Adiós a un genio de las letras | Su relación con Córdoba

Antonio Gala, cordobés hasta los huesos

Siempre se sintió atraído por el legado andalusí que rezuma vivo en callejas y rincones

Manuel Gahete

Manuel Gahete

Junto a nombres rutilantes, señeros, necesarios, como Séneca, Góngora, Ángel de Saavedra, Ricardo Molina o Pablo García Baena, Antonio Gala pertenece a la eterna historia de Córdoba. Que naciera en la noble villa ciudadrealeña de Brazatortas, donde apenas viven 1.000 habitantes, y en aquel valle de meandros residiera en su más tierna infancia, rodeado de labranza y libros, nada aporta a la biografía esencial de Antonio -como le gustaba que lo llamáramos sus amigos, aunque fuera su nombre de pila, por fáctica voluntad de sus padres, Antonio Ángel Custodio Sergio Alejandro María de los Dolores Reina de los Mártires de la Santísima Trinidad y de Todos los Santos-, cordobés hasta los huesos.

Con sus nueve años recién estrenados llegaría a Córdoba y solo con 14 ya pronunciaba conferencias en el ahora Real Círculo de la Amistad, a donde venía acudiendo cabalmente cada vez que se le reclamaba, dejando en el aire de sus estancias el aroma distinguido e irrepetible de su presencia y los ecos singulares de su palabra única, brocada de inteligencia y amenidad. Lo escuchábamos, rendidos y anhelantes, leyendo sus versos miríficos en el Salón de los Espejos, uno más en el ciclo Siete Generaciones Literarias de Poesía en Córdoba, que conmemoraba, en el concierto de múltiples actividades, el 160 aniversario de la fundación de esta solariega institución cordobesa. Con motivo de estos actos, se adornaba el Patio del Pozo con un bellísimo azulejo donde quedaba grabado uno de los muchos poemas que Antonio ha dedicado a la ciudad de Córdoba, ese testamento andaluz escrito a sangre y fuego que testimonia lúcidamente el amor inconmensurable de Antonio por Andalucía. Amor que Andalucía le ha devuelto multiplicado concediéndole algunos de sus títulos y premios más relevantes: Doctor Honoris Causa por la Universidad de Córdoba (1982); Hijo Predilecto de Andalucía (1985); Premio Andalucía de las Letras (1989); Premio de la Fundación Ibn al-Jatib de Estudios y Cooperación Cultural (Granada, 2005); Académico de Honor de la Real Academia de Córdoba (2008); Premio Elio Antonio de Nebrija de las Letras Andaluzas (Córdoba, 2012); Hijo Adoptivo y Medalla de Oro de la ciudad de Málaga (2014) y Cordobés del Año (1985).

Acompañado del cronista de Córdoba, Miguel Salcedo Hierro, y Ana Padilla, cuya tesis doctoral versaba sobre la obra dramática del escritor, el más veterano y la más moderna de los numerarios de la Real Academia, Antonio Gala volvió a brillar con luz propia; esa luz especial con la que inviste las palabras más oscuras, encendiéndolas sin privarlas de su esencialidad de sombra. Cuando habla, sabe tañer el cántico triste que destila el sonido de la felicidad inalcanzable, efímera, con su acento agridulce. Proclama en nombre del hombre un espacio posible donde vivir en libertad sin confinar la vida de los otros. Aguza a despertarse al hombre domesticado, sometido a normas, conculcado bajo torpes piedras de silencio, acostumbrado a callar y a conformarse. Y desde la serena rebeldía, con debelada bravura, forjará una privativa teoría de la liberación que muchos habremos de secundar sin reservas.

Y cuando calla... ¡Ah, cuando calla destila un no sé qué embravecido que queda balbuciendo! Defensor de derechos sociales y humanos exige para el hombre una férrea voluntad de superación, de conquista, ponderando siempre la virtud de los sabios, la excelencia de los mejores, el valor más que el precio. Pero él conoce muy bien la naturaleza humana; la infinita soledad del creador en el denso boscaje de una selva hostil; la perversión en torno a la obra de arte; el oscuro complejo de la mediocridad que detestaba postulando la igualdad de todos en la infinitud de las estrellas, nunca en el cieno de los chortales.

