REPORTAJE

Músicos en primera línea de batalla

Córdoba tiene 39 artistas con licencia para actuar en la calle de los cuales salvo cuatro, todos son músicos y la gran mayoría, hombres

El dúo Bass Voice, en la esquina del Bulevar Gran Capitán.

El dúo Bass Voice, en la esquina del Bulevar Gran Capitán. / MANUEL MURILLO

Araceli R. Arjona

Araceli R. Arjona

Levantarse cada mañana cuando suena el despertador, preparar el mejor look (o el más cómodo, según la estación del año y la hora del concierto), tomar el desayuno con los niños y dejarlos en el colegio, si los hay, afinar la guitarra y aclarar la voz, hacer deporte o poner una lavadora antes de salir. Aunque no haya hora fijada para la actuación, dormirse en los laureles puede suponer un día perdido. Si uno quiere elegir sitio, se recomienda cargar los bártulos con tiempo, hay mucha competencia, sobre todo en determinados sitios y en fechas señaladas como la Navidad, cuando las calles están más llenas de público potencial que de costumbre. Esa es la rutina diaria de los músicos callejeros de Córdoba, artistas situados en la primera línea de batalla a los que una mezcla de vocación, amor al arte y necesidad les obliga a estar inspirados sí o sí cuando levantan el telón en la plaza pública. Sin taquillas en las que comprar entrada, conviene no olvidar la gorra o el platillo y ser paciente. Si hay talento, el dinero acabará cayendo. Si solo hay oficio y ganas, habrá que esmerarse en otros dones para ganarse el favor del público y el jornal. 

Carlos Puya tiene 42 años y es uno de los músicos que monta su escenario en las calles de Córdoba. Tiene una historia digna de un monólogo mezcla de horror y humor. De chaval, fue teclista en grupos de rock y heavy, pero en 2001 dejó la música. Con la intención de formar una familia, cambió de tercio y empezó a trabajar como mensajero y repartidor hasta que se colocó como camionero. En 2010, sufrió una bajada de defensas y pilló una meningitis «de las malas», explica, «con fallo multiorgánico y demás» de la que se salvó gracias a la sanidad pública y «por los pelos», tras pasar por la UCI y desprenderse de la mitad de su peso. «Me dio un derrame cerebral y tuve que aprender a escribir y a hablar de nuevo, además de perder un oído, yo que soy autodidacta». Además, desarrolló una epilepsia que pese a estar controlada, le impide volver a trabajar al volante. «El monólogo se hace solo», bromea, «volví a la música después de quedarme sordo».

Carlos Puya, con el teclado y la armónica, en el Bulevar Gran Capitán.

Carlos Puya, con armónica y teclado, en el Bulevar Gran Capitán. / AJGONZALEZ

Después de dos años completamente dependiente, recuperó la autonomía y entonces le ofrecieron dar un concierto en un bar. «Desde el 2013, hago micros abiertos en distintos sitios, también estuve como pianista en un hotel hasta que llegó la pandemia y todo se fue al garete». En el tiempo de las restricciones, hizo un crowdfunding y grabó el disco que ahora vende en la calle. «Decidí sacarme la licencia porque somos cinco en casa, tengo tres nenes y la cosa está complicadilla, así que de lunes a domingo, todos los días y todas las horas que puedo estoy aquí», afirma, «esto es muy bonito porque la gente se para y te felicita, pero también tiene sus cositas, a veces te roban, hacen como que te van a echar dinero y se llevan un billete, o te gritan... y bueno, se saca un sueldecito más o menos si le echas muchas horas». El 27 de noviembre, «compitiendo con el mundial y la media maratón», presentó su disco en el Long Rock, «y no fue mal». Igual se le ve con la guitarra al hombro que con el piano, al frente de un repertorio de lo más variado. «A la gente le gusta conocer la canción, por eso, aunque a veces hago alguna mía, lo que más canto son baladitas de Los Secretos, Imagine, El hombre al piano con la armónica... voy cambiando». Lo bueno de tocar en la calle, asegura, es que «echo tantas horas que estoy en mi mejor momento musical porque te pasas el día ensayando».

