Durante la mitad del siglo pasado se desarrolló una política forestal con fines productivistas de acuerdo con las condiciones socioeconómicas que imperaban en aquel momento. Cuentan los mayores que desaparecieron encinares y alcornocales que hoy día son valorados de manera excepcional. Se implantaron miles de hectáreas de diversas especies de pinos. En la provincia de Córdoba las más utilizadas fueron el pino piñonero y negral en Sierra Morena, y el pino de alepo en las subbéticas.

Las densidades de plantación fueron elevadas, en ocasiones de hasta tres mil pies por hectárea. Eran momentos de abundante mano de obra y jornales casi de supervivencia.

Con el transcurso del tiempo, el desarrollo industrial, el abandono del mundo rural hacia mejores oportunidades en el mundo urbano, la consolidación de la baja productividad de los montes mediterráneos y la inexistencia de una verdadera apuesta por este sector que aplicara las inversiones necesarias, muchas de las masas creadas han evolucionado hacia situaciones insostenibles, donde aún existen lugares en los que no ha vuelto a hacerse trabajo alguno.

Las inversiones que la sociedad dedica a estos menesteres son manifiestamente insuficientes, a pesar del valor que hoy día se le da a la biodiversidad.

Las cortas intermedias producen, al menos, restos procedentes de las copas y las ramas, que deben ser eliminados mediante quema o trituración con desbrozadoras mecanizadas o astilladoras.

Los fustes, dependiendo de su altura, grosor, espesura y pendiente en la que se ubican, pueden ser tratados también como residuos, como subproductos de madera de sierra en pequeña proporciones o madera de astilla que alimenta a las industrias que monopolizan este mercado.

En Andalucía existe una única fábrica en Linares en la provincia de Jaén. Como se deduce, para todas las operaciones necesarias es imprescindible inversión, a veces para quemar sin recuperación de energía o materia orgánica u otras para integrar materia orgánica en el suelo.

Las superficies que necesitan intervención de manera urgente son ingentes y difícilmente van a disponer de la inversión necesaria para realizar los tratamientos selvícolas que necesitan, independientemente del color político de la clase dirigente.

Tiene que producirse una verdadera revolución en el mundo forestal para que las cosas tornen a lo que la ecología de estos bosques, creados artificialmente, necesita. Año tras año se acumula biomasa forestal, tarde o temprano será pasto de las llamas o será objeto de plagas descontroladas. Es la propia entropía de la naturaleza. En algunos círculos se señala que el aprovechamiento energético de la biomasa forestal es una buena salida para mejorar el estado silvícola de los montes andaluces.

La regulación de este sector prevé dos tipos de primas, una para centrales que utilicen biomasa procedente de cultivos forestales específicamente destinados a la producción de bioenergía, o bien para centrales que utilicen como combustible biomasa procedente de residuos de aprovechamientos forestales. Las primas que se reciben por producción de energía en el primer caso es, al menos, el doble de las que percibe el segundo.

He aquí el quid de la cuestión, las empresas que utilizaban astilla forestal, principalmente de tableros presionaron para que dicho producto no se destinara a la producción de bioenergía. En Andalucía los costes de transporte no permiten el traslado a otros centros de transformación por lo que tienen casi un único destino.

En otro orden de cosas, ni la Comunidad Autónoma y menos en Córdoba, existen montes con planes de gestión orientados a la producción de biomasa para su transformación en energía, como casi en el resto de España. Como si un bosque fuera un huerto de tomates que rápidamente produce materia orgánica que transformamos en salmorejo o gazpacho. Sin embargo, lo que se ha fomentado por el Estado Central son los cultivos forestales bioenergéticos y no ha contribuido a valorizar los restos forestales que se producen en la explotación de los montes. Entre estos últimos, se encuentran las maderas de astilla, que para la concepción ideada de la biomasa, se considera como residuo y por tanto la prima es menor. En cierto modo se está impidiendo que los residuos de las cortas intermedias, incluida la madera, lleguen a su transformación en bioenergía y tengan un único destino, el monopolio del residuo.

De este breve análisis se puede deducir que si se quiere apostar por la energía renovable de la biomasa forestal, se requiere urgentemente una modificación de la actual normativa que regula el sector, sin interferencias de otro tipo de industrias, pero salvaguardando también los intereses de estas otras empresas que utilizan este recurso renovable. La situación actual y futura de los montes andaluces permite la coexistencia de ambos sectores y si se camina en esa dirección se conseguirá disponer de bosques más saludables y menos ignífugos, y una mayor generación de empleo.