Diario Córdoba

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REPORTAJE

Una puerta a la memoria de los siglos

El Archivo Municipal de Córdoba alberga bajo sofisticados sistemas de preservación y seguridad un valioso patrimonio documental que da buena fe del pasado de la ciudad

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Una profesional del Archivo sostiene uno de los libros protegidos. FRANCISCO GONZÁLEZ

A mediados de noviembre --el día 20 concretamente-- del año 1284, las gentes de Córdoba recibían alegremente el privilegio de celebrar dos ferias al año por parte del rey Sancho IV de Castilla, sin saber que siete siglos después perduraría esa alegría en una ciudad que, sin perder sus tradiciones, ha evolucionado hasta lo que es hoy en día. Más de 700 años de la Feria de la Salud que han llegado hasta hoy gracias a una labor silenciosa de quienes, en su momento, decidieron dar el valor necesario a unos documentos que germinarían, más tarde, en la historia conocida de una ciudad como Córdoba.

La historia se hace, acontece, pero también la hacen quienes, mirando con perspectiva sus frutos intangibles, perseveran en la idea de un pasado con futuro. Y con esa razón de ser, los archiveros han mantenido, desde siempre, un oficio incansable por conservar las pruebas escritas del paso del tiempo. Quien piense que la satisfactoria labor de archivar los documentos de una sociedad --tanto gráficos como escritos-- es cosa de sus contemporáneos, quizás desconozca que el Archivo Municipal de Córdoba, que hoy deposita los siglos documentados de esta ciudad en la calle Sánchez de Feria, encuentra sus más lejanas huellas en el año 1327. Desde aquel recóndito siglo XIV, los tesoros que guarda fueron dejando atrás distintas ubicaciones hasta que en 1969 descansan en el conocido archivo de la capital, que guarda entre sus muros --en obra-- la voz de la Córdoba antigua, de las ciudades heredadas a lo largo de las diferentes épocas.

Una trabajadora del Archivo Municipal de Córdoba con uno de los tomos. FRANCISCO GONZÁLEZ

Que a mediados de un otoño como este, hace siete siglos Sancho IV, hijo de Alfonso X El Sabio, abriera las puertas a las ferias locales es ahora una casualidad que sirve, aunque parezca baladí, para poner sobre relieve la importancia de la conservación de tales retazos de la historia. Un material especial, libre de ácidos y fácilmente confundible con el plástico para cualquier curioso, recubre un pergamino --restaurado por manos expertas-- fabricado con piel de cordero pulida. En la cara interna del pellejo del animal, unos cientos de líneas sorprendentemente inteligibles otorgan permiso a los cordobeses de la época para realizar las citadas celebraciones, que no consistían en otra cosa que montar una feria de ganado, una especie de mercado libre de impuestos que, como puede intuirse, resultaba imperdible para los comerciantes de entonces.

El pergamino, que no oculta los agujeros por los que se introducía una cinta para ser atado una vez enrollado, iba acompañado por varios sellos de plomo que reposan al lado del documento en el archivo municipal. Estas piezas, solo utilizadas por reyes, daban autenticidad al documento. Los cuidados que han facilitado la resistencia al tiempo del pergamino hacen que los pocos colores que trazan varios símbolos junto al texto permanezcan inalterados. Incluso la cinta con la que se ataba el documento, que llegó desde Burgos, se conserva.

Poca casualidad hay, sin embargo, en los factores que han hecho posible que, en la actualidad, este documento esté disponible para los expertos que quieran consultarlo. Y, cómo no, para narrar una parte de la historia de esta ciudad. Como explica Ana Verdú, directora del Archivo Municipal de Córdoba, «los antiguos eran muy conscientes del valor de sus documentos». Sobre todo, de los privilegios, que guardaban «como oro en paño».

La archivera se remonta al remoto año 1327 para hablar de la primera documentación de un archivo en la capital cordobesa, con aquel Concejo primitivo que equivalía a un ayuntamiento. Según precisa, se encontró refugio a tales valiosos escritos «en unas celdas bajas en el convento de San Pablo», hoy la iglesia de San Pablo, y desde entonces ha variado constantemente de sitio hasta que a finales de la década de los 60 del pasado siglo llegó a su ubicación definitiva.