Por muy duro que sea un invierno en Córdoba, «siempre es mejor que el verano», coinciden los músicos, que según el listado facilitado por el Ayuntamiento de Córdoba, son hombres en una mayoría aplastante, 29 ellos y 10 ellas. Del total de licencias, todos son músicos salvo 2 pintores y 2 titiriteros. Una de las voces que suenan estos días en las calles de Córdoba es la de Silvia, ex vocalista de la Banda Sureña durante muchos años, que junto a Paco Record, han formado el dúo Bass Voice. Por el centro los encontrarán. Paco se marchó a Holanda con 20 años para probar suerte con la música y fue tocando en la calle donde hizo los contactos que le llevaron a moverse por el mundo, dando conciertos con su bajo. Durante la pandemia, regresó a Córdoba y decidió salir a la calle porque todo estaba parado y no había trabajo. Empezó solo con su bajo y al ver que le iba bien, contactó con otra gente para que fueran con él, primero haciendo flamenco y este año, con Silvia, una voz curtida en orquestas que se forjó en la música de forma autodidacta. «Mi madre y mi padre cantan, así que llevo la música en la sangre», dice convencida. Su terreno es el funky y el soul, así que les oirán interpretar temas de James Brown, Bruno Mars, Alicia Keys y Beyoncé aunque también de cantantes españolas como Vanessa Martín o India Martínez. «Lo peor de trabajar en la calle es que cuando hay mal tiempo todo se complica mucho», explica Silvia, que destaca por encima de todo las cosas buenas. «Yo disfruto mucho, me gusta estar a pie de calle porque sobre el escenario el contacto con el público es más frío, aquí es muy cercano, la gente es muy agradecida, te dan la enhorabuena, te dicen lo que piensan, generalmente cosas bonitas, y eso te motiva».

Óscar Sánchez, en el Puente Romano.

Óscar Sánchez, en el Puente Romano. / AJGONZALEZ

El Puente Romano es uno de los lugares más cotizados en la escena de la música callejera. Esta mañana, se oye desde las nueve de la mañana el sonido que brota de las manos de Óscar Sánchez con temas de Alejandro Sanz, Antonio Flores, Antonio Vega, Queen, Elton John, The Beatles... Su padre tocaba el órgano como hobbie y él entró en el Conservatorio con siete años aunque no llegó a terminar la carrera. Le gusta situarse en el puente porque «no hay vecinos y no molestas a nadie, en el Centro hay que controlar el volumen y los horarios», explica Óscar, pianista, con licencia desde hace tres años. Trabajó mucho tiempo una tienda de ropa hasta poco antes de la pandemia. «Lo dejé porque la cosa iba mal y decidí tocar en la calle después de que un compañero de la Diver Band (su otro proyecto musical) me animara a sacarme el permiso». Para él, tocar en la calle es a menudo un privilegio. «El entorno es maravilloso y hay personas que te dicen cosas que te llegan adentro, incluso me han escrito un par de poemas», afirma, «lo malo es que el clima de Córdoba es muy puñetero y el verano muy largo». No hay más que ver el bronceado caribeño que luce en pleno mes de diciembre. «Tengo las manos que parezco Kunta Kinte», dice entre risas, «pero no es de la playa ni nada de eso, es de estar a pleno sol», recalca, mientras se sube las mangas y deja ver el corte. 

Antonio, uno de los músicos habituales del Puente Romano.

Óscar Sánchez, en el Puente Romano. / ARACELI R. ARJONA

A unos metros, esta mañana se oye la guitarra flamenca de Antonio Gálvez, que lleva «media vida» tocando en la calle, unos 30 años. Aunque hay altibajos según la temporada del año, vive de la música, tocando tarantas, soleás, bulerías y demás palos del flamenco. «No me puedo quejar porque vivo de lo que me gusta y estoy contento con lo que hago, me reconforta», afirma, «a veces, se para un corrillo grande a escucharte, pero otros días ves que pasa gente y gente y no te echan nada, entonces te vienes abajo... supongo que somos muchos en la calle, aunque siempre nos encontramos los mismos». No sabe leer la música, «yo lo cojo al vuelo y lo llevo a mi terreno, no todos somos Paco de Lucía o Vicente Amigo, pero cada uno tiene sus cualidades». 

Fernando León (nombre artístico), en Ronda de los Tejares.

Óscar Sánchez, en el Puente Romano. / AJGONZALEZ

El panorama musical callejero cordobés es de lo más heterogéneo e incluye personajes tan peculiares como Fernando León, al que habrán visto cantar por Ronda de Tejares su hit Lady Laura mientras lee las letras en el móvil. «He trabajado en la construcción, pero con mi edad (60 años), la cosa está mala». Sus hermanas cantan y le dijeron que probara también él y ni corto ni perezoso. Nunca ha estudiado música, pero decidió que canta lo bastante bien para obtener la licencia, presentó sus vídeos y ahí está. «Yo canto lo que pillo, Roberto Carlos, Julio Iglesias, Javier Solís, Emilio José...», explica, «creo que a la gente le gusta porque me dicen que tengo un vozarrón...».

El californiano Gary Reid, en el Centro de Córdoba.

CÓRDOBA / MANUEL MURILLO

También se puede encontrar a algún músico furtivo, como el californiano Gary Reid, cantante de rock, que ha pasado esta Navidad por Córdoba dentro de la vuelta al mundo que está haciendo. Su pierna ortopédica no le impide vivir al límite. «Vengo de Sevilla y después iré a Lisboa, Sicilia, Atenas, Sri Lanka, Australia y Hawai...» Le han contado que hace falta licencia, así que intenta ponerse donde no moleste a otros músicos. «Me encanta mi trabajo, cuando dé la vuelta al mundo, empezaré otra vez». Mientras tanto, en cada puerto, una canción.

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