Diario Córdoba

Diario Córdoba

REPORTAJE

Los patios luchan contra el calor

Memoria y herencia: los cuidadores miran al pasado con anhelo, reviviendo postales de unos lugares de convivencia | El verano intensifica las labores de cuidado de unos recintos únicos, donde se hace frente al termómetro con tesón

22

Patios de Córdoba en verano FRANCISCO GONZÁLEZ

Con unos ojos que ven lo suficiente -no demasiado- cerrados, Marina volvería «a la vida de antes». Y dejaría atrás, o adelante, una realidad que ha cambiado como «de la noche al día». Esa vida giraría en torno a su rincón favorito, un patio que adora desde hace 70 años, cuando llegó desde Cazorla (Jaén). Le bastan una hamaca y varias sillas para alguna visita. Unas flores bien cuidadas. Un recuerdo, quizás. Ni siquiera la mejor vista, porque ella, aunque no alcance a observar muy lejos, es capaz de mirar al pasado y vislumbrar, con añoranza, aquel patio. Los mayores, en las sillas. Los niños, jugando en la calleja. «No se tenía nada, pero se tenía respeto y se quería a todo el mundo», dice. «¿Ahora qué tienes? Para qué quieres tres o cuatros zapatos y no te mira nadie. O vestidos y ropa y de todo», piensa en voz alta. Y se pregunta, tratando de sacar valor del tiempo: «¿Ahora qué tienes?».

Marina tiene 86 años, varios hijos y la energía necesaria para mantener, año tras año, su patio cordobés, en Mariano Amaya 4. Allí mismo, se asoma al balcón y, mientras presume de flores, un vecino llega y saluda: «¿Qué pasa, centenaria?». Hace mucho tiempo, convivían hasta seis vecinos en aquella casa. Ahora, ella sola se encarga de cuidar el hogar y de que las macetas luzcan todo su encanto. En la puerta y los balcones, los tiestos sembrados anuncian la llegada a un lugar especial. En la esquina de la calleja, un falso pozo, también de su propiedad, arrebata la curiosidad. Varios carteles del concurso confirman las sospechas. Y hacen que los turistas, «a cualquier hora del día», llamen al timbre para asistir a un recorrido por la tradición cordobesa.

La vida en el patio

La tradición, para Marina, no son solo las flores, su cuidado. La tradición, para Marina, vive en la memoria. En aquellos círculos de sillas, en las conversaciones nocturnas de un patio siempre habitado, en la ropa para remendar, en unos zapatos únicos y gastados, en los juegos de los niños. De esas noches, Ana también recuerda hasta el más mínimo detalle. A sus 85 años, la más veterana de los patios cordobeses mantiene su rincón en Tinte 9 como el primer año en el que comenzó a participar en el concurso, allá por 1975.

Un joven fumando cachimba en uno de los patios. FRANCISCO GONZÁLEZ

De tiempos pasados, a esta cordobesa se le vienen a la cabeza los momentos bajo la luna, la gaseosa en los vasos de los mayores y, sobre todo, los juegos de los más pequeños. La «bilarda», el «pañuelito escondido» o «el anillito escondido». Aunque anillos «no tenías». Escondían cualquier objeto o un pañuelo y tenían que encontrarlo. Así se entretenían, mientras los mayores hablaban. Las «cosas de los nenes», como Ana se refiere a aquellos entretenimientos de entonces, han cambiado tanto como la vida en los patios de Córdoba. Especialmente, en verano. Porque, aunque «se está en la gloria» allí, ya casi ni salen.

Costumbres arraigadas

El cuidado de estos espacios, sin embargo, se ha mantenido como una tradición, perpetuada de generación a generación. Desafiando al paso del tiempo, Ana y Marina cuidan, como han hecho «toda la vida», sus rincones florales de la misma forma. Y, en la época estival, esa atención se intensifica. No solo por el riego, que llega a duplicarse.

La decana de los patios calcula que en hidratar todas sus plantas se van unas tres horas. En Mariano Amaya 4, eso mismo se hace «sin prisa», una vez por la mañana y otra por la tarde. Pero casi de nada sirve. «El aire caliente mata a las macetas», lamenta Ana. Y da una vuelta sobre sí misma, mientras señala con el dedo a todas sus plantas marchitas. Unas flores secas que este verano, más que otros, han sufrido los estragos de las altas temperaturas en Córdoba. «Este es peor, llevamos tres olas de calor seguidas», explica. Solo se salvan aquellas que se encuentran en el portal, en la galería o bajo un frondoso naranjo. A la observación y el riego, se suma la poda de las partes perdidas. Ana, a pesar de ser consciente del daño sufrido por las macetas, las riega por si retoñan. Y, si no, tendrá que replantar de cara a los próximos meses. «¿Que si tiene trabajo?», responde cuando se le pregunta. Y no necesita decir nada más.