Una pieza bibliográfica para restaurar. FRANCISCO GONZÁLEZ

Hasta el siglo XIX --recuerda-- había permanecido en el convento y durante el siglo XIX se trasladó a las casas capitulares. Como cabe comprender, aquellas originarias celdas nada tienen que ver con los sofisticados sistemas que, actualmente, protegen las piezas documentales. En palabras de la directora del Archivo, la ciudad, como pocas en España, cuenta con el «más sofisticado» sistema.

Antiguamente, como cuenta Verdú, los archivos se depositaban en la llamada arca de las tres llaves. Estas arcas, cada vez más numerosas, contaban con tres cerraduras. Para introducir o sacar algún documento de ellas había que reunir a las tres personas portadoras de las llaves. Un eficaz pero rudimentario sistema que nada tiene que ver con las condiciones en las que se encuentran en estos tiempos las conservaciones.

Oxígeno inferior al 15%

El edificio donde se sitúa el Archivo Histórico se encuentra en obras de rehabilitación. Y, aunque están inconclusas, una de las novedades que la actuación ha permitido poner ya en práctica es un avanzado sistema de conservación. Al entrar a la primera sala en la que se guardan los antiguos documentos, uno puede percatarse de extrañas sensaciones que le preocuparían si no estuviera advertido. Y es que el oxígeno de las estancias se mantiene por debajo de un 15%. Eso impide, por ejemplo, según detalla la directora, que ni un mechero pueda prender su llama dentro. También reduce el tiempo de permanencia de una persona a una hora.

Quienes acceden --si son varios-- deben desplazarse de una sala a otra cerrando tras de sí puertas, sin que nadie permanezca en otra sala. A esto se añade un sistema de climatización sectorizada, en función del material que se conserva, que adecua la temperatura y la humedad del ambiente.

Junto al fuero y a los privilegios concedidos por Sancho IV, un libro de actas de 1613 impresiona por su grosor

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Esta tecnología aplicada comenzó a funcionar hace unos meses y aún esperan la llegada de cámaras frigoríficas especiales para pergaminos. Mientras, cajas de materiales adecuados y depósitos cerrados y anclados --aguantarían hasta 18 horas ante cualquier desastre-- sirven para salvaguardar en perfecto estado las piezas. Porque, en lo que se refiere a materiales tan sensibles y valiosos, toda medida de precaución y cuidado parece insuficiente.

El fuero de Fernando III

Quizás uno de los documentos más importantes que el Archivo Histórico guarda bajo llave sea el fuero de Fernando III, con el que, como destaca Verdú, se da inicio a la Córdoba cristiana. Se trata de un texto que contiene las normas que deben seguirse, solicitadas por los nobles de la época, y que data del año 1241. Además, según señala la directora, «posiblemente es el primero que se escribió en lengua romance». Una suposición que, sin embargo, no se ha llegado a confirmar por los expertos, según apostilla. Al respecto, recuerda que en ese momento la lengua oficial y culta era el latín.

Junto al fuero y a los privilegios concedidos por Sancho IV, un libro de actas de 1613 impresiona por su grosor, sus páginas rellenas a punzón y una llamativa cubierta que da buena muestra del trabajo de restauración y conservación que hay detrás. Un ejemplar que recoge lo acontecido durante el año natural en la ciudad a modo de «diario íntimo», como se refiere Ana Verdú a este y a los tantos ejemplares que se conservan. Una producción cuyos primeros libros se remontan al 1479.

El concepto de valor que indudablemente posee el patrimonio histórico no se limita solo a los registros que reconstruyen hechos relevantes. Para la directora del Archivo Municipal, que hace especial hincapié en la labor administrativa que también llevan a cabo en la institución, resulta valioso, al margen de la historia, «todo lo que prueba derechos y deberes de los ciudadanos, para empezar, y de la institución, todo lo que gestiona el Ayuntamiento...».

