Diario Córdoba

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A FONDO

¿Sigue teniendo sentido la lucha de las organizaciones sindicales?

Hoy se conmemoran los hechos acaecidos en Chicago en 1886, cuando una manifestación para exigir la jornada de 8 horas acabó con altercados públicos | Cada año se convocan manifestaciones que pretenden demostrar la continuidad de las luchas por la defensa de los derechos laborales

Manifestación del 1º de Mayo en Córdoba este domingo. Manuel Murillo

Este domingo se conmemoran, un año más, los luctuosos acontecimientos acaecidos en Chicago en 1886. En aquella ocasión, una manifestación convocada para exigir la aplicación de la jornada de 8 horas en todos los sectores de actividad finalizó con importantes altercados públicos y cargas policiales. Varios trabajadores elegidos al azar, como posteriormente quedaría acreditado, fueron acusados del lanzamiento de una bomba durante la celebración de la marcha. Tras el juicio farsa, cinco de esos trabajadores fueron condenados a muerte y ejecutados. A partir de ese momento, cada primero de mayo se convocan en todo el mundo manifestaciones que pretenden recordar a esos mártires y demostrar la continuidad de las luchas por la defensa de los derechos laborales.

La derrota socialista en la Guerra Fría llevó a afirmar el fin de la historia y con él el fin de la lucha de clases. Y es evidente que la situación actual de las clases trabajadoras es muy distinta de la que tuvieron que afrontar las primeras organizaciones sindicales surgidas en la segunda mitad del siglo XIX. Junto a ello, y desde hace décadas, son recurrentes los reproches a los sindicatos por su burocratización, separación de las bases o escasa representatividad.

Por ello, nos hemos de plantear en la segunda década del siglo XXI si sigue teniendo sentido la lucha sindical y, por ende, de las organizaciones sindicales.

Antes de responder, o precisamente para poder hacerlo, creemos oportuno señalar tres asuntos actuales: primero, la reciente amenaza de cierre patronal para reclamar que las personas trabajadoras en la Feria de Sevilla realicen jornadas de 12 horas (también ocurre en el sector de las grandes consultoras). Segundo, la huelga en sectores auxiliares como el de la limpieza en Córdoba. Y, finalmente, el fraude y abuso en el trabajo en las plataformas digitales, particularmente de los llamados riders.

Todos ellos son ámbitos con escasa o nula presencia sindical, pero también, «casualmente», están especialmente precarizados, como suele ocurrir con el empleo de mujeres o jóvenes y con el trabajo autónomo de nueva generación. Ciertamente, en esta nueva fase de la economía (postindustrial y digital), que se nos quiere presentar como basada en el conocimiento y en el capital humano, lo cierto es que crecen los espacios de competencia empresarial vía reducción de costes laborales, aprovechándose para ello precisamente de la generalización de las TIC y en la crisis del empleo provocada por esta revolución digital y la deslocalización.

En definitiva, tanto antes como ahora el mundo del trabajo continúa siendo uno de los lugares en los que se manifiesta con más contundencia la desigualdad consustancial al capitalismo, lo «novedoso» es que en las últimas décadas lo estamos sufriendo con mayor virulencia en el llamado norte, donde las conquistas de los derechos sociolaborales permitieron organizar la vida y la economía de otra forma. No debe pasarse por alto que la fuerza sindical implica límites a la competencia basada en los costes del trabajo, lo que provocó que las empresas apostaran por otras vías, más orientadas al valor añadido o la innovación en sus productos y servicios, algo que a la postre se ha evidenciado beneficioso para todos (win-win). En otras palabras, solo el reforzamiento de los derechos colectivos y el fortalecimiento del sindicato permite hacer posible que la máxima del desarrollo económico y productivo y la flexibilidad que reclama no lo sea sobre una competencia simplista basada en la bajada de los derechos laborales (Parlamento Europeo).

"Es necesario actuar colectivamente y para ello hace falta el movimiento sindical"

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Como han advertido organismos propios e internacionales (OIT, CES), para comprender la crisis del sindicato no debemos dejar de recordar también la lógica de competencia entre las personas trabajadoras en la nueva realidad económica y la precariedad laboral, por cuanto que favorecen el ya existente desapego de estos «nuevos» trabajadores con respecto a los sindicatos clásicos y mayoritarios y, en suma, desincentivan la idea de colectivo. Sin embargo, como evidencian los estudios e informes de dichos organismos, esa crisis de la vertiente colectiva no se trata de una consecuencia inevitable y propia del futuro del trabajo, porque lejos de un retorno a la autodefensa individual y en pequeños grupos, lo que se detecta es, precisamente, un creciente interés de las personas trabajadoras por un espacio capaz de generar una identidad común y que permita responder a su precaria realidad laboral.

Ahora bien, esta oportunidad requeriría, de un lado, que el sujeto sindical comparta protagonismo con otros actores «alternativos», procurando formas de colaboración y vinculación mutua. Ya hay ejemplos en numerosos países de nuestro entorno en esta dirección, pero son insuficientes. Y, de otro lado, el sindicato debe afrontar su -desde hace tiempo- grave problema de alejamiento con respecto a las relaciones de trabajo atípicas y más precarias, y junto a ello, reelaborar sus prácticas para hacerlas más participadas, con mayor espacio para la voz de las personas trabajadoras, aprovechando precisamente las posibilidades de las TIC (como ya se evidencia en algunos ejemplos), y, también, reordenar sus materias o contenidos prioritarios en estos contextos, que bien pueden no coincidir con los de la sociedad industrial: nos referimos a la conciliación, flexibilidad de tiempos, empleabilidad-profesionalidad y formación, derechos digitales, etcétera.

En definitiva, el reto interpela al sindicato y a su capacidad para adaptarse a esta nueva realidad laboral y a las personas trabajadoras que de ella derivan. Y en esta línea, debe ajustar sus compromisos a nuevas e importantes inquietudes de la ciudadanía, como son los retos medioambientales y, en particular, plantear vías para una transición ecológica justa. Cierto es que, sobre este tema, también en España -como ya viene sucediendo en los principales países europeos- se empieza a observar una inquietud sindical por evitar tanto los graves problemas ecológicos como los económicos, sociales o sanitarios que este reto provocará.

Con todo, debemos denunciar una vez más que el sistema legal de participación de los trabajadores en la empresa (Tít. II LET) está absolutamente desfasado, por tanto, son imprescindibles cambios normativos que permitan restaurar el equilibro roto por los modelos económico-empresariales postindustrial y digital y situar el reconocimiento de derechos colectivos en el mismo nivel que el de la decisión económico-productiva.

En resumidas cuentas, más de un siglo después nos jugamos no solo los derechos sindicales, sino el propio estado social (art. 1 CE) y el sostenimiento del planeta y la paz social. Para ello es necesario que actuemos colectivamente y ahí seguirá siendo necesario el movimiento sindical.

*Antonio Costa Reyes y Juan Escribano Gutiérrez son profesores y doctores en Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social de la UCO.

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