Los últimos de Córdoba
Francisca González, doradora de Córdoba: "Como sigamos así, se va a extinguir el oficio, es la artesanía quizás más desconocida"
Francisca González mantiene viva la tradición milenaria de vestir con pan de oro las piezas artísticas que llegan a su taller de Córdoba, un oficio que aprendió cuando era una joven veinteañera

Ramón Azañón

"¿Que me tengo que ir a coger aceitunas?", dice Francisca mirando unas fotografías antiguas y recordando a la joven Paca, que aparece entre un numeroso grupo en el Congreso de los Diputados en una de esas imágenes. "Cuando salen los políticos discutiendo, yo lo que miro es el dorado", reconoce riendo. Apenas comenzando un periplo que la llevaría por todo el país, ella y sus compañeros en una empresa madrileña de restauración de patrimonio pusieron a punto el máximo órgano legislativo de España.
Pocos años antes de eso, aquella pregunta resonaba en su cabeza. Tenía recién cumplida la veintena y quería dedicarse a la pintura, pero sus padres no podían pagarle los estudios. "Venían de un pueblo, con mentalidad antigua, y había que trabajar", cuenta. Pero ya que iba a hacerlo, lo haría en algo que le gustara. Entonces, le surgió la oportunidad de formarse en un arte -llámenlo, si quieren, oficio- milenario: el dorado.
Una forma de vida
A la cordobesa Francisca González en España la conocen como 'Paquita la Cordobesa'. Doradores lo que se dice doradores en España no hay ni una decena, lamenta la artesana mientras rastrea en los papeles antiguos que guarda en una esquina de su taller, en la calle Mercurio de Córdoba. Paca desempolva con la mano las memorias de los trabajos antiguos: la Berlina Dorada del Museo de Carruajes de Madrid, la Sala de los Espejos del Palacio de Aranjuez, la falúa real de Isabel II…

La tradición del pan de oro / Ramón Azañón
"El oficio de dorador es una forma de vida", concluye Francisca. "Te vas a una iglesia de un pueblo de Extremadura como Salvaleón y es que flipas: la comida, la bebida… La gente tan espectacular que conoces, los sitios". Durante buena parte de su vida, la artesana estuvo de un lado para otro: participó en la restauración de la portada del mirador de la Catedral de Mallorca, se fue a Huelva, trabajó en Valencia, en Toledo y sus manos vistieron en pan de oro piezas que se encuentran en rincones lejanos del mundo, como un retablo para la última comunidad india de Florida. Francisca mira con satisfacción hacia atrás, y con esperanza hacia adelante.

Francisca muestra una fotografía con sus antiguos compañeros en el Congreso de los Diputados. / Ramón Azañón
Piel de oro para el arte
En la denominada parte limpia del taller, con ayuda de Fabio, un joven de prácticas proveniente de la Escuela de Artes y Oficios, la doradora culmina dos candelabros para una hermandad. En aquel espacio, tiene lugar la última fase del proceso, la que más representa el oficio: poner el pan de oro.
Oficios como este siguen en Andalucía gracias a las hermandades
Con un ligerísimo soplido, Francisca estira las láminas de oro de 23 3/4 quilates. Esa elevada pureza hace que el oro, al tacto, desaparezca. Se desvanece; parece magia. Sobre un pomazón, la artesana corta el material con un cuchillo, pasa una pelonesa por su rostro y, cuando está cargada de electricidad estática, coge el pan. Sin pensarlo mucho, lo suelta sobre la madera mojada con una mezcla de agua y alcohol. La pieza parece atraer el oro, que se convierte en su nueva piel. Una piel que Francisca bruñe pasando una piedra de ágata sobre ella.
En peligro de extinción
Es uno de los tantos encargos que le llegan. Tras un breve paso por otra empresa nacional, en plena pandemia, la cordobesa quiso reciclarse en otro ámbito nada relacionado con el oficio. Sin embargo, mientras tanto, cogía pedidos que le hacían llegar otros artesanos que la conocían. Entonces, ocurrió: "¿Quién ha dorado esto?", preguntaron. Y el trabajo comenzó a multiplicarse. Desde hace dos años, se encuentra en pleno crecimiento, ya con su propio taller en marcha y en su tierra, donde comenzó todo gracias a la escuela taller La Merced III de la Diputación. En Córdoba, resulta inevitable que los encargos estén vinculados al arte sacro. Hay que reconocer, dice, que "oficios como este siguen en Andalucía gracias a las hermandades".

Francisca coge pan de oro con una pelonesa, antes de colocar la lámina en un candelabro. / Ramón Azañón
Con 49 años recién cumplidos y una amplia trayectoria a sus espaldas, Francisca González toma la palabra para reivindicar un oficio que "como sigamos así se va a extinguir". El dorado, pese a su antigüedad, "es la artesanía quizás más desconocida que existe". Ella reclama su espacio: "Hay que dar un golpe en la mesa, porque si no…". Y lo hace desde su pequeño rincón: vistiendo el arte con oro.
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