Reportaje

Un egabrense, de los últimos gobernadores de las Marianas

La preocupación constante que mantuvo el ingeniero, abogado, cartógrafo y militar Felipe de la Corte por que los habitantes de las islas tuviesen una mejor calidad de vida no evitó la pérdida de uno de los últimos territorios españoles en el Pacífico

La Plaza de España fue la sede del palacio del gobernador durante la época española.

La Plaza de España fue la sede del palacio del gobernador durante la época española. / CÓRDOBA

José Moreno

José Moreno

Una real orden de Alfonso XII dispuso en 1876 que una comisión se trasladara al Ministerio de Ultramar manifestando el deseo del rey de secundar todo lo expresado en la Memoria Descriptiva e Historia de las Islas Marianas. El objetivo era garantizar la prosperidad de este archipiélago que se encontraba en posesión de la Corona española desde que en 1565 las tomara Miguel López de Legazpi. Pero ya era demasiado tarde para evitar la pérdida de este territorio unos años después, en 1899. España las vendió al imperio alemán junto a las Carolinas y las Palaos por 25 millones de pesetas, después de perder un año antes, a raíz de la guerra hispano-estadounidense, por el tratado de París, las Filipinas, Guam, Cuba y Puerto Rico.

La memoria sobre estas islas, llamadas así por los jesuitas desde 1668 en honor de la reina Mariana de Austria, describe la sombra de la marginación que planeó sobre las mismas y su dependencia de tres centros de poder -Madrid, Nueva España y Filipinas-, proponiendo así una serie de medidas para desarrollar su población, comercio, navegación y agricultura.

Y es que el ingeniero, abogado, cartógrafo y militar egabrense Felipe de la Corte y Ruano Calderón (1819-1892), uno de los últimos gobernadores españoles de las islas Marianas y quien más tiempo estuvo al frente de dicha responsabilidad en Agaña, su capital -once años en total, desde el 16 de mayo de 1855 al 28 de enero de 1866-, se esforzó por atraer la riqueza económica a aquel territorio y porque sus habitantes tuviesen una mejor calidad de vida. Para ello construyó silos para guardar las cosechas, evitando así las hambrunas que se producían en los años de sequía o de fuertes tifones. También intentó sin éxito introducir el cultivo comercial de la caña de azúcar y sugirió que los chamorros, una etnia local, no se alimentasen con harina de las semillas de palma por considerarlas venenosas.

Además, tuvo que luchar contra las epidemias de viruela y otras enfermedades que diezmaron repetidamente la población presentando numerosos proyectos al Gobierno español, si bien estos casi nunca fueron tenidos en cuenta, excepto el establecimiento de misiones en Yap (1886) y Pohnper (1887).

Oficiales y soldados españoles en las islas. | CÓRDOBA

Oficiales y soldados españoles en las islas. / CÓRDOBA

De la Corte estuvo prácticamente casi toda su vida ligado a aquellas tierras que los Habsburgo españoles varios siglos antes tomaron para la monarquía hispánica. Allí llegó en 1843 al ser destinado a las islas Filipinas como capitán en ultramar, siendo su primer destino el de comandante de Ingenieros de la isla de Cebú y, posteriormente, del archipiélago de las Bisayas.

Felipe de la Corte construyó silos para guardar las cosechas, evitando así las hambrunas

Su paso por aquella parte del Pacífico español aún se recuerda en algunos importantes trabajos como, entre otros, la construcción del fuerte de Santa María en la isla filipina de Mindanao.

Promociones y condecoraciones

Tras su vuelta a España en 1865, fue promovido a coronel y en 1868 el gobierno le nombró caballero de la Orden de Santiago y comendador de la de Isabel la Católica por sus méritos contraídos en las islas Filipinas y las Marianas. Entre otras consideraciones, Felipe de la Corte contó también con la Gran Cruz de San Hermenegildo; maestrante de Ronda desde 1836 y Caballero de la Orden de Santiago desde 1848.

Tras su paso en 1868 por la Comandancia de Ingenieros de Burgos y pasar en febrero de 1873 a la situación de retirado a su localidad natal, Cabra, donde nada hoy lo recuerda, volvió en abril de 1874 al servicio, reintegrándose en el ejército y tomando parte en la toma de Valencia y Cullera durante la Guerra Cantonal. Posteriormente, en el desarrollo de la tercera guerra carlista, fue designado como segundo comandante general de Ingenieros del ejército de Cataluña, participando, entre otras acciones, en el sitio de la Seo de Urgel, en el que iba como comandante general de las fuerzas gubernamentales.

Aún se le recuerda en algunos trabajos, como el fuerte de Santa María en Mindanao

Tras la campaña catalana fue nombrado jefe de Ingenieros del Ejército del Norte, con el que combatió en las provincias de Vitoria y Bilbao, acciones por las que fue ascendido a brigadier del ejército, siendo en 1876 destinado en Canarias.

En junio de 1880 marchó nuevamente a las islas Filipinas como subinspector del Arma, donde permaneció durante cinco años, al cabo de los cuales retornó definitivamente a España, pasando en 1885 a la escala de reserva del Estado Mayor General del Ejército.

Felipe de la Corte y Ruano Calderón, autor de la mencionada Memoria, tuvo una prolífica labor militar, que se une a otras como la de escritor de gran actividad, ya que el 1 de diciembre de 1846 fundó en Manila el diario La Esperanza, y durante los años 1860 y 1861 colaboró en La ilustración filipina y en el Semanario Pintoresco Español, siendo al igual que su padre autor de numerosos trabajos relacionados con las islas, entre los que destacan los planos que realizó personalmente de las Filipinas.

El egabrense presidió la Asociación Hispano-Filipina de Madrid, ciudad en la que ingresó como miembro de su Ateneo y desempeñó el puesto de catedrático de Lógica y Ética en el Instituto Provincial de Teruel. Murió en Madrid el 1 de agosto de 1892.

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