Reportaje
La Torre del tiempo de Aguilar
Una exposición cierra los actos conmemorativos del 250 aniversario de la Torre del Reloj de Aguilar de la Frontera. En ella se rinde homenaje a los relojeros que han mantenido el tictac del reloj durante estos años

La Torre del Reloj de Aguilar de la Frontera. / ANDALUCIA.ORG

La Torre ha marcado 250 años el tiempo de los aguilarenses, un emblema histórico de la localidad. Por ese motivo, se ha recordado la historia, la arquitectura y la memoria colectiva en torno a la Torre del Reloj. Una atalaya que es símbolo de identidad y testigo del paso del tiempo aguilarense. Por ese motivo, se han celebrado conciertos, jornadas divulgativas, visitas guiadas y jornadas de puertas abiertas desde todas las áreas del Ayuntamiento en conmemoración de su efeméride.
La Torre es un elemento que ha servido de inspiración para el día a día aguilarense, como se muestra en la cartelería, revistas, etcétera, así como para los más variados artistas y poetas.
En esta ocasión, el aniversario se cierra con una exposición, donde se homenajea a Juan Vicente Gutiérrez de Salamanca, así como a los relojeros que han mantenido el tictac del reloj durante estos años, que son los siguientes: Pablo Lucena Varo, Francisco Luque Hurtado, Juan Castro Cosano, José Pavón Cabezas, Joaquín Romero García, José María Jiménez Cabezas y el actual relojero, Francisco Tenllano Valle.

Francisco Rafael Tenllado Valle es el actual relojero.
Cuatro salas expositivas
La exposición cuenta con cuatro salas. La primera se centra en los Gutiérrez de Salamanca, espíritus inquietos que, iluminados por la luz de la Ilustración, marcaron el rumbo no solo del Aguilar del siglo XVIII, sino de otros muchos rincones y ámbitos de la España del momento. Con sus variados trabajos, Manuel y Juan Vicente legaron a los aguilarenses un rico patrimonio que hoy, tras más de doscientos cincuenta años, contribuye a profundizar en el sentimiento identitario, a realzar el acervo local y a señalar los retos del porvenir de esta localidad de la Campiña Sur cordobesa.
La segunda sala de la muestra, llamada La Torre del Reloj, muestra pieza a pieza cómo se fue trenzando el quieto armazón que, robando el protagonismo al resto del paisaje urbano, capturó miradas.
La tercera estancia de la exposición es El latido del Tiempo, donde se homenajea a todas las manos expertas, ahora olvidadas por el paso del tiempo, que han trazado junto a la atenta vigilancia del vecindario la memoria sonora de unas campanadas que, en su diario tañer, acompañan cientos de historias cotidianas.
Y la última sala, Un espacio único, donde desde la Torre del Reloj oteamos el recinto ochavado que también ideó la mente comprometida de Juan Vicente de Gutiérrez de Salamanca. Uno de los ejes artísticos y sentimentales de la vieja Ipagro.
Historia
La edad dorada de los grandes relojes mecánicos arranca en las últimas décadas del siglo siglo XV y se prolonga hasta el siglo XVI. Es una época donde las ciudades y núcleos urbanos rivalizan por la colocación de mejores relojes en torres más robustas y altas posibles. Con la llegada del XVII y XVIII se experimentan importantes progresos tecnológicos en el mundo de la relojería.
En el caso de Aguilar se tiene constancia documental de la existencia de un reloj público desde mediados del siglo XVI, pero no fue hasta el último tercio del siglo XVIII cuando se levantó la singular y bella torre destinada a acoger el reloj.
Los documentos conservados en los archivos históricos acreditan que el primer reloj público se hallaba en la parroquia de Santa María del Soterraño, incluso contaba con un relojero el cual cobraba mil maravedís al año, según el libro de Cuentas de Fábrica. Desde entonces aparecen registrados los gastos que ocasionaba su uso y conservación. Fue el presumible estado de deterioro que presentaba el reloj parroquial a principios del siglo XVIII lo que alentó a los ediles a proyectar la realización de uno nuevo.
Varios fueron los intentos por integrar dentro de lo que era la trama urbana este sitio, que daba a las partes traseras de las casas principales, que tenían sus puertas en las calles Moralejo, Carrera, Mercaderes, etcétera. Por diversas causas, el poblamiento de Aguilar se va extendiendo por ese entorno y el Cerro de la Silera estaba totalmente vacío y era donde antiguamente estaba el Rollo de Ajusticiamiento. Ese nombre se borró con el paso del tiempo y se le cambió por el Cerrillo de la Cruz hasta que en el siglo XVII pasó a llamarse Cerro de la Silera, lugar donde guardaban el grano.
El «regocijo de las horas»
En ese solar se levanta la ermita de Santa Catalina, y en ese mismo lugar se construye la Iglesia de los Desamparados. En ese proceso expansivo de la población el reloj se encontraba en un extremo del pueblo y el campanario del Soterraño no era suficiente para que los habitantes pudieran disfrutar del «regocijo de las horas». Hay grandes recursos económicos en la época y provocan el hecho de que se decida construir un reloj nuevo. Los ediles preveían situarlo en la iglesia de los Desamparados, en el Cerro de la Silera, pero no llegó a materializarse por razones desconocidas y, finalmente, la torre se construyó en el Cerro de la Silera, exenta, en el lugar más elevado de Aguilar, por donde había ido creciendo el pueblo.
En 1770 el Ayuntamiento de Aguilar se planteó la necesidad de levantar una nueva torre en el Cerro de la Silera para proporcionar las horas a la villa. Con la aprobación de Carlos III para su realización, la obra se vendría a concluir hacia 1774, aproximadamente. Atribuida al ilustrado aguilarense Juan Vicente Gutiérrez de Salamanca, es uno de los monumentos más emblemáticos de la ciudad.
De unos treinta y dos metros, se compone de una consistente base en sillares de cantería, tres cuerpos de ladrillo agramilado bien proporcionados y decrecientes, cúpula con linterna y veleta de hierro forjado.
La elegante delineación responde a una estética barroca con elementos clásicos (superposición de órdenes clásicos en pilastras y columnas adosadas). Posee dos campanas de bronce realizadas hacia 1879 y una maquinaria de relojería de la centuria decimonónica.
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