REPORTAJE

Templo Romano, la historia interminable

Más de setenta años dura ya su plena recuperación, ya que las

actuaciones han sido intermitentes y la última está paralizada

Un obrero corta las ferrallas que asoman por encima de los capiteles falsos en 1988.

Un obrero corta las ferrallas que asoman por encima de los capiteles falsos en 1988. / Fotos: RAFAEL MELLADO/LADIS/ARCHIVO MUNICIPAL

Francisco Solano Márquez

Francisco Solano Márquez

Cuando a principios de los años cincuenta el Ayuntamiento emprendió la terminación del cuerpo recayente a la calle Claudio Marcelo, los albañiles tropezaron con fragmentos de columnas, capiteles y arquitrabes pertenecientes a un edificio romano. En un principio, y para que no estorbasen en sitio tan céntrico, los restos se fueron depositando en la plaza de Jerónimo Páez, delante del palacio adquirido por el Estado para Museo Arqueológico. La Hoja del Lunes comparaba el aspecto de la plaza con las ruinas de Numancia. El periodista Rafael Gago recordaba en este periódico que el proyecto de construcción de la fachada municipal, firmado por el arquitecto Rafael de Luque y Lubián, se remontaba a 1879, pero la obra no se terminó, por lo que el ala de la calle Claudio Marcelo ofrecía un aspecto de abandono y ruina.

El hallazgo de los vestigios arqueológicos obligó a reformar el proyecto. Un artículo sin firma (que cabría atribuir a Rafael Castejón) recordaba entonces que cuando se abrió el primer tramo de la calle Claudio Marcelo, proyectado en 1877, ya aparecieron basamentos romanos como también «fueron abundantes los hallazgos al construir la nave de oficinas (municipales), tomando espacio al patio principal». El propio topónimo Marmolejos, que ya ostentaba a finales del siglo XIV la actual calle Capitulares, daba una pista clara, que el historiador J.M. Escobar Camacho relaciona hoy con «la presencia de pequeños trozos de mármoles procedentes de las ruinas del antiguo Templo Romano».

Poca colaboración estatal

Pronto se descartó que los restos correspondiesen al palacio del pretor de la Bética, como se había especulado en principio. En el verano del 53 la Comisión Provincial de Monumentos afirmaba ya que pertenecían a un templo romano «de unas dimensiones magníficas inusitadas», criterio compartido por el director del Museo Arqueológico, Samuel de los Santos, que dibujó un croquis del hipotético edificio, mostrándose partidario de su reconstrucción in situ.

Ante la importancia de los vestigios arqueológicos, el alcalde Antonio Cruz Conde pidió la colaboración del Estado para continuar las excavaciones, pero tanto Bellas Artes como el Ministerio de Gobernación carecían de consignación presupuestaria, así que la excavación permanecía paralizada y ofrecía «un aspecto ruinoso», en opinión del periodista Gago. La visita del director general de Bellas Artes, el granadino Antonio Gallego Burín, en noviembre del 53, se tradujo en una modesta subvención de 80.000 pesetas, aunque no sería la única, pues un año después el propio Ministerio de Educación Nacional prometió otras 90.000. Ayudas voluntariosas pero insuficientes, lo que provocaba interrupciones prolongadas de la excavación y el consiguiente crecimiento de la vegetación silvestre entre los venerables mármoles, una vergüenza.

Hallazgo 8 Excavación del Templo Romano, descubierto al ampliar el Ayuntamiento. | RAFAEL MELLADO/LADIS/ARCHIVO MUNICIPAL

Hallazgo: Excavación del Templo Romano, descubierto al ampliar el Ayuntamiento. / FRANCISCO SOLANO MÁRQUEZ

El pueblo llano también percibía las piedras como un estorbo para la libre circulación por una acera muy frecuentada cuando el mercado cubierto de La Corredera –demolido en 1959– originaba intenso tránsito matinal. Muchos cordobeses respiraron el 19 de septiembre del 54 cuando leyeron en este periódico que «la calle Nueva se liberó de los enormes restos arqueológicos que impedían el paso por la acera». El alcalde concibió la idea de integrar los restos en un jardín arqueológico, creando una fachada a Claudio Marcelo en forma de U; un «patio romano», como lo llamó el periodista Manuel Medina. Al mismo tiempo, se proyectó la ampliación en altura del edificio municipal para compensar lo que se perdiese con el jardín. El lento avance de las obras también repercutía negativamente en algunos servicios municipales «instalados pésimamente de forma provisional», como las oficinas de Recaudación.

Una nueva paralización de las excavaciones se produjo en noviembre del 57 tras el descubrimiento de galerías, pozos y lienzos murales, así como fragmentos de fustes, capiteles y basamentos; para la gente, un montón de ruinas.

Dictamen de García Bellido

El dictamen definitivo sobre el origen de aquellos mármoles lo aportó en enero de 1959 el director del Instituto Español de Arqueología Rodrigo Caro, del CSIC, Antonio García Bellido, que estudió los restos in situ a petición del Ayuntamiento, como también hizo el arquitecto conservador de la zona, Félix Hernández, que coincidieron en identificarlos con un templo romano. En unas declaraciones a este periódico Bellido vaticinó que «será con la Mezquita el testimonio más grandioso del pasado de Córdoba».

