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Joaquín Berral, guarnicionero de Córdoba: "La artesanía se está perdiendo en todos los aspectos"
De niño, este artesano se imaginaba montando a Furia, el caballo, en el taller de su abuelo, que relanzó al volver de la mili para convertirlo en un referente de la guarnicionería

Ramón Azañón

Cuando era niño, Joaquín subía a las monturas rotas que reparaba su abuelo y se imaginaba cabalgando a lomos de Furia, el caballo negro que daba nombre a la mítica serie americana. Tenía seis o siete años y no comprendería hasta décadas después que aquel juego era la semilla de una pasión que estaba germinando en él. Más tarde, cuando ya se manejaba con las manos, hacía pulseras y llaveros que vendía con su amigo Pepe el Comercializador. Era su primer contacto con el trabajo de taller.
-Pepe, este fin de semana no tenemos un duro.
-Haz 20 pulseritas.
"A 20 duros, juntábamos 2.000 pesetas. Ya teníamos para la fiesta", recuerda.
Los años en el taller le dieron un oficio y, cuando llegó la edad de hacer el servicio militar, pudo responder, ante las preguntas del oficial, que era guarnicionero. Lo mandaron a la cocina a preparar guarniciones. ¿Cómo explicarle a aquel hombre uniformado que todo lo que él sabía preparar se hacía irremediablemente con cuero? Para suerte suya y de quienes debían alimentarse durante aquel año de 1984, acabó finalmente fabricando aquello que había visto hacer a su abuelo y a su padre para los sementales del Ejército en Zaragoza.
Más de un siglo de historia
Mientras tanto, en Montilla, el negocio familiar se centraba en conseguir sustento. "Había que comer" y su abuelo se había centrado, desde la década de 1960, en la cinegética: realizaba fundas para escopetas, cananas... lo que en aquel tiempo tenía más tirón. Su padre, por otro lado, ejercía de tapicero. Y, más tarde, tomaría la decisión de abandonar la artesanía.

El arte de la guarnicionería / Ramón Azañón
Pero Joaquín sentía en su interior que aquel oficio alrededor del que su abuelo había levantado la empresa familiar en 1920 seguía latente, cabalgando en su cabeza. Al volver a casa de la mili, impulsado por su afición al mundo del caballo y el saber dejado en herencia por su abuelo, relanzó el negocio volviendo a sus orígenes, a la elaboración de guarniciones.
Me da lástima que muchos chavales desperdicien cinco años de su vida en estudiar una carrera para no poder ejercer y, sin embargo, hay oficios artesanales a los que no les meten mano
Un nombre reconocido
Desde entonces, el taller de Joaquín Berral es reconocido en ese mundillo. Joaquín le ha trabajado, entre otros, al campeón de España de enganches Juan Robles. Hoy en día, fabrican guarniciones deportivas y para exhibiciones, así como vestimenta para jinetes, manteniendo viva una tradición que no legará. "A mi hijo mayor le gusta, pero esto es muy sacrificado", señala, a la vez que apunta: "La artesanía se está perdiendo en todos los aspectos. Y la guarnicionaría es uno más de ellos".

Joaquín Berral cose una pieza. / Ramón Azañón
Antiguamente, el taller se dividía en varias ramas. Estaban los talabarteros, que producían los arreos y las guarniciones para carros que transportaban, en otros tiempos, vino, agua... Los albardoneros se encargaban de los útiles del campo y los guarnicioneros hacían los trabajos más finos. Entre estos, estaban los silleros, que se dedicaban exclusivamente a las monturas y los que realizaban el resto de adornos para coches de caballo. Claro que, en aquellos años, "era uno de los talleres que en ningún pueblo faltaba". En la primera mitad del siglo pasado, el caballo no solo era un símbolo de estatus, sino que era utilizado para el trabajo y para el transporte. Cuando fue relevado por las máquinas, el negocio cayó.
Un oficio sin aprendices
Ahora, la afición, que ha crecido en las últimas décadas, mantiene a la familiar Berral ocupada. Joaquín habla, pero avisa: "No voy a parar las manos". De fondo, suena la máquina de coser. Su mujer y sus hijos le echan una mano porque entre abril y mayo comienza la temporada fuerte para el guarnicionero. Y no concluye hasta agosto, concatenando ferias y fiestas de toda Andalucía.

Joaquín con una montura antigua en su taller. / Ramón Azañón
"Afortunada o desgraciadamente, tenemos una cosa que es buenísima y malísima: el teléfono móvil. Antes tenías que bajar a la casa del artesano, encargar el trabajo... Ahora te metes con el móvil y en dos minutos has encontrado en cualquier parte del mundo la pieza que necesitas", explica. Internet es uno de los retos a los que se enfrenta el artesano. Joaquín recuerda que su abuelo decía que "en este oficio lo que valían eran los materiales". Actualmente, él piensa que "lo que tiene valor es la mano de obra" porque el material lo tienes aquí en un clic "de un día para otro".
Joaquín detecta otros dos problemas: la carencia de aprendices y la poca valoración. "Me da lástima que muchos chavales desperdicien cinco años de su vida en estudiar una carrera para no poder ejercer y, sin embargo, hay oficios artesanales a los que no les meten mano. Algún día nos daremos cuenta del valor que tiene la artesanía", comenta. En sus ratos libres, a través de la Asociación Artesana Solano Salido, Joaquín divulga el conocimiento que le transmitió su abuelo: "Queremos que la gente aprenda para que valore el trabajo, para que cuando le digas que esta montura vale tanto, no diga: ¡Es un disparate!".
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