Durante décadas las aguas de Villaharta fueron reconocidas en España y en países europeos y de América por sus propiedades curativas, superiores a las de manantiales que hoy tienen renombre, como los de Vichy, Lanjarón o Marmolejo. Sin embargo, como sucediera con el patrimonio histórico o religioso, proyectos civiles también sufrieron las consecuencias de la guerra civil. Todo había empezado en 1865. Don Elías Cervelló y Chinesta, ayudante facultativo del cuerpo nacional de Obras Públicas, fue destinado a Córdoba y estableció su residencia en Villaharta. Al poco de llegar, don Elías se sorprendió al descubrir que personas enfermas del municipio y de otras localidades se establecían junto al paraje de Fuenteagria. Los lugareños pronto comenzaron a extender los valores curativos del líquido elemento, "de sabor agrio" Por eso, intentó explotar el yacimiento, aunque se encontró con el problema de que los terrenos pertenecían a la Casa de Alba. Todo cambió cuando se pusieron a la venta, en 1871. Dos años después, el balneario de Fuenteagria estaba finalizado, obteniendo la declaración de utilidad pública del Estado.

La fama del balneario se extendió por toda Andalucía y por localidades como Madrid, Valencia, Barcelona o Zaragoza, donde tenía depósitos de distribución. Ese reconocimiento llegó también a Lisboa, México o Nueva York. Las aguas habían obtenido la medalla de bronce en la Exposición Farmacéutica de Madrid (1882) y en Barcelona (1888). Durante el reinado de Alfonso XIII surgieron nuevos proyectos al aprovecharse los distintos veneros de la zona, aunque poco después la actividad se paralizó con el conflicto bélico.