Las escenas de pobreza no gustan. Por eso, mayoritariamente, los ciudadanos, que no somos oenegés, echamos la vista para otro lado al ver las penas de otros en el telediario o las ya habituales de nuestros pueblos y barrios. Lo detecto al entrar en el supermercado. Un anciano está todos los días pidiendo limosna. Y no me hace sentir bien ofrecerle algo de embutido para el pan duro que le acaban de regalar. Me golpea la canción de Serrat ´Disculpe el señor´, porque a este pobre no puedo mirarle a los ojos con mi obsequio, pues yo ni muerta de hambre apuraría mi despensa. Hacen falta algo más que gestos para cambiar situaciones injustas.