Inmigración e integración
La provincia de Córdoba supera los 28.000 extranjeros censados, el 3,67% del total
Cuatro inmigrantes plenamente integrados en la sociedad cordobesa que los acoge relatan sus experiencias vitales n Hoy viven y trabajan en Cabra, Puente Genil, Pozoblanco y Montilla

Malika, Rocío, Tigran y Daniela. / JOSÉ MORENO / JOSÉ ANTONIO AGUILAR / VIRGINIA REQUENA / RAFA SÁNCHEZ
El número de habitantes censados en la provincia no para de descender, mientras que el de los residentes de otras nacionalidades no para de aumentar. En parte, la inmigración compensa las bajas tasas de natalidad de los nacionales, aunque no lo hace en la misma medida que en otras provincias con mayor peso de extranjeros.
De acuerdo con los datos del Instituto de Estadística y Cartografía de Andalucía de 2024, en la provincia hay censados 774.313 habitantes, cuando en 2021 eran 777.762. Por el contrario, la población extranjera alcanzó el último año un total de 28.190 personas, frente a los 22.398 que había en 2021. En términos relativos, la población extranjera supone un 3,64% del total de la provincia, mientras que hace cuatro años era del 2,87%.
La mayoría de estos inmigrantes que aparecen en los registros están integrados en la sociedad que los acoge. Es el caso, por ejemplo, de Malika Miguou Ben Ahmed, una mujer marroquí nacida en Tetuán hace 53 años que llegó a Cabra hace 23 junto a su esposo y tres hijas pequeñas.
Malika en Cabra
Llegó a Cabra buscando garantizar un futuro más tranquilo a sus hijas, que hoy cuentan con 30, 27 y 23 años de edad y llevan una vida totalmente normalizada e integrada, una de ellas en el extranjero. Malika asegura que al principio le costó acostumbrarse a la vida de un país distinto al suyo, pero con esfuerzo lo logró. Aprendió el español, recuerda, en clases para adultos y haciendo las compras en tiendas de barrio, «ya que si tenía que preguntar alguna duda por la dificultad idiomática, los dependientes me dedicaban más tiempo». Malika cuenta que ha salido adelante en todo momento y sin sentirse en ningún momento discriminada. Trabaja ahora en tareas domésticas con algunas familias y antes en una empresa de limpieza. Hace diez años, junto con toda su familia —aunque su marido murió hace siete años a causa de un accidente de tráfico—, obtuvo la nacionalidad española en un ejemplo de integración completa.
Tigran en Puente Genil
Hace 25 años, Tigran Abrambekov llegó a Puente Genil desde el Cáucaso ruso acompañado por su esposa en busca de mejores oportunidades. Hoy se siente plenamente integrado en la comunidad y considera este municipio su hogar. Desde 2002 trabaja como oficial de mantenimiento en la empresa municipal Egemasa; junto a su esposa gestiona un pequeño negocio de patatas asadas.
Con el tiempo, la familia de Tigran también emigró a España: primero su madre y luego su hermana. Sus tres hijos, nacidos en España, tienen nacionalidad española, y tanto él como su esposa y el resto de su familia renunciaron a la nacionalidad rusa, obteniendo la española cinco años después de su llegada. «La gente aquí es muy abierta y siempre me ha ayudado en todos los aspectos, en el trabajo, en la calle, por todas partes. Nunca he sentido ningún tipo de racismo», afirma con gratitud.
La integración de su familia es total, tanto en la cultura como en las tradiciones locales. Su esposa es musulmana, él cristiano, pero sus hijos profesan la religión católica y han sido bautizados y han hecho la Primera Comunión en Puente Genil. «Mi hijo incluso forma parte de un grupo de Semana Santa, como cualquier otro joven de aquí», comenta con orgullo.
Daniela en Pozoblanco
Daniela Oprea emprendió hace más de veinte años un camino que fue de ida. De su Rumanía natal llegó hasta Madrid y de ahí, directamente, hasta Los Pedroches. Un viaje de dos días en autobús, con un niño de tres años. «Era joven, no me lo pensé, ahora igual no lo haría, pero fue bien», explica en la confitería-cafetería que hoy regenta.
El primer año vivió en un cortijo, a unos diez kilómetros de El Viso. No fue fácil porque «no teníamos coche, salíamos una o dos veces al mes para ir a comprar», a lo que hubo que añadir el hándicap del idioma. Cuenta que lo aprendió sola y que «todavía conservo las libretas» donde anotaba las palabras que veía cuando iba a hacer la compra.
El traslado a Pozoblanco no tardó en llegar y lo que en principio «creíamos que iban a ser un par de años» se han convertido en más de dos décadas. Su trabajo ha estado siempre relacionado con la hostelería hasta montar su propia empresa, una cafetería en plena calle Mayor, algo que «ni de lejos pensé porque creía venir para menos tiempo». Suele viajar a Rumanía cada dos años, donde tiene a parte de su familia, porque la otra está en el pueblo al que llegó sin saber que iba a ser destino final.
Rocío en Montilla
Rocío Villegas Molina llegó a Montilla en la Semana Santa de 2003 procedente de Guayaquil, una de las ciudades más turísticas y desarrolladas de Ecuador. Profesora de Física y Matemáticas en un instituto de Milagro, decidió probar suerte en España animada por su hermano. «Llegué acá con 39 años y, desde un primer momento, me llamó la atención la formalidad de las personas y el buen trato que me dispensaron», recuerda.
Desde su llegada a Montilla, Rocío Villegas no ha dejado de trabajar como cuidadora de personas mayores y, por este motivo, no ha dejado de formarse. Su carácter afable y servicial, su profesionalidad y el cariño que profesa a las personas que tiene a su cargo le han granjeado el respeto y el amor de las familias. Pese a estar completamente integrada en Montilla -obtuvo la nacionalidad española en 2005- reconoce echar de menos a su familia.
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