El cementerio de Fernán Núñez, enclavado en el punto más alto de la villa, es el primer cementerio de la arquitectura funeraria contemporánea de España tras la Real Cédula de Carlos III de 1787 sobre enterramientos. Prototipo de cementerio de la Ilustración, oculta una intensa historia que surge tras una fuerte epidemia y el naufragio de un barco.

Entre agosto de 1785 y la primavera de 1786 la villa sufrió una considerable reducción de su población por una enfermedad que costó la vida de cerca de 800 personas. Hasta esa fecha, los enterramientos se producían dentro del pueblo, junto a la iglesia de Santa Marina de Aguas Santas. Con dicha epidemia, este cementerio no solo fue insuficiente sino que la situación se empeoró con la putrefacción de los cadáveres. Esta circunstancia favoreció los enterramientos provisionales junto a la ermita de San Sebastián, patrón contra la peste, y lugar que había sido empleado también en 1680 con otra plaga. El espacio, fuera de la urbe y en el punto más elevado, era propiedad de la Casa de Fernán Núñez y se convirtió en el lugar idóneo para la formación del futuro cementerio.

El inicio

El cementerio fue iniciado por Carlos José Gutiérrez de los Ríos (1742-1795), VI conde de Fernán Núñez, ante las continuas súplicas de los habitantes. Prototipo de hombre ilustrado, fue consejero real de Carlos III, biógrafo del rey, embajador de España en Lisboa (1778-1787) y en París durante la Revolución Francesa (1787-1791) y amigo personal de la reina María Antonieta. Se caracterizaba por ser un hombre de una elevada cultura, nutrida por su amplia formación y sus constantes viajes por Europa, que lo llevaron a conocer parte de Italia, Francia e Inglaterra, siendo uno de los primeros españoles que realizó el Grand Tour. Estos aspectos fueron suficientes para conformar el carácter de este conde, convirtiéndolo en el introductor del estilo neoclásico en Córdoba. El palacio ducal de Fernán Núñez, junto al cementerio y otras obras, serían algunos de los ejemplos.

Una tragedia marcó el principio del nuevo cementerio: el naufragio del navío San Pedro de Alcántara, procedente de Lima, frente a la costa de Peniche (Portugal) el 2 de febrero de 1786. El barco había participado en la Guerra de la Independencia Americana y, entre el cargamento, portaba 211.440 pesos en lingotes de cobre y una tripulación de 419 personas. El conde de Fernán Núñez, que estaba de embajador en Lisboa, fue el encargado de gestionar el rescate del barco propiedad del Consulado de Cádiz, que era su destino final. Gracias a su magnífica gestión, se pudo rescatar prácticamente toda la carga.

Dos cuadros

El Consulado, en gratitud, premió a Carlos José Gutiérrez con dos cuadros realizados por el mejor paisajista de la época, Jean Pillement (Lyon, 1728-1808), que representaban el naufragio y el rescate del San Pedro de Alcántara. Ambos se colgaban con una barra y anillas de oro valoradas en 120.000 reales. Como el oro contenido en las pinturas provenía de una desgracia, el conde decidió invertirlo en una obra benéfica. Con anterioridad ya tenía en mente la construcción de un hospital y un cementerio para su villa que no pudo materializar por falta de caudal, por lo que destinó el importe de las barras de oro a este proyecto, bajo unos planos que había diseñado él mismo durante su embajada en Lisboa.

A esto se unió, tras las múltiples epidemias que azotaron España, la Real Cédula de 3 de abril de 1787 de Carlos III. Este documento cambió la historia de los enterramientos en este país, obligando a enterrar fuera de las poblaciones, en sitios ventilados y usando como capillas las ermitas que existieran fuera de los pueblos. Una declaración de intenciones que parecía redactada por su propio consejero real, Carlos José Gutiérrez de los Ríos, pues desde noviembre de 1786 ya tenía delineado el proyecto que ubicaría en un paraje alto y aislado sobre una ermita ya existente: la de San Sebastián. En enero de 1787 ya tenía terminados los planos, proyectando un nuevo rito y tipología arquitectónica, para lo cual se inspiró en el cementerio de Turín de Giuseppe Oglianico, de 1781, y en el Panteón de Roma.

Apenas un mes después del decreto real, antes de dirigirse a su nueva embajada en París, el conde pondría la primera piedra de su cementerio. El acto tuvo lugar el día 5 de mayo y dispuso que sobre el panteón condal se colocara la siguiente inscripción: «Descansan con los suyos».

70.000 reales

Para la obra se destinaron finalmente más de 70.000 reales que permitieron la construcción del muro perimetral y la portada principal, obras que ya estaban bastante avanzadas hacia 1790. Sin embargo, su suntuosidad y la crisis provocada por la Revolución Francesa hicieron cancelar el proyecto. Carlos José Gutiérrez de los Ríos, como embajador en París desde 1787, fue testigo excepcional del fenómeno. Su amistad con los reyes de Francia y la llegada de la República francesa supusieron su huida y el embargo de sus bienes.

Tras un intenso periplo por Europa, regresó a España, donde falleció el 23 de febrero de 1795 a los 52 años, enterrándose en la parroquia de San Andrés de Madrid, ya que no pudo terminar el panteón de su villa. En su testamento, con el fin de no perjudicar a su familia, decidió suspender la finalización del cementerio, confiando su continuidad en sus hijos.

Su primogénito y posterior primer duque, Carlos Gutiérrez de los Ríos (1779-1822), se preocupó más por su carrera diplomática que por su señorío. Tal es así que condenó al abandono la obra del primer cementerio de España, que quedó absorbido por las ampliaciones que realizó el Ayuntamiento tras su cesión en 1860.

La asociación

Estas particularidades ya fueron puestas de relieve con Espinalt y García, Luna Hidalgo y Miranda Álvarez, Saguar Quer o Vigara Zafra, entre otros, confirmando por nuestra parte, a partir de las cuentas de obras conservadas, la ejecución de parte del proyecto.

Viendo su singularidad, redacté el primer borrador y sugerí durante el anterior mandato la adhesión a la Asociación de Cementerios Significativos de Europa. Aceptada la petición, como profesor de Patrimonio Común Europeo y Bienes Patrimonio de la Humanidad de la Universidad de Córdoba, propuse entre el alumnado su participación, destacando los trabajos de Isabel María Reyes Reyes y dos alumnos Erasmus (Annaelle Thöllet y Luc Ferrand).

Posteriormente, la profesora Gisella Policastro revisó de manera altruista la traducción de la solicitud, entregándose en marzo del 2019 al Ayuntamiento de Fernán Núñez.

El sexto conde, que quiso descansar entre los suyos, no pudo ver materializado su deseo. Sin embargo, la historia, que es justa y caprichosa, ha hecho que, coincidiendo con el 225º aniversario de su fallecimiento, la petición de los suyos sea reconocida y su cementerio de Fernán Núñez haya sido declarado como Cementerio Significativo de Europa.

(*) Profesor y conservador-restaurador de Bienes Culturales