Cuando las personas se acostumbran a vivir en la adversidad, y especialmente los niños, se habitúan también a naturalizar las situaciones y vivencias, por extremas que parezcan, que les ha tocado experimentar. Ahora nos recuperamos con normalidad de un episodio nada normal como ha sido la pandemia, pero hubo varias generaciones que se tuvieron que acostumbrar a vivir la miseria y la desolación que deja una guerra y sus consecuencias posteriores, que en España se traducen en hambre, persecuciones, exilios, represión, miedo y muerte. Por eso fueron muchos los ciudadanos de España que tras finalizar la contienda fratricida tuvieron que buscar la forma de evitar las iras del bando ganador contra todos aquellos que no comulgaban con el nuevo régimen.

Además de los exiliados, los que se «echaron a la sierra» y los que acabaron en la cárcel o ante un escuadrón de fusilamiento, existió otro grupo de republicanos que vivieron ocultos, muchos de ellos en sus propios domicilios, como representaron los personajes de Antonio de la Torre y Belén Cuesta en la película La trinchera infinita. Un largometraje para el que se podrían haber buscado testimonios en cualquier pueblo de la provincia de Córdoba, como es el caso de Cabra, donde Francisco Moral Barranco y Antonia Valle Castro fueron protagonistas de seis años de confinamiento del cabeza de una familia que contaba con 10 vástagos que alimentar. El motivo, ser militante socialista.

Como ellos hay muchos más casos, pero no todos han tenido la posibilidad de ver su historia plasmada en un libro, merced a los testimonios de sus propios hijos. En este caso, son los recuerdos de cinco de los diez que criaron, que, con la ayuda del historiador José Luis Casas, han dejado constancia de la dura peripecia vital de su padre en la obra Un topo en Cabra (1936-1942). El libro cuenta con un prólogo de la exvicepresidenta primera del Gobierno y egabrense de nacimiento, Carmen Calvo.

El matrimonio Moral Valle con todos sus hijos y algunos parientes, posando para una foto de familia. MORENO / CÓRDOBA

En la actualidad, quien ejerce de portavoz de la familia es el octogenario Fernando Moral Valle, que es, por orden de nacimiento, el noveno de los hijos de Francisco y Antonia. Fernando es quien narra, una vez más, para este periódico algunos de los momentos de aquellos duros años de vida de su padre al que, pese a estar en su propia casa, no podían nombrar y todos llamaban Chache.

Fueron seis años de reclusión que empezaron con el inicio de la guerra, en julio de 1936, cuando Francisco, temiendo a la represión o a la ejecución por su militancia política, decidió huir del pueblo en compañía de otro amigo, al que Fernando nombra como Meléndez. En su marcha tuvieron «un encuentro» con los grupos de la milicia cívica -«los cívicos le decían», apunta el hijo del topo de Cabra -, que acabaron hiriendo en una pierna a Francisco. Ante tal adversidad y sin muchas alternativas para escapar, los dos amigos regresaron a Cabra y llegaron de nuevo al domicilio familiar de Francisco, en la calle Norte. Allí, la familia se encargó de curarle las heridas y ocultarlo. Meléndez no corrió la misma suerte, según cuenta Fernando, pues pese a que su intención era la de intentar escapar, finalmente, tras ser delatado, fue capturado y ejecutado poco después.

A partir de ese momento, la responsabilidad de Antonia Valle era doble. Por un lado, sacar a la extensa prole adelante, con los escasos recursos de que disponía; y, por otro, mantener escondido a su marido, con el riesgo que suponía tal situación no solo para él sino también para toda la familia.

Antonia Valle y Francisco Moral juegan una partida de dominó, en su domicilio en la ciudad de Barcelona. CÓRDOBA / MORENO

Cuenta el hijo de Francisco que de vez en cuando llegaban grupos de falangistas o requetés, «venían cada dos por tres y buscaban como sabuesos, daba igual la hora, si era de noche levantaban a todos los niños, rajaban los colchones…, pero nunca lo encontraron». Fernando Moral reflexiona diciendo que «si yo fuera religioso diría que aquello era un milagro, pero como no lo soy diré que fue el tesón de mi madre, que era una gran persona y valientemente nos sacó a todos adelante». Ella sí era muy creyente, matiza Fernando, «y muchas veces le mandaba el dinero equivalente a un pan a la parroquia, sabiendo por lo que estaban pasando sus hijos».

La situación en la casa de los Moral Valle no era fácil, pues el miedo al descubrimiento del Chache era permanente, «si se oía algún ruido, mi padre se metía en un agujero que había hecho mi hermano mayor, que era el más inteligente de todos, a ras de suelo en el fogarín». Para llegar a él, Francisco tenía que salir de la casa por una ventana, andar por un tejado y llegar al refugio, donde se tapaba con un cajón de tabaco y leña, relata Fernando.

El resto del tiempo, sigue explicando nuestro narrador, «mi padre hacía vida normal», aunque toda la familia estaba advertida de no nombrarlo nunca ni reconocer su presencia. Por eso, cada vez que interrogaban a Antonia ella respondía que estaba desaparecido o en el frente. A veces, incluso, mantuvo la templanza pese ser encañonada con un arma.

Esa extraña situación de convivencia doméstica clandestina se prolongó durante seis años, hasta 1942, cuando Francisco Moral contrajo una bronquitis que puso en riesgo su vida. Ante tan delicada adversidad, otra más, su mujer tomó la determinación de recurrir a un médico, pero para no poner en peligro la clandestinidad de su marido recurrió «a un médico que no era del pueblo», que, tras atender al padre de la familia, «quedó en volver, pero las chismosas del pueblo le preguntaron que a quién había atendido». Al decir el médico quién era su paciente, «empezaron a decirle que era un rojo». Así que el galeno «le dijo a mi madre: mire usted, yo no quiero tener problemas con los rojos, tendría que delatarlo y no quiero hacerlo».

Francisco Moral Barranco, el 'topo' de Cabra, en una foto de juventud cedida por su familia. CÓRDOBA

Antonia no tuvo entonces más remedio que «acudir al médico de la beneficencia», recuerda Fernando, quien añade que ese hombre «había venido muchas veces a ver a alguno nosotros». Cuando el doctor conoció la situación se sorprendió de no haber visto ni oído nada «con la de veces que he venido», tras lo que se comprometió a ir al cuartel de la Guardia Civil para informar de la inocencia del enfermo. El comandante que había en ese momento en Cabra, sigue explicando Fernando, «reconoció que mi padre era un buen hombre, que no tenía nada pendiente y dio la orden de no tocarlo». Cuando Francisco empezó, de nuevo, a andar por las calles de su pueblo, acompañado de alguno de sus hijos para «ponerse la inyección de aceite alcanforado», las vecinas empezaron a comentar «el hijo de Ojitos está vivo, el hijo de María Antonia la partera»

Francisco tardó en reponerse, para después recuperar su vida y empezar a trabajar en diversos oficios. «Mi padre trabajó en lo que pudo, fue albañil y tabernero, entre otras cosas», sigue narrando Fernando Moral, quien recuerda que algunos años después, y ante la falta de expectativas laborales que había en Cabra, la familia se planteó emigrar. También para ello Francisco Moral tuvo que preguntar en el cuartel si podía marcharse. 

Un salvoconducto expedido por el responsable del instituto armado local posibilitó que la familia Moral Valle se pudiera marchar hasta Barcelona, donde desde el 18 de abril de 1968 descansan los restos de Francisco Moral Barranco, el topo de Cabra.