Diario Córdoba

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REPORTAJE

Los cimientos de la memoria del bar El Pireo

Los vecinos de Las Margaritas recuerdan sus vivencias en torno al demolido local, todo un emblema del barrio cordobés | Este local fue, durante décadas, punto de encuentro de familiares y amigos

Fachada del antiguo bar Pireo, en el barrio cordobés de Las Margaritas. A.J. GONZÁLEZ / CHENCHO MARTÍNEZ

En la casa donde nació, a Fali, la «de los pollos», como la conocen en el barrio de Las Margaritas, no le cuesta reconstruir sobre el solar que hay al final de su calle la historia de un bar mítico e inolvidable. Al menos, para los que recuerdan sus días ligados a todo un enclave del barrio. En el caso de ella, no solo es que naciera a escasos metros, sino que durante 46 años regentó un negocio pared con pared. Su pollería colindaba con El Pireo -demolido recientemente- y, a día de hoy, no puede evitar mirar con pena los cimientos de un lugar que, durante sus años de existencia, logró tejer la vida de todo un barrio.

En aquel rincón de la calle Santa María de Trassierra, Fali recuerda a los vecinos, amigos y familiares que un día frecuentaron el local. Entre ellos, su hermano, que se casó con la hermana de Manuel Cano El Pireo, matador de toros y uno de los responsables de que el bar que abrió su padre adquiriera fama dentro y fuera de la capital. El torero nació en la casa de al lado y, antes de saltar al ruedo, según cuentan los vecinos, su padre abrió las puertas de un bar al que, en un primer momento, no le encontraban nombre. Desvela Pedro, vecino de toda la vida y amigo de la familia, que todo surgió de casualidad.

En una conversación con un albañil salió el nombre de un puerto, El Pireo. En concreto, del puerto más importante de Grecia. El mismo nombre serviría para bautizar a un rincón que, con el tiempo, se convirtió en «el emblema del barrio». Así lo define el frutero del barrio. «Era uno de los principales de Córdoba. Y ahí, desde juntarse gente famosa, las celebraciones...», continúa diciendo.

Frutero del barrio, junto al antiguo bar El Pireo. A.J. González / Chencho Martínez

En su casa, unas puertas más allá de la vivienda de Fali, Pedro repasa con Magdalena, su esposa, unas imágenes en blanco y negro que guardan como un tesoro. En una, un joven Pedro posa junto al torero con un premio que este ganó en Valencia. En otra, Magdalena y algunas de sus amigas: la hermana del Pireo y la hermana de Fali. Las vidas en el barrio se interrelacionaban como ya no pasa. Y, cuando uno de los vecinos de toda la vida tira del hilo, aparece la historia de otros vecinos. El bar era el punto común de todos ellos. Rafi, hermana de Magdalena, recuerda que la primera vez que se acercó su marido a ella fue en El Pireo, cuando ella tenía 16 años.

Rosario pasea junto al solar donde se levantaba El Pireo. A.J. González / Chencho Martínez

Otro vecino del barrio, Juan, explica que lo ha conocido «mayormente cuando lo llevaba el padre del torero». Luego, pasó por las manos de una hermana de él y, más tarde, por algunas más. Hasta que, finalmente, acabó cerrando sus puertas. Rosario, vecina de una calle cercana a Santa María de Trassierra, cuenta que, en las mesas del bar, se sucedían las partidas de cartas y dominó entre los vecinos.

«Era emblema del barrio, uno de los más importantes de Córdoba. Famosos, celebraciones...»

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María, una longeva vecina, vivía detrás del bar. Desde la acera frente al solar, observa la fachada trasera de su antigua casa. Y, en un recorrido hasta aquellos años, recuerda que «cuando el torero empezó a torear, ahí armaba una fiesta la gente… llegaba el torero de la plaza, lo cogían, lo sacaban a hombros, y todas las nenas veníamos, éramos chiquitillas». Fali todavía puede sentir aquellas noches de verano en las que, frente al local, en un llano que se hacía llamar la Huerta de Santa Ana, se llenaban los veladores de El Pireo.

Fali y su esposo, en el patio de su casa. A.J. González / Chencho Martínez

El 19 de abril empezó a demolerse la estructura de aquel espacio, que llevaba años cerrado. El objetivo, la ampliación de carriles en la avenida. De ese día reciente, Magdalena no olvida sus mensajes con la hermana del torero, que vive en Madrid y con quien aún mantiene relación. Se escriben cada día, pero aquel bastó con enviarle una fotografía. «Me dijo: ‘Estoy llorando’», precisa Magdalena. Porque con el bar derruido se esfumó más que un edifico histórico o, incluso, un emblema. Las tareas de demolición fueron una prueba del paso del tiempo para muchos vecinos, aunque la memoria siga manteniendo los cimientos de algunos de los mejores momentos de sus vidas ligados al mítico El Pireo.

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