Las imágenes de ucranianos escondiéndose en las bocas de metro, en sótanos, en teatros y hospitales, huyendo de los bombardeos indiscriminados a la población civil, traen a la memoria de muchos abuelos cordobeses recuerdos no tan lejanos, de sus propias huidas, cuando sonaban las campanas de sus pueblos o las sirenas de las fábricas en la ciudad anunciando el terror. 

Manuel Vacas, profesor de Historia en Pozoblanco, recuerda cómo su abuela Elvira Cardador le relataba aquellas espantadas, muertos de miedo en mitad de la noche, en las que muchos huían al campo abierto, o al pasillo húmedo y oscuro del pósito del pueblo. O María, de Bujalance, cuya familia iba a esconderse a casa de unos señoritos que tenían un sótano. O Antonia y sus hermanos, que no tenían otro escondite que no fuera debajo de la propia cama. O los trabajadores de la Electromecánica, que acudían a guarecerse en refugios que construyó su empresa, la Secem, después del verano del 36, cuando dieron comienzo los bombardeos en la capital cordobesa, que según Patricio Hidalgo, autor de La Guerra Civil en Córdoba. Los bombardeos aéreos sobre la capital (1936-1939), sufrió al menos 46 ataques aéreos durante la contienda.

Uno de estos refugios de la Letro se conserva intacto. Se encuentra situado en la vivienda particular de un matrimonio, que lo ha usado estos años como una especie de trastero. Pepe Lozano, vicepresidente de la asociación La Trinchera Olvidada y autor del blog Vestigios de la guerra en Córdoba, descubrió este refugio a través de un amigo que había hecho entrevistas a los vecinos del barrio para un estudio y se quedó sorprendido del buen estado de conservación que mantiene. Situado junto al campo de aviación que el ejército franquista estableció en Córdoba, la entrada al refugio está situada en el patio de la casa, está retranqueada hacia la izquierda y cuenta con dos escaleras de 4 y 6 peldaños que llevan hasta la parte más profunda. Tiene una anchura de 50 centímetros y una altura media entre escalones y techo de 1,35 metros. «Con la guerra de Ucrania -explica Pepe Lozano- la propietaria de la casa nos ha contado que ahora le da cosa bajar abajo. Además, que las televisiones y la prensa hayan dado a conocer la existencia del refugio ha hecho que a la mujer le haya cambiado la forma de verlo, su percepción». El trastero encierra ahora una historia del miedo que da miedo de verdad, el de la realidad.

La crudeza de la guerra en Córdoba, con episodios tan dolorosos como el bombardeo de Cabra, «se vivió de forma muy distinta en la capital y en el norte de la provincia, donde se instaló el frente», reflexiona Manuel Vacas, autor de Hasta la última gota de sangre, donde narra la batalla de Pozoblanco y la contraofensiva de las tropas republicanas. 

El refugio de El Viso se extiende por túneles a lo largo de 200 metros y se recuperó en 2001. CÓRDOBA

El hecho de que se estableciera el frente de manera estable hasta el 39 allí hizo que localidades como Pozoblanco o Hinojosa vivieran a escasos 15 y 10 kilómetros, respectivamente, de las trincheras, donde moría gente a diario. 

«A partir de los bombardeos franquistas en el 38 en la zona de Los Pedroches y el Guadiato, se empezaron a construir todo tipo de refugios en estas localidades, desde los más simples (un acceso a un túnel que baja a la tierra, con un pasillo a la derecha y otro a la izquierda, porque todos tienen que tener un mínimo de dos salidas, y una entrada en ele o zigzag), hasta los refugios mucho más grandes y públicos de El Viso y de Villanueva de Córdoba, que están musealizados en la actualidad». 

Así, cualquier bodega o subterráneo se usó como guarida, aunque «contaban muchos que les daba miedo ir al refugio, que cayera una bomba y que tapara la puerta y no pudieran salir, por eso se iban al campo». Eso ocurrió de hecho el 25 de diciembre de 1938 en El Viso, cuando una bomba taponó una salida de uno de estos escondites y se produjeron unos 80 muertos.

Cualquier bodega o sótano se usó como guarida, aunque a muchos les daba miedo entrar en ellos

Por contra, en Córdoba no se construyeron refugios públicos y lo que se hizo fue animar a quienes poseían sótanos, ubicados en ventas y casas solariegas, sobre todo, a ponerlos a disposición de la población en general. Hay constancia, eso sí, de que se pidió al Ayuntamiento permiso para la construcción de un refugio antiaéreo en la antigua Venta San Francisco, del que se conserva el plano, aunque se desconoce si al final se hizo porque el edificio fue demolido. «Quien tenía dinero quería protegerse, es lógico», explica Pepe Lozano.  

El dinero, obviamente, sigue siendo una característica común de quienes en la actualidad se deciden a construirse, por seguridad, miedo o esnobismo un búnker. Underground Building S.L, una empresa andaluza que se dedica a la fabricