Asomarse a la sierra de Pozoblanco es contemplar y rendirse a un paisaje abrupto de impresionante belleza. Pero también es entrar de lleno en la memoria de este municipio del norte de la provincia de Córdoba, en su historia, su folclore y el carácter propio de los hombres y mujeres que con fuerza y tesón han trabajado sus tierras a lo largo de las décadas.

Es recordar otros modos de trabajar el olivar en función de la época del año en la que tocara llevarla a cabo. Es volver a revivir las historias mil veces oídas que muestran el duro trabajo de sus protagonistas, desde gañanes, a taladores, ramoneros, cavadores, desvaretadores, manijeros, vareadores, veedores, cribadores, chaperos y las imprescindibles aceituneras. Personajes que forman parte del ciclo del cultivo del olivar desde los que se encargan de preparar la tierra y los olivos hasta quienes participaban en la recogida del fruto, su molturación y la posterior comercialización del aceite.

Hoy, asomarse al olivar de sierra es ver cortijos blancos que continúan presidiendo lomas y cerros, sin perder de vista con tristeza cómo otros, levantados en históricos parajes, se caen por el olvido y el paso del tiempo. Aún así, es posible imaginarlos aún llenos de vida en plena campaña de recolección; sus faneguerías, las costumbres asociadas a cada una de las labores que se realizaban y de las funciones específicas de cada trabajador. Mirar el olivar de sierra sigue siendo un pretexto para evocar las noches de ronda entre cortijos, ya legendarias, y las populares jotas que con instrumentos rudimentarios sonaron durante décadas favoreciendo esos amores aceituneros que surgían durante la campaña.

Origen

La mayoría de las plantaciones de olivar en la Sierra de Los Pedroches, como consecuencia de la desamortización civil y la legitimación de las roturaciones efectuadas en la Dehesa de la Concordia. Desde finales del siglo XVIII los concejos autorizaron a los vecinos ocupar tierras de propiedad municipal, donde predominaba el monte bajo, a condición de que plantasen en ellas frutales, vid y, especialmente, olivos por lo deficitario de aceite en la comarca. Estas roturaciones debieron ser muy intensas entre los años 1808 y 1823. La superficie de estas parcelas era variable debido a que la apropiación venía precedida de una durísima labor de descuaje y plantación, con mucha necesidad de fuerza. Como consecuencia de esto, la Concordia quedó totalmente privatizada en la segunda mitad del siglo XIX, resultando la propiedad de tipo medio, predominando explotaciones entre 25 y 50 hectáreas. Desde entonces y hasta hoy, trabajar este olivar de sierra y recoger su fruto ha sido una ardua tarea. Las características del terreno, con pendientes de medias del 40 por ciento, pero que pueden llegar al 60 y el 80 por ciento en muchos lugares, y las deficientes vías de comunicación, que, aunque mejoradas aún hoy se mantienen en muchos puntos, marcan el día a día de quienes siguen apostando por mantener un sistema de producción que ancla la gente a su tierra.

La mecanización del campo ha facilitado el trabajo pero el olivar de la sierra sigue siendo un lugar áspero para el trabajo. La maquinaria ha entrado en las fincas, sí; los tractores son algunos de los nuevos protagonistas, suplen otros modos de acarrear el fruto del olivo dentro de las explotaciones. Sin embargo, y aunque no es lo habitual, las pendientes y la difícil orografía del terreno -en algunas zonas las aceituneras se ataban a los árboles para recolectar salvando así algunas pendientes- permiten ver aún vestigios del pasado, mulas transportando sacos de aceitunas, ofreciendo una imagen romántica para el que lo ve desde la distancia, para quien lo contempla como si se tratara de una película antigua, pero que refleja, para quien trabaja hoy el olivar de sierra, la dureza de su explotación. Avances tecnológicos, que se alían con estos hombres y mujeres de campo como en la labor de vareado de los olivos, las máquinas de hoy ayudan a esos brazos que con energía zarandeaban los olivos para que estos dejaran caer las aceitunas en la tierra donde, siempre mujeres que han sido las grandes olvidadas del olivar, se afanaban en recogerlas porque de los kilos que fueran capaces de recoger dependía el jornal que ese día llevarán a su casa.

Ahora, el número de mujeres en el tajo no es tan elevado como antaño, como tampoco lo son las cuadrillas. La escasa rentabilidad del cultivo de sierra ha llevado a reducir mano de obra, una mano de obra que, sin embargo, es difícil de conseguir porque pocos quieren un trabajo tan sacrificado a pesar de que en estos tiempos el suelo se cubre con lonas, lo que facilita mucho la trabajosa labor de recoger la aceituna. Una recolección que se cuida en extremo para que los aceites obtenidos del fruto del olivo sea de la mayor calidad. Y es que los agricultores han tenido que desaprender algunas las prácticas de sus antepasados y aprender a recolectar siguiendo unos parámetros que logran diferenciar su producto final.

Hoy, las cooperativas marcan el rumbo que deben seguir sus socios. En Pozoblanco, la Olivarera de Los Pedroches (Olipe) es la cooperativa que aúna a los olivareros de la zona. El olivar de sus socios abarca unas 11.000 hectáreas, de las que 8.000 pertenecen a olivar ecológico. Siguen luchando contra las desventajas que les supone el olivar de sierra. Una problemática a la que se añade, como dicen desde la propia cooperativa, el régimen de ayudas establecido por la Administración, que les perjudica enormemente ya que han sido fijadas en función de la producción. Estos olivares son los que más mano de obra requieren, los que fijan la población rural, los que menos contaminan,... y los que menos ayudas reciben. Sin embargo, estas mismas condiciones que caracterizan estos olivares, según afirman en Olipe, son el pilar básico en el que se sostiene su manejo.

De esta manera se crea una especial estructura paisajística de sus olivares, con múltiples discontinuidades en forma de manchas de vegetación espontánea que ocupan linderos, barrancos, escarpes, y en general cualquiera de las abundantes irregularidades topográficas que hacen que exista una enorme riqueza en el agroecosistema debido a la gran biodiversidad establecida que se comparte con el olivar y que marcará el sistema de producción establecido. Hoy en día, el esfuerzo realizado en Olipe le ha hecho conseguir muchos objetivos a través de inversiones tanto en tecnología, como en infraestructuras, personal técnico e investigación que han hecho que sea un referente en cuanto a productores e industrias de productos ecológicos, pues la comarca cuenta con la extensión más amplia de Andalucía de olivar ecológico.