Diario Córdoba

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REPORTAJE

Los cementerios se llenan de vida

Después de tres años de restricciones, el 1 de noviembre vuelve a atraer a los camposantos de Córdoba a una multitud de personas comprometidas con la tradición de recordar a los difuntos

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Los cementerios cordobeses cobran vida por el día de Todos los Santos FRANCISCO GONZÁLEZ

Nada como un 1 de noviembre para encontrar los cementerios de Córdoba llenos a rebosar de vida. Aunque este sea el Día de Todos los Santos y no el de los Difuntos, que se conmemora 24 horas después, miles de personas aprovechan cada año el festivo para cumplir con la tradición de recordar a sus familiares fallecidos. Después de tres años marcados por las restricciones provocadas por la pandemia, pasear en esta fecha por los camposantos de la ciudad se convierte así en una celebración de la vida en la que el protagonismo de los que se fueron se diluye entre el ajetreo de los operarios que gritan: "¡Escalera y pintura!" en cada esquina, las conversaciones improvisadas entre vecinos de lápida y las lágrimas de los que, entre tanto bullicio, acuden hoy al cementerio para enterrar a un recién fallecido. La muerte no descansa los días festivos.

El cementerio de San Rafael quizás sea el que represente mejor esa estampa de vida entre flores muertas, las que yacen en los contenedores descoloridas, tras un año de exposición al sol y que dejan claro que la muerte no es sostenible si se tiene en cuenta las toneladas de plástico que genera. "Venimos a estar con ellos un ratito", se oye decir a un grupo de hermanas cargadas de claveles que aprovechan ese momento con ellos para encontrarse ellas también. Al irse, se despiden: "Papá, mamá, ya venderemos otro diíta".

Las mujeres son mayoría en la fiesta de los Santos, aunque lo que más llama la atención es la edad media de los paseantes. Apenas un 10% de niños, pocos, muy pocos jóvenes y multitud de personas que sobrepasan los 50 y hasta los 70 años. Si antaño la fiesta de los Santos se celebraba en compañía de toda la familia, cada vez son menos los que acuden al encuentro de los difuntos con los hijos menores, como si la muerte fuera contagiosa y se expusiera a los niños a algún peligro por acercarse a las tumbas. Para contagioso ya está Halloween y con eso ya es bastante. Quizás si se pierde la costumbre, ya nadie se acuerde de los vivos de hoy cuando hayan muerto.

Los cementerios de Córdoba se llenan de visitas por el Día de Todos los Santos. FRANCISCO GONZÁLEZ

Flores y música para el recuerdo

Al entrar en el camposanto, los más curiosos miran las lápidas decoradas en busca de nombres conocidos y se detienen al ver los panteones más exquisitos, cargados de flores caras naturales. Aunque dicen que la muerte iguala a todo el mundo, los familiares de los que se fueron se esfuerzan para mantener el estatus en días señalados como este. Así, se ven tumbas decoradas con esmero y pocos recursos, otras que buscan la ostentación en las especies florales y quienes nunca han recibido ni siquiera una flor prestada de otra lápida cercana. Al paso por un panteón atascado de hortensias, una mujer le dice a la otra: "Las cosas buenas hay que hacerlas en vida, después no valen nada", y sigue su camino.

Como en los funerales, en estos días surgen conversaciones que invitan a la sonrisa: "A mí me han preguntado mis hijos que qué hacen conmigo y yo les he dicho que lo principal es que se aseguren de que estoy muerta, que me peguen tres o cuatro guantazos antes de nada y luego que hagan lo que quieran, como si me quieren tirar río abajo", comenta una señora a viva voz en el cementerio. Y otra le responde: "A mí, que me incineren y un día que haya mucho aire, me tiren desde lo alto de un castillo". También se oyen quejas por el precio de las flores: "Las floristerías tienen una cola tremenda y en los puestos, no tienen clavellinas que son más baratas y los claveles los están vendiendo carísimos", comentan, "quería traer una docena a mis padres, pero ya volveré otro día".

Recordar la muerte de unos lleva también a hablar de aquellos a los que la muerte les ronda hoy y así, se oyen en los corrillos charlas sobre la enfermedad avanzada de un abuelo, sobre el cáncer que amenaza a un sobrino... o el nacimiento de un nuevo niño que ha amortiguado el dolor por una pérdida reciente.

La música no solo amansa a las fieras. En este caso, sirvió para dulcificar la jornada mortuoria con los acordes clásicos del violín o la viola. Así, al acabar el paseo, quien más y quien menos sale del cementerio pensando que tiene que volver más a menudo, que ir al camposanto no está tan mal aunque solo sea por desconectar del estrés. Y que ojalá quede mucho para ocupar sitio en el suelo.

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