En los prolegómenos de la festividad de La Candelaria, los adamuceños hicieron anoche gala de su sobrenombre, los culiquemaos , un apodo acuñado desde tiempo inmemorial porque, entre la noche del 1 y la madrugada del 2 de febrero, los del lugar suelen saltar por encima de las candelas de romero que inundan las calles de la localidad.

Los visitantes, que cada año se suman a esta fiesta peculiar, observan en el alto de Las Mohoneras, en la carretera de Villafranca a Adamuz, un espectacular halo de humo blanco sobre el casco urbano que irrumpe con el resplandor de las farolas que rodean el pueblo. Esta festividad, que año tras año va a más, forma parte de la idiosincrasia de los adamuceños y suele coincidir con el fin de la recolección de la aceituna. En los últimos años, los vecinos suelen utilizar, además de romero, leña, que, posteriormente, tras formar la brasa, utilizan para asar panceta ibérica, sardinas, chuletas y productos de la tierra.

La noche de los culiquemaos se transforma en jolgorio, alegría y convivencia entre los vecinos hasta bien entrada la madrugada, ya que casi todos han dado por concluida la campaña de la aceituna en Sierra Morena. Por cierto que, en esta ocasión, aunque la cosecha no ha sido para tanto por las heladas y la falta de lluvia, esta circunstancia no ha sido óbice para que se viva la fiesta mucho más que el pasado año.

Entre el público había este año menos rumanos y magrebíes, aunque más vecinos de la comarca y de la provincia interesados en conocer esta fiesta popular. Con el ansia de promoverla, el Ayuntamiento ha montado una macrocandela en el parque de la Tremesina, ambientada con hilo musical, y realizó una gran parrillada ibérica para todos los que se acercaron a este engalanado parque, que ve cómo cambia de fisonomía por la construcción del nuevo centro de día de mayores. Los niños del colegio Laureado Capitán Trevilla, que han participado en varios talleres de recuperación de antiguas canciones populares de esta noche festiva, actuaron en medio del entusiasmo de todos los presentes que, sin temor, saltaban por encima de las fogatas hasta conseguir ahumarse y formar parte de una costumbre muy arraigada en este pueblo de Sierra Morena.

Destaca también la participación desinteresada de la hermandad de costaleros con una barra cuyos beneficios irán destinados al tercer mundo.