Conocí a Antonio en Marbella, cuando compartíamos jornadas de convivencia en las noches cálidas del verano andaluz, rodeado de compañeros de trabajo y un abigarrado espectro de artistas, políticos y gentes de buen vivir, según como se mire. Ya conocía su universo literario, identificable y propio, abierto siempre al desafío de los límites. Su horizonte dramático, innovador y compulsivo, establece un antes y un después en la dramaturgia contemporánea. Cuando trabajaba en la provincia, rodeado de adolescentes más aventureros que venturosos, no me perdía ningún estreno de sus obras en el Gran Teatro de Córdoba, a cuyas citas acudíamos Ana y yo puntualmente: Petra regalada, La vieja señorita del paraíso (1980), El cementerio de los pájaros (1982), Samarkanda, El hotelito (1985), Séneca o el beneficio de la duda (1987). Porque no había más que acercarse a su palabra para sentir la magia de su voz persuasiva, el lírico rasgueo de los diálogos, el genio del discurso, el brutal alarde de humanismo, la violencia gentil de las pasiones, el galante juego de las verdades fingidas, la realidad expectante como telón de fondo. Toda su dramaturgia aparece investida de emoción e inteligencia, de crudeza y prodigalidad, de rebeldía y equilibrio.

Pasión nunca cumplida

Lope de Vega, en la jugosa plática que departen Laurencia y Mengo en Fuenteovejuna, configura un interesante triángulo de amor, desazón y deseo, extraño tal vez al sentimiento amoroso que atenaza a los amadores y, sobre todo, ajeno a ese erotismo amargo que arrastra a los enamorados a la muerte. Se trata de un amor festivo, lúdico, consciente de su voluble naturaleza y la posibilidad finita de su consunción, que busca el goce inmediato y no ata eternamente porque, en definitiva, conoce la exigua solidez del sentimiento, vulnerado con fiereza por prejuicios y convenciones. Un sentimiento del amor que me lleva a identificarlo con la pasión nunca cumplida que Antonio deja trasparecer en el tegumento de sus obras, tas de su narrativa, canevás de sus poemas.

Antonio Gala, nombrado Doctor Honoris Causa por la UCO (1982).

Antonio Gala, nombrado Doctor Honoris Causa por la UCO (1982). / CÓRDOBA/ARCHIVO

Antonio penetra en un juego azaroso impregnando con nuevos significados el desdén, el desamor, la desventura, que nada restan a la belleza del amor, dotado con todas las pertenencias de la abundosa herencia literaria que, manando en el bíblico Cantar de los cantares, se filtra en el sanjuanista Cántico espiritual; arrastra las arenas de los clásicos; empapa a Juan de Mena, Jorge Manrique, el Marqués de Santillana; y alcanza los inmortales versos de Garcilaso de la Vega; para atraer a la memoria la primitiva lírica de nuestros ascendentes y espejarse en el caudal de los poetas contemporáneos, licuando el clamor de Rainer Maria Rilke, a quien Antonio leía precozmente, embaulado por la fascinación: "¿Cómo sujetar mi alma / para que no roce la tuya?".

Ginferrer pone el dedo en la llaga cuando asevera, a propósito de los Poemas de amor de Antonio Gala, que "si hay algo verdaderamente duradero, elevado, hermoso y noble en el legado literario de la lírica en castellano es sin duda ese tronco irrigador y fecundador de tradición poética". Este legado brota incesante en la poesía erótico-amorosa de Antonio Gala. Desde la expresividad del octosílabo hasta los eneasílabos de espinosa arquitectura. Desde los ágiles heptasílabos hasta el endecasílabo heroico. Todo cabe en su voz madura y honda. Desde el barroco brocado Para Mirta hasta los atañidos por el aire de la fresca inspiración que Gala reúne en Sonetos de la Zubia. Gala y Góngora. Siempre el arte que conmueve la vida y no que la retrata. Al fin, el propio Antonio reconoce que la poesía no es "vía de comunicación" sino "posición de aprendizaje, de pregunta, de perplejidad: algo que no es más que una vía de conocimiento", lo que ya proclamaba el visionario Aleixandre.

La membrana poética deviene traspasada por continuos dilemas, un agallón de preguntas incontestables, el relámpago cósmico de la interrogación retórica. El amor lastima y duele. Los amantes son guerreros que vencen al ser vencidos. Y es frágil, quebradizo como el cristal más delicado. Si el amor tuviera como sino su esencia perdurable, tal vez perdería ese rozagante y persistente encanto, esa seducción súbita por la que todo se arriesga. Los poemas de Antonio, sin embargo, no se abisman, en fatal pesimismo. En ellos, cunde fértil el fiero júbilo y la apacible pena; ese intenso trance entre el placer y la melancolía, la certeza y la duda. Como acaece con todo amor humano que se vive, que se sobrevive, que se coparticipa, que se integra.

