Al oeste de la ciudad de Córdoba se encuentra un municipio, en cierto modo desconocido, porque prácticamente no es observable desde ninguna vía de comunicación. Se encuentra sumergido entre suaves colinas de terrazas del cuaternario. Algunos autores lo han citado como un pueblo perdido en la campiña. Estoy hablando de Guadalcázar. Cuando llegamos lo primero que comenzamos a ver es su Torre Mocha. Es uno de los elementos que aún permanecen de un palacio señorial del siglo diecisiete. Se encuentra coronada por un nido con cigüeñas blancas invernantes que cuestionan el refrán Por San Blas, la cigüeña verás . Otro nido le acompaña en la espadaña del campanario de la parroquia de Nuestra Señora de Gracia y otros dos en el moderno silo. Hace poco más de veinte años se temía por la conservación de la especie y, prácticamente, había desaparecido al Sur del río Guadalquivir, quedando relegada casi exclusivamente a la comarca de Los Pedroches. Su nueva adaptación alimenticia y ciertos cambios en su patrón migrador hacen posible que sea más abundante y se halle presente en muchos pueblos que había desaparecido.

Otra especie característica de este espacio es el cernícalo. De hecho, algunos lugareños aseveran que a los ciudadanos que viven en este preciado pueblo se les reconoce con este apodo. Esta circunstancia podría ser un elemento aglutinador para conseguir que el cernícalo primilla tuviera una potente colonia de nidificación en la torre y su estampa acompañara en primavera a la cigüeña blanca. Como apoyo al valor cultural y natural, en su interior se aloja un museo de ciencias naturales que alberga unas valiosas colecciones de paleontología, mineralogía y entomología de gran riqueza y variedad, que en cierta medida parece reclamar más atención de la sociedad hacia los valores naturales casi desconocidos de esta zona.

Todo el término municipal es una sucesión de suaves colinas cerealistas donde el hombre obtiene sus productos de cultivar la tierra arcillosa que se dispone entre los cantos rodados. En los últimos años comienzan a aparecer cultivos de olivar entremezclados. Toda el área está drenada por dos importantes arroyos tributarios de la margen izquierda del río Guadalquivir, la Marota y el Guadalmazán. Ambos conservan la vegetación ripícola natural que en el segundo alcanza una madurez y esplendor que es digna de conocer. La nutria recorre sus orillas y caza en sus aguas.

Como elementos diversificadores del paisaje se encuentran aún numerosos enclaves forestales que recuerdan la vegetación que colonizaba esta zona antes de la ocupación humana. Pequeñas dehesas de encinas y acebuches acompañadas de lentisco y palmito nos recuerdan el carácter más termófilo de esta área. Asimismo, son abundantes las estructuras lineales acompañadas de vegetación más o menos natural, caminos, vías pecuarias y el antiguo trazado del ferrocarril, hoy convertido en vía verde que nos invita a conocer estos parajes desde el paseo o la bicicleta. Allí se refugian las especies autóctonas vegetales. La diversificación paisajística hace que muchas especies consideradas raras se encuentren aquí presentes. En la primavera será común observar al águila culebrera, escudriñando el suelo para descubrir algún ofidio o lagarto ocelado que estén calentándose en lo alto de alguna piedra. Servirán de alimento para sus crías que, ocultas en su nido en lo alto de los árboles, esperan su llegada. Una especie procedente de la sabana africana también encuentra aquí un lugar idóneo para desarrollarse, el elanio azul. Sus poblaciones, originarias de Africa, se comportan como emigrantes que llegan a nuestras tierras, y quizás nos quieran decir algo sobre el cambio climático. La riqueza de la zona permite ver jóvenes ejemplares de águila real y perdicera que tienen aquí un lugar de reposo como área de dispersión, aunque tampoco es raro observar adultos de la segunda especie. Los campos de cultivo cerealistas y sus lindes son el reino de la perdiz y la liebre. Esta zona es muy conocida por los cazadores por la práctica de la caza con galgo. No tardará en llegar el conejo como un activo más si se gestiona adecuadamente. El aguilucho cenizo, en primavera, y el pálido, en invierno, también revolotean buscando los abundantes pajarillos. Con la permanencia de las rastrojeras y su integración en el medio irá acrecentándose el valor de estos campos. También son numerosos los encharcamientos naturales y pequeños embalses artificiales que permiten la existencia de comunidades de anfibios, lugares donde especies como la cigüeña, garzas y garcillas encuentran su alimento y el ánade real o azulón su refugio. Tampoco es raro observar pescando en las aguas del Guadalmazán a la esquiva cigüeña negra, procedente de Sierra Morena. En definitiva, nos encontramos con un espacio abierto, reino de la avefría en el invierno, salpicado por una malla de manchas y estructuras lineales de vegetación natural que permite la existencia de una comunidad animal de gran riqueza, desconocida para este tipo de paisaje que evoca a la soledad.