Testimonio
Una madre pide auxilio: "Mi hijo y yo hemos pensado muchas veces en el suicidio"
Juana Repiso, vecina de Iznájar, pide plaza en un centro especializado para su hijo adoptivo, un joven con graves trastornos de conducta

La salud mental, un problema cada vez más frecuente entre los jóvenes. / CÓRDOBA
Juana Repiso (Iznájar, 1971) no recuerda la última vez que tuvo un día bueno. Hace años que ella y su hijo viven una pesadilla que ha sumido a esta madre en una situación desesperada ante la que solo le cabe ya clamar auxilio. Todo empezó en 2004, cuando ella, madre soltera, adoptó a una niña de 22 meses en Ucrania. «Yo solo quería una niña», recuerda, «pedí que fuera un bebé sano porque estoy sola, tengo un trabajo que no da para mucho (ayuda a domicilio) y tampoco tenía muchas posibilidades de conciliar».
Le entregaron a una pequeña que antes habían devuelto unos americanos, hija de una mujer drogadicta y prostituta de padre desconocido, según rezaba en los papeles. Según le dijeron, era una niña normal y ella la trajo a España. «De chiquita, era muy nerviosa, se daba golpes en la cabeza y no se podía acercar a los hombres, pero pensé que cambiaría poco a poco», recuerda. Ella no había oído hablar del síndrome de alcohólico fetal (SAF), un conjunto de trastornos irreversibles que afectan física y mentalmente a los bebés cuyas madres consumen alcohol durante la gestación. La infancia de su hija, sin diagnosticar, fue una locura en la que no se le administró ningún tratamiento o terapia para mejorar su situación, que fue cada vez a más. A los 14 años, su madre se plantó ante los médicos y dijo que a su hija le pasaba algo. «Me fui a un psicólogo de Barcelona, donde tratan a muchos niños adoptados y allí me confirmaron que el síndrome había derivado a un trastorno límite de personalidad con TDH y graves problemas de conducta». Poco después, su hija empezó a decir que era un niño y un juez (en ese momento, se necesitaba la autorización judicial) pensó que el origen del problema podría ser ese y dio luz verde a la transición de género.

Juana Repiso, vecina de Iznájar, lanza su grito de auxilio. / CÓRDOBA
Según relata Juana, incapaz de dominarla, la internó en un colegio a Salamanca y acabó en un centro de menores infractores donde estuvo un año. «Fue allí donde empezó a consumir drogas y desde entonces no ha parado», señala. Los intentos por desintoxicarla se fueron sucediendo y aunque según Juana, en muchos de ellos se ha encontrado con personas maravillosas, «eso solo funciona si uno tiene la voluntad de dejarlo» pero su hijo «siempre se escapa y vuelve a consumir». El problema de fondo, según explica su madre, es que los centros en los que ingresa no son especialistas en patología dual, sino en enfermedad mental o en adicciones mientras que su hijo tiene ambas cosas.
Al límite
En los primeros, no quieren a personas que consuman y en los segundos, el protocolo marca que no se les pueda forzar a hacer nada en contra de su deseo, por lo que aguanta en ellos lo que resiste su voluntad. «Cuando he pedido que lo lleven a un centro cerrado, me dicen que no pueden porque no ha agredido a nadie, y es verdad, no ha agredido a otros, pero a sí mismo sí». Entre lágrimas, Juana asegura que «mi hijo y yo hemos pensado muchas veces en el suicidio, a veces, me veo tan cansada de luchar que pienso en estrellarme en el coche con él y acabar con esto», afirma. Cuando piensa en su hijo, se para y después asegura que «él no es feliz, me dice que a él no le quiere ni Dios ni el demonio, yo solo sé que no podemos vivir así y que la única solución sería que lo ingresaran en un centro especializado».
Los intentos de hormonación «fueron como bombas que lo revolvieron por completo», empeorando en muchos casos su ya deteriorada estabilidad mental, que lo ha llevado en repetidas ocasiones a autolesionarse y a intentar acabar con su vida.
Juana Repiso dejó los estudios en Primaria. Lleva toda la vida trabajando, pero en su deseo angustioso por ayudar a su hijo, estudió la carrera de Psicología. «Tuve que hacer la ESO, el Bachillerato, la carrera y el máster, lo hice todo y es posible que pueda ayudar a otras personas, pero a mi hijo no», confiesa impotente.
En este momento, su hijo se encuentra ingresado en un centro de Pozoblanco donde hace dos días se escapó. «Entró en febrero y estuvo muy bien hasta agosto, desde entonces se escapa un día sí y otro no, llaman a la Guardia Civil y aparece en los sitios más horribles», cuenta angustiada, «ellos mismos han echado papeles para su traslado, pero la Consejería no da su autorización, dicen que están muy demandados y que hay pocas plazas y yo no sé qué más puedo hacer».
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