de Córdoba, una obra descomunal cuyos pormenores conocía la ciudad al dedillo. Eran muchos los curiosos que allí se arremolinaban, día tras día, para ver la evolución del edificio y también muchas las crónicas que publicaban los diarios para que la ciudadanía no perdiera detalle alguno. 

El 22 de enero de ese mismo año las páginas del Diario de Córdoba calificaban el proyecto de «obra maestra» y anunciaba que, «de un día a otro, se colocará el cielo raso del nuevo teatro de la calle del Gran Capitán que nos aseguran las personas entendidas es una obra maestra; también se están colocando los antepechos de los palcos, que son de hierro lindísimos, y muy pronto este magnífico templo del arte abrirá sus puertas al público de Córdoba, deseoso de poder disfrutar de la belleza y comodidades con que brinda este notable edificio». El mismo periódico insistía tres días más tarde: «Puede asegurarse que el magnífico teatro que se construye en la calle del Gran Capitán va a ser sin duda uno de los mejores de España. Mucho hemos tardado, pero al fin tendremos lo que años hace necesitábamos».

¿Pero quiénes fueron los artífices del Gran Teatro? Principalmente, dos hombres de reconocido prestigio en la Córdoba de finales del XIX: el banquero y promotor Pedro López, propietario del suelo sobre el que se edificó el coliseo, y el arquitecto municipal Amadeo Rodríguez. El primero era riojano; el segundo, salmantino. Amadeo Rodríguez se rodeó de importantes artistas del momento para ejecutar su proyecto, entre ellos Mateo Inurria y Francisco Gonzalez Candelbac, un pintor y escenógrafo que dejaría su impronta en numerosos edificios de la geografía española. 

La apertura del Gran Teatro fue muy celebrada, pero no solo en la ciudad, también en otros lugares como en Madrid, donde la noticia se dejó sentir. El Boletín Oficial del Gran Oriente de España -la «primera publicación periódica masónica española, que nace al calor de la libertad de expresión promulgada por la revolución septembrina y tras ser proclamado, en 1870, Manuel Ruiz Zorrilla, presidente del Congreso de los Diputados, gran maestre y gran comendador del Gran Oriente de España», según la Biblioteca Nacional de España- publicaba en su sección de noticias del 1 de mayo de 1873 la siguiente nota: «Se ha inaugurado en Córdoba el nuevo Gran Teatro, cuya construcción se debe al arquitecto A. R., nuestro muy querido h.- (hermano) siendo el pintor escenógrafo el h. (hermano) Dante, de la Lóg/. (logia) Lux in Excelsis de Granada. Ambos han sido llamados al palco escénico y aplaudidos frenéticamente. Mandamos á nuestros hh. (hermanos) la enhorabuena por sus triunfos artísticos». Y seguía: «Nuestro querido amigo y h. (hermano) el Ven. (venerable), de la Ló? (logia) Estrella Flamígera al Or. (orden) de Córdoba, Pitígoras (E. de la C), nos ruega invitemos á todos nuestros hh. (hermanos) de los demás Wall. (valles), que deban pasar y detenerse en aquel, á visitar el cuadro cuyos trabajos dirige, y el cual trabaja por ahora los domingos á las 8 de la noche en su Temp. (templo), calle de la Paciencia, número 9». La publicación, obviamente, hace referencia a Amadeo Rodríguez y a Francisco González Candelbac, una figura destacada de la masonería y un hombre culto volcado en el arte y en la educación. Como ejemplo, González Candelbanc figura como uno de los accionistas de la Institución Libre de Enseñanza y fue distinguido, según recoge la Gaceta de Madrid, como caballero de la Orden de Carlos III, en mayo de 1880, un título concedido por el rey Alfonso XII. También menciona un taller de la calle Paciencia, concretamente uno ubicado en el número 9. En aquellos años, según los callejeros de la ciudad de José María de Montis (1851) y Dionisio Casañal (1881), la calle Paciencia estaba situada en la trasera del Gran Teatro, una vía que con el tiempo cambió su nombre y que pasó a denominarse José Zorrilla, tal cual hoy la conocemos. 

La masonería, en aquella época, vivió un momento de esplendor. El profesor Pedro F. Álvarez Lázaro explica en su artículo «Pluralismo masónico en España» que, «amparada en las libertades proclamadas por al Revolución del 68, la masonería española, que ya existía aunque muy solapadamente antes del pronunciamiento de Serrano, experimentó una aparente explosión numérica y una consecuente reorganización. (...) Con la llegada de Alfonso XII no solo no se truncaron las expectativas de los masones españoles, sino que, por el contrario, el proceso de crecimiento siguió en aumento alcanzando un notable desarrollo en la década de los ochenta y primeros años de las de los noventa del pasado siglo». De hecho, el 20 de abril se constituía en Córdoba la Gran Logia Regional de Andalucía, en una ciudad que había tenido varias logias locales, entre ellas la ya mencionada Estrella Flamígera o la Patricia. Por ellas pasaron personajes ilustres del momento, pensadores, eruditos y hombres de ciencia que hicieron gala de principios masónicos como el de trabajar por el bien general de la humanidad y por defender la «fraternidad, la igualdad y la libertad», los grandes ideales de la masonería, que décadas después serían duramente perseguidos.