Pilar, cuidadora de Martín de Roa 9, dando un repaso. FRANCISCO GONZÁLEZ

En San Basilio, Pilar monta una escalera por las mañanas para bajar algunos de los cientos de tiestos que adornan las paredes de Martín de Roa 9. Bajo un gran toldo intenta resguardarse del sol y proteger los pétalos. Pero sin efecto. «Todo se ha ido», lamenta. Y mira de arriba abajo las hileras de macetas. Y, sin más opción que resignarse, opina que es normal que esto ocurra estando a «casi 50 grados».

En verano, el clima juega contra la tradición de visitar estos lugares, aunque algunos patios cordobeses, de forma privada, se mantienen abiertos. Las rutas guiadas también fomentan su recorrido en estas fechas. Sobre todo, en la ruta de San Basilio. En Martín de Roa 2, varios turistas se asoman a ver los colores veraniegos, en su mayoría gamas de verdes y marrones, de estos rincones. Las grandes murallas del ‘Castillo de la Judería’ protegen, con su sombra, a este recinto y a sus habitantes vegetales, que se escapan de los sofocantes rayos solares, mientras reciben el goteo de visitantes que estos días merodean por la ciudad.

El ayer y el hoy

Bajo una majestuosa buganvilla, que sirve de techo para el patio de Martín de Roa 7, el ayer y el hoy se manifiestan en la relación entre un abuelo y su nieta. Mientras Juan, con un cigarro en mano, contempla, ordena y realiza las tareas del patio, la más pequeña come un bizcocho. Quizás los tiempos no hayan cambiado tanto. De una forma u otra, dos grandes ojos marrones en una cara pequeña y redonda observan los surcos de las manos que, como un segundo padre, la cuidan. Y se emplean en las decenas de flores que decoran aquel lugar.

Una turista admira el entorno de Martín de Roa 2. FRANCISCO GONZÁLEZ

«Ahora coge la esponja y limpia», comenta la niña antes de que el abuelo dé el siguiente paso. En esta ocasión, Juan no limpia los tiestos. Tras dar una calada, deja el cigarrillo a un lado y baja una maceta para retirar las hojas secas. En su patio, no se aprecian con tanta claridad los estragos del verano. Entre otras cosas, porque la buganvilla le quita «un buen golpe» de calor a las flores de su regazo. Y, por supuesto, porque el cordobés no descansa en sus labores de cuidado. Aunque esos efectos de las altas temperaturas pasen desapercibidos a primera vista, Juan los siente. Se podría decir que le duele el daño a sus plantas. «Las tengo que mantener, si no es que se me van», asegura. Hay plantas, cuenta, que tienen cinco, seis o, incluso, 20 años. «Lo sientes, lo sientes», repite.

El secreto para que se mantengan está en el riego y en las vitaminas. El cuidador de Martín de Roa 7 brinda a sus macetas todo lo que necesitan. Como objetivo, se plantea abrir en septiembre. Para ello, tendrá que luchar contra el calor y evitar perder brotes. Porque, en estas fechas, «es muy difícil encontrar plantas». «Son fechas muy malas», añade. Desde el 1977, se encarga de mantener aquel recinto que ya es una parte inseparable de su vida. Allí nacieron sus hijas y se están criando sus nietas, por si fuera poco. Pero el patio sobrepasa los límites de la arquitectura y se convierte en un eje vital. Es historia. «La vida era en el patio siempre», dice sin dudar Juan. En las casas, había poco que resultara de interés. «No tenías ni cocina», precisa. Y señala a los rincones de aquel lugar en los que se situaban, antiguamente, los hornillos y el baño. Ambos, fuera de la vivienda. Por entonces, hasta se dormía en el patio, «con la puerta de la calle abierta toda la noche».

En otros tiempos, había «otra armonía». Sin ir más lejos, apunta, se juntaban hasta «cerca de 30» personas, «se montaban unos belenes... y nos echaban a la calle pero rápido». Les decían: «A jugar a la calle, venga». De esas décadas, Juan conserva buenos recuerdos y decenas de latas que, todavía, utiliza en lugar de macetas de cerámica. Porque antes era así, «había latas y esa es la tradición del patio, no había dinero para comprar tiestos».

Al oír la palabra «lata», la nieta de Juan se mueve hacia ellas ante la mirada sonriente de su abuelo. Aunque el tiempo pase, este cuidador cordobés sigue haciendo vida en su patio. Al final, es su casa y «estás fuera más que dentro». «Todo el día liado con las plantas», señala. Y espera, de verdad, que esa herencia sea eterna.

Compartir el artículo

stats