A fondo

Emociones y recuerdos del obispo Demetrio

En su jubilación, el prelado contempla en una carta con satisfacción su labor pastoral en la diócesis

Demetrio Fernández, obispo de Córdoba.

Demetrio Fernández, obispo de Córdoba. / A.J. GONZÁLEZ

Antonio Gil

Antonio Gil

«No es ninguna novedad que el obispo Demetrio cumple hoy 75 años». Así comienza la Carta pastoral, titulada Relevo episcopal en Córdoba en la que el prelado, citando el canon 401, del Código de Derecho Canónico, recuerda que al obispo que haya cumplido 75 años, «se le ruega que presente la renuncia al Sumo Pontífice, el cual proveerá teniendo en cuenta las circunstancias». «Pues, eso es lo que hago hoy, 15 de febrero, continúa el prelado, presentando al Papa mi renuncia como de obispo de Córdoba. Y él proveerá cuándo y cómo crea conveniente».

Necesariamente, dejando caer la mirada en el pasado, repaso mi artículo dedicado a la toma de posesión de don Demetrio, publicado en estas páginas de nuestro periódico en febrero de 2010, que finalizaba con estas palabras: «Córdoba acoge hoy a su nuevo pastor con una gran ilusión, le abre sus brazos y cifra en su entrega generosa las mejores esperanzas. En su primer saludo, don Demetrio nos ofrecía también su mejor colaboración desde el Evangelio para el bien común de los cordobeses».

Decálogo a su llegada

En aquellas mismas fechas me atreví a escribir un artículo, también en este medio y que llevaba por título: Decálogo del nuevo obispo, anotando en las primeras líneas que estaba escrito «al hilo de la actualidad y casi de la improvisación, recogiendo los primeros latidos y actitudes del nuevo pastor». 

Demetrio Fernández en su toma de posesión en 2010.

Demetrio Fernández en su toma de posesión en 2010. / EFE

A la hora del relevo episcopal, quizá resulte interesante seleccionar algunos de los puntos de aquel decálogo con las palabras del propio don Demetrio. El primero se centraba en su actitud más personal: «Estoy deseando encontrarme con vosotros para empezar a trabajar por presentar al mundo la belleza cristiana». En los demás puntos, el nuevo obispo de Córdoba cifraba sus propósitos pastorales: «La Iglesia me envía a anunciar el Evangelio con claridad. Los pastores, a veces, tenemos que dar un silbido a tiempo, bien fuerte, para que las ovejas no se pierdan». En otro punto colocaba la brisa de su saludo universal: «Os saludo a todos vosotros, hermanos sacerdotes, seminaristas, personas consagradas, fieles laicos, autoridades y, especialmente, a todos los que sufren por cualquier causa, -enfermedad, paro, desamor, ausencia de Dios-, rogando para que, en palabras de san Pablo, podamos vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad y dignidad». Y en los últimos deseos subrayaba que «lo que hay que depurar es el corazón». 

Autoevaluación

El propio don Demetrio nos ha ofrecido en su Carta a los diocesanos algo muy parecido a una «evaluación de su pontificado en Córdoba». Comienza manifestando las tres actitudes que embargan su corazón en estos momentos de la despedida: «Gratitud, satisfacción por el deber cumplido y perdón». Lo subraya él mismo: «Pido humildemente ante Dios que subsane mis deficiencias y pido perdón a todos los que haya desedificado o haya hecho daño, aun sin pretenderlo. Termina una etapa de mi vida que ha sido muy fecunda y que me ha llenado plenamente, y comienza una última etapa de la vida, en la que uno se prepara de manera inmediata para el cielo, siguiendo en la tierra el tiempo que Dios disponga, haciendo el bien».

En el ámbito pastoral, el obispo contempla lo que podemos denominar como sus hitos principales. Lo hace con un lenguaje cercano y sencillo: «He pateado la diócesis, he celebrado la Eucaristía en todos los altares, he predicado continuamente y de múltiples maneras el amor de Dios, la redención de Cristo, la materna intercesión de María, el amor fraterno, el compromiso en la construcción de un mundo nuevo, según el Evangelio. Puedo decir con satisfacción: Me ha gastado y desgastado por vosotros». 

Demetrio Fernández saluda al Papa en 2018.

