Diario Córdoba

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REPORTAJE

Reposo eterno en la Salud, entre ángeles y cipreses

Cecosam concluye las rutas guiadas con un recorrido histórico por el cementerio de la Salud, un camposanto singular lleno de enterramientos de símbolos y figuras ilustres

Recorrido guiado por el cementerio de la Salud FRANCISCO GONZÁLEZ

«Quiero que entréis al cementerio y abráis los ojos a todo lo que veais, no solo a los nombres de las lápidas, observad la botánica, las esculturas y los símbolos que esconde». Con esas palabras, inició este martes festivo la historiadora del arte y antropóloga Montse Alcántara el recorrido guiado por el cementerio de la Salud organizado por Cecosam con motivo del 1 de noviembre. Conocedora de los secretos del lugar, antes de entrar, se remontó al origen de los cementerios de Córdoba, antaño situados en el exterior de la ciudad, y al nacimiento de la tradición de acudir a visitar a los muertos el día de los Santos, una festividad creada para unificar el homenaje a los mártires del cristianismo tras la persecución de Diocleciano. 

El cementerio de la Salud, construido a instancias de José Bonaparte, junto a la ermita del mismo nombre, es un camposanto singular donde es posible adivinar los rasgos que definieron a algunas de las personas y familias más ilustres de la ciudad. Y es que, aunque los muertos no hablen, sus panteones y lápidas hablan por ellos. Nada más entrar en la Salud, hay un ejemplo en la tumba de María Encarnación Barbudo Torres, una pintora y poeta cordobesa casada con un escultor y muy bien relacionada con la intelectualidad de su época, que descansa bajo un monumento funerario soportado por grandes garras de león. «El material del panteón y el tamaño de esas garras da una idea de la autoestima y poderío de la familia», explica Alcántara, que se detiene a continuación en los colores típicos de los camposantos, una mezcla de verde y blanco: «El verde representa la esperanza y el blanco la pureza de las almas», señala, al tiempo que comenta la moda más reciente por las lápidas negras, cuya simbología aún no tiene explicación. La presencia de cipreses, el árbol llamado de la vida pese a ser un clásico de los cementerios andaluces, también tiene un origen simbólico. Además de hundir sus raíces muy adentro en la tierra en vertical, lo que impide que choque con los enterramientos, es una especie longeva y de hoja perenne lo que la convierte en especie ideal para estos espacios que sugieren la inmortalidad de las almas. Casi desapercibida pasa la tumba de Ramírez de las Casas Deza, humanista de renombre que dio cuenta en su lápida de todos sus méritos en latín, y que descansa junto al mausoleo de los Cabriñana, convertido ahora en sede de columbarios y alojamiento eterno de los restos del poeta Pablo García Baena, entre otros. 

En su ruta por la Salud, la guía llama la atención sobre las cruces, de todo tipo, tamaño y materiales, y las esculturas, entre las que predominan las de ángeles, como el de Mateo Inurria, que corona sobre un obelisco el enterramiento del torero Lagartijo. Curiosa es también la figura de mujer doliente que reposa sobre el panteón de la marquesa de Quero, «la única escultura del cementerio en esa actitud de desgarro y dolor». No solo es interesante la estatua sino la historia del marqués, cuyo nombre aparece en el apellido de ella pese a que fue un importante ingeniero creador en Córdoba de una fábrica de hielo y cerveza a principios del siglo XX. 

A no mucha distancia, en una lápida de difícil lectura, reposan los restos del arquitecto Félix Hernández, cuyo sello está impreso en multitud de edificios de Córdoba, y que está sepultado junto a un grupo numeroso de personalidades de la cultura en un lugar muy próximo a los condes de Colomera, cuya casa, ahora hotel, él mismo diseñó. Un ejemplo de cómo al final, la muerte sitúa a todos al mismo nivel. 

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