Acervo andalusí

Antonio es, sobre todo, un enamorado de Córdoba, quizás porque siempre se sintió atraído por el legado andalusí que rezuma vivo en el agua y en el aire, entre los muros y las frondas, en las callejas y los rincones, entre el cielo y la tierra. En 1990, con El manuscrito carmesí, Antonio iniciaba con vital energía la búsqueda enamorada del acervo andalusí que nos unge, nos curte y no se extingue. Entre los años 1993 y 1994, Antonio publicará con profusión textos casi sagrados sobre nuestra herencia e identidad andaluzas a las que rindió siempre cumplida memoria: En 1993, Córdoba de Gala significará un audaz recorrido por los yermos adumbrados de esta ciudad seductora; y, al año siguiente, Granada de los nazaríes, Andaluz, Poemas cordobeses y Testamento andaluz vendrán a consolidar la bendición generosa que empapa de nostalgia los senderos de la solitaria y lejana Córdoba. En 2002 tuve el honor de caminar junto a él en el osado y ambicioso proyecto de radiografiar el esplendor de Córdoba y su entorno provincial en la colección de vídeos Descubra Córdoba y su provincia, editados por el Diario CÓRDOBA.

Porque Antonio se refleja en Córdoba como Córdoba brilla en su mirada. Desde que su fundación se asienta en el antiguo convento de Dominicas del Corpus Christi, construido y crecido biológicamente en la Córdoba del siglo XVII, una luz dormida se enardece en los claustros desiertos; una luz que no cesa de fulgurar en hornacinas, ángulos, patios, estancias, acequias y alféizares; una luz copartícipe de la luz desleída en la fausta dulzura de unos ojos que se irisan cada nuevo año, con renovada fuerza, en el ardor poético, la creación artística y el éxtasis de la música, salpicando incesantemente el vigor de la juventud.

Antonoio Gala, en una rueda de prensa celebrada en su fundación (2011).

Antonoio Gala, en una rueda de prensa celebrada en su fundación (2011). / A.J. GONZÁLEZ

El lema de la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores evoca el exquisito verso del Cantar de los cantares: "Pone me ut signaculum super cor tuum/Ponme como un sello sobre tu corazón". Tal lema preside la actividad diaria en el recogimiento íntimo del antiguo convento donde durante siglos se levantó la reflexión y el amor más espiritual. Es el afán de su fundador que el paso por la casa impregne de tal forma el carácter de los jóvenes creadores que se reconozcan unos a otros en el futuro, aunque nunca coincidieran en aquellos ancestrales claustros; que, al verse, tengan conciencia de haber compartido un mismo sueño en la ciudad hospitalaria que los pobló de caricias, sin ni siquiera haberse visto. Y que reconozcan su estancia en la fundación como un paso decisivo para cumplir ese lúcido y utópico deseo de dedicarse para siempre a la creación sin horizontes. "Con todo el fervor de mi corazón así anhelo que sea. Entre otras razones, porque no conozco mejor inmortalidad que la de ser recordado, con afecto y respeto, por quienes nos sucedan".

Si Antonio alumbra por su palabra escrita, tanto más deslumbra por su verbo prodigioso, tachonado de magia, autenticidad y poesía. Condigo con los clásicos: Gala es hombre (...) sabio y prudente. No hay más que oírlo hablar con tan grande elocuencia, su ornamento en el decir, el uso efectivo de vocablos dulces y sabrosos y el recurso de los muchos ejemplos acomodados al propósito de su menester. Su voz suena inflamada por un lenguaje hímnico.

Desde el centro profundo de esta llama viva que, sin piedad, consume, agradezco a este periódico la oportunidad única de expresarte de nuevo mi admiración impenitente, a ti que eres forjador del idioma, en quien se entiba la poderosa ciencia de las tradiciones; a ti que nos has enseñado la mayor sabiduría, la que se transcribe con los lenguajes de la libertad y el amor; a ti que has comparado Andalucía con el arte y la belleza; a ti que la has amado con el corazón y honrado con el conocimiento; a ti, eterno contemplador de la vida, vencedor de la muerte a la que te entregas con la fortaleza de los héroes y la serenidad de los dioses; a ti amigo del alma, porque elegiste Córdoba para otorgarnos el don de tu palabra, el legado de tu obra, el luciente crisol de tu creación cuya luz ya es inmarcesible; porque "al dejar de ser casi uno mismo, se empieza a ser el todo".