Demetrio Fernández saluda al Papa en 2018. / EUROPA PRESS

Asimismo, don Demetrio se adentra en su vida personal, en tono distendido, diciéndonos que llegó a la diócesis, «con cierta juventud y en plenitud de fuerzas, de manera que he podido recorrerla varias veces como obispo, como secretario y como chofer en una misma persona», confesándonos que termina ya «envejecido y limitado en tantos aspectos, a causa de la edad», sintiendo en lo más vivo de su alma que puede decirnos con plena satisfacción: «He gastado mi vida por Jesucristo, el amor de mi vida. Y si mil vidas tuviera, mil vidas entregaría sin reservarme nada».

A la hora de contemplar quince años de ministerio episcopal, no es fácil concentrar en un artículo periodístico algo parecido a una síntesis de la labor realizada, ni siquiera las líneas principales de su trayectoria. Don Demetrio además ha resumido bien en la Carta pastoral de esta semana el horizonte que ha presidido su caminar, la intensa e incansable actividad que han marcado sus pasos, recorriendo sendas y caminos, paisajes urbanos y rurales, encuentros y reuniones para escuchar atentamente los problemas más agobiantes junto a las necesidades más apremiantes 

Los puntos a los que ha prestado mayor atención y en los que se ha volcado con la máxima generosidad han sido: el seminario y los seminaristas, habiendo realizado más de sesenta ordenaciones sacerdotales; las hermandades y cofradías, apoyando siempre y en todo momento la religiosidad popular en sus vertientes más cercanas a la gente; la formación y la educación de los jóvenes, a través de los colegios de la Fundación Santos Mártires, cauce evangelizador, plataforma desde la que anunciar y transmitir el Evangelio; Cáritas diocesana y las asociaciones que, de una forma directa o indirecta, se dedican a los pobres, a los débiles, a los marginados, a los migrantes; las celebraciones litúrgicas en parroquias, santuarios y ermitas, en las que la palabra de Dios tiene una especial resonancia desde el altar, para llevar la luz y el aliento de Jesucristo a todos los lugares y ambientes.

Cada comienzo de curso, don Demetrio ha ofrecido unas Cartas pastorales especiales con la programación para el año, enmarcadas en los acontecimientos eclesiales más importantes: El aniversario del Concilio Vaticano II; Córdoba, una diócesis en estado de misión; el año de la fe con san Juan de Ávila; los jubileos generales o aniversarios más locales como los 1.100 años del martirio de San Pelagio.

Demetrio Fernández en un seminario menor en 2010.

Demetrio Fernández en un seminario menor en 2010. / CÓRDOBA

Estas cartas del obispo, en el comienzo de cada curso, han sido auténticos pórticos de luz para la diócesis, incidiendo en el momento social y eclesial en que se vivía. Y ya, ocupando el primer plano de la actualidad, la figura de Osio, ensalzada con todos los honores, cuando se cumplen 1.700 años del Concilio de Nicea.

Emociones y recuerdos

En la parte final de su carta pastoral, don Demetrio selecciona algunas de sus emociones y recuerdos más entrañables: «He podido tender mis manos a miles de personas en mis visitas pastorales, he constatado la fe y las buenas obras de un pueblo que camina y ama al Señor y a su Madre bendita. Y eso me ha estimulado en mi fe y me ha ayudado a tener presente en mi oración a tantas personas que viven, que aman y que sufren en esta diócesis querida de Córdoba».

Jubilación viene de júbilo. Pero la vida de un obispo, de un sacerdote y de los religiosos ha formado parte de vivir en la órbita de Dios. José Luis Martín Descalzo, sacerdote y escritor, lo expresó admirablemente en su Carta a Dios: «Me diste primero el ser, el gozo de respirar la belleza del mundo. Luego, me diste el asombro de mi vocación. Ser cura es maravilloso. Sé aún lo que es el gozo soberano de poder ayudar a la gente y el poder anunciarles tu nombre. Tú eres la última y la única razón de mi amor».

Son palabras que hoy, en su especial cumpleaños, don Demetrio podrá saborear con una sonrisa de paz en su semblante. Sus quince años como obispo de Córdoba dejan no sólo intensas actividades hasta el agotamiento, sino un reguero de gracias y de dones para tantas personas como percibieron la presencia de Dios en su labor apostólica.

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