Históricamente estos espacios siempre tuvieron un carácter vinculado a la custodia de documentos

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El crecimiento del Archivo ni siquiera puede intuirse, pues las donaciones y las adquisiciones se suceden. Según cifra la máxima responsable de este espacio, a partir de los últimos registros, Córdoba cuenta con nueve kilómetros en estanterías repletas de documentos escritos. Sin contar, eso sí, las fotografías y todo el material audiovisual.

Y si la cantidad resulta abrumadora, más quizás lo sea el trabajo que conlleva disponer de tales archivos puesto que, como recalca Verdú, no se trata de almacenar, sino de «custodiar y de servir, y de tenerlo a un clic como lo tenemos».

El fondo administrativo

Toda la documentación emitida por el Ayuntamiento de Córdoba se transfiere al Archivo Municipal, que dispone de un extenso fondo administrativo de utilidad para la propia Administración y para el ciudadano de a pie.

Como explica la directora del centro, históricamente estos espacios siempre tuvieron un carácter vinculado a la custodia de documentos propios de la entidad local hasta el surgimiento de los nacionalismo en Europa. Fue entonces cuando la función histórica ganó terreno a un trabajo perpetuado a lo largo de los siglos.

Si bien Verdú reconoce el atractivo que genera el patrimonio documental histórico, no resta importancia, ni mucho menos, a la capacidad de recoger y disponer de archivos de utilidad pública como son planos, licencias de obras o registros de la propiedad. Una labor de la que se sirven tanto los propios ciudadanos cuando quieren acceder a datos relativos, por ejemplo, a su vivienda, o el propio Consistorio. Resulta habitual, entre otras cosas, la digitalización de planos para la Gerencia de Urbanismo. Aunque esta es una de las tantas tareas que se llevan a cabo diariamente en el recinto de la calle Sánchez de Feria.

Fotografías históricas de la ciudad. FRANCISCO GONZÁLEZ

Una función social

La labor que ejercen los archiveros, en muchas ocasiones, adquiere el nivel de obligación. Así lo expresa Verdú, quien considera democrática la función que desempeñan para facilitar el acceso a la información de la ciudadanía y las instituciones. Como mencionaba la máxima responsable del Archivo de la ciudad, no solo se trata de acumular el material donado o adquirido, sino de abrir las puertas del conocimiento a todos, de servir a quienes estén interesados en algún documento de utilidad o tender la mano a quienes deseen profundizar en la historia de la capital a través del patrimonio documental que albergan en sus instalaciones.

Para ello, a la restauración y los procesos de conservación hay que añadir un tedioso trabajo de descripción y de signaturado que permite localizar de forma eficaz el material almacenado. Y, más tarde, de digitalización para otorgar acceso telemático a los archivos. La directora de la institución recuerda que en la web del Archivo Municipal de Córdoba puede consultarse todo lo registrado hasta la fecha.

La incansable vocación del archivero lleva también a hallar nuevos tesoros para incluir en un listado cada vez más extenso. De ahí surge, por ejemplo, el proyecto de digitalizar todas las emisiones de la televisión municipal, desde programas informativos hasta publicidad de diferentes décadas, que ha llevado a cabo la entidad municipal, según indica Verdú, de una forma casi pionera en el país, puesto que, como señala, pocos ayuntamientos cuentan con tan denso material audiovisual en su haber. Una videoteca de la que, sin dudarlo, se enorgullece notablemente.

De las palabras de la máxima responsable del Archivo Municipal emana un afán de servicio público, enfocado hacia el descubrimiento por parte de los otros de un patrimonio que tienen a un clic gracias a la labor realizada desde la propia institución. Una pretensión que ni siquiera deja fuera a los más pequeños, ya que en la web cuentan con un apartado para niños en el que navegar por buena parte de la historia local. Porque la voz de una Córdoba que alza su esencia sobre las raíces de la historia reverbera en las entrañas de un inconmensurable espacio que pervive por los siglos de los siglos.

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