La Real Academia de Historia felicitó al Ayuntamiento por la excavación, animándole a continuarla y a conservar lo hallado. Un buen aval para los propósitos municipales. Una vez determinada la planta del edificio podría comenzar la reconstrucción de su pórtico gracias a los restos hallados en el curso de las excavaciones, «suficientes para tal fin». En febrero de 1960 Gallego Burín volvió a visitar el lugar y anunció la consignación de 150.000 pesetas más para las obras.

Pórtico del templo reconstruido entre la jaula de andamios, en 1969.

Pórtico del templo reconstruido entre la jaula de andamios, en 1969.

Tras un encuentro con el profesor García Bellido y el arquitecto Félix Hernández para aclarar sus competencias, el alcalde anunció en la Hoja el Lunes (10 de octubre de 1960) la inmediata continuación de las obras de reconstrucción del templo, hasta el punto de que muy pronto comenzaron a alzarse en las «ruinas recayentes a la calle Claudio Marcelo las columnas de la construcción romana con arreglo al proyecto de reconstrucción ideal» que había formulado el arqueólogo. García Bellido plasmó en un detallado dibujo su hipótesis sobre el aspecto ideal del Templo Romano, dedicado al culto imperial, y estableció su paralelismo con la Maison Carrée de Nimes (Francia). Se trataba de un templo hexástilo (seis columnas alineadas en el pórtico que miraba a la calle Calvo Sotelo, hoy Capitulares). Su planta mide 32 metros de longitud por 16 de anchura; tiene 9 metros de altura y se sustenta sobre un podio de 3,5. Sus elementos más característicos son fustes estriados con capiteles corintios de mármol blanco, datados entonces en el último cuarto del siglo I d. C.

Según el panel informativo que pervive en la entrada del recinto por María Cristina, el santuario «formó parte, junto con una plaza intermedia y un circo, de un gran complejo arquitectónico en terrazas erigido por la provincia Bética junto a la muralla oriental de su capital, Colonia Patricia Corduba, y a la entrada en esta de la Vía Augusta».

Reconstrucción parcial

Siguiendo el modelo de García Bellido, Félix Hernández dirigió la reconstrucción parcial del templo. Durante años permanecieron allí las columnas enjauladas entre los andamios y las ferrallas asomando por encima de los capiteles y delatando su falsedad, pues, salvo tres de ellos –que se distinguen por su aspecto erosionado– son piezas postizas, al igual que la mayor parte de los fustes; meras reproducciones de hormigón, siguiendo los criterios de la época. Hoy sorprende que no se hayan incorporado a la reconstrucción las basas, fustes, capiteles y arquitrabes que ahora se pueden ver en el hall del Ayuntamiento colocados sobre palés así como a los pies del propio templo, entre jaramagos, o depositados en el patio del Museo Arqueológico y en plazas como Jerónimo Páez y las Doblas.

Algunos restos del templo están en el hall de Capitulares.

Algunos restos del templo están en el hall de Capitulares.

En un artículo compilatorio Francisco José Rueda subraya que tras más de veinte años de olvido las excavaciones se reanudaron a mediados de los años 80 pero la puesta en valor del templo «no ha tenido ni la atención ni la intensidad que se esperaban». Hay que valorar no obstante que en 2013 se realizaran algunas mejoras al amparo de la Ruta Bética Romana, como la limpieza de vegetación, la apertura de un acceso por la calle María Cristina, la instalación de iluminación artística y la sustitución de la celosía metálica que lo ocultaba por una valla transparente de metacrilato, que facilita la contemplación desde la acera. También se colocaron soportes informativos, trabajo a la larga estéril por falta de mantenimiento, como se puede apreciar en el de la esquina de la calle Claudio Marcelo, cuya información han ido borrando el tiempo y el vandalismo.

Tras la imagen del pórtico parcialmente reconstruido, los arqueólogos han ido hurgando en las entrañas del yacimiento para descifrar nuevas claves del edificio, entre ellos, José Luis Jiménez en dos etapas y Juan Francisco Murillo y su equipo, además de trabajos de investigación de los arqueólogos Vaquerizo, Garriguet y otros, que se pueden leer en publicaciones especializadas. En algunos casos, suma de esfuerzos entre la Universidad y el Ayuntamiento a través de su Gerencia de Urbanismo.

Infografía del Templo Romano cuando sea visitable al término de las obras.

Infografía del Templo Romano cuando sea visitable al término de las obras.

Esa puede ser la somera memoria del pasado del monumento. El último capítulo, amparado por el Plan Turístico de Grandes Ciudades, pretende hacer visitable el conjunto arqueológico, pero quedó paralizado en abril de 2019 y motivó la rescisión del contrato con la empresa Arquetec, que poco después entró en concurso de acreedores. Un laberinto administrativo del que aún no se ha salido. Mientras tanto, al pie de un blanco testero permanece marginada la estatua marmórea del fundador de Corduba Claudio Marcelo, labrada por Marco Augusto Dueñas, que aguarda en silencio la culminación de un proyecto arqueológico emprendido hace más de setenta años. Una historia interminable, pero en este caso no la firma Michael Ende.

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