Es cierto que el viticultor no descansa hasta que sus uvas se depositan en el pretil de una bodega o cooperativa. Son tantas las dificultades y tantos los riesgos que las amenazan desde la brotación a la recolección que llegar al final en condiciones óptimas para la molturación de los frutos y vinificación de los mostos es una verdadera odisea.

El sector se ha visto dañado en una campaña que se presumía extraordinaria y que ya había comenzado a ser vendimiada con magníficos resultados. Ahora,tras la tormenta, todas las previsiones se han modificado. En primer lugar, la cantidad; y después, la calidad. La homogeneidad de la vendimia ha sido sustituida por una "irregularidad por zonas".

La realización de una vendimia selectiva para frenar el avance de la botrytis y defender los racimos sanos supone un encarecimiento de los costes de producción frente al descenso del precio de la uva.

Todavía cabe que la climatología pueda frenar la podredumbre. Para ello, sería preciso que se produjeran vientos secos con temperaturas altas. En esta situación, la uva que se haya rajado no se pudriría ni infectaría, por tanto, al resto del racimo.

Así, lo más urgente en este momento, según ha pedido el consejo regulador de la denominación de origen, es que los viticultores vayan a sus explotaciones para cuantificar los daños y "valorar las decisiones a llevar a cabo en cuanto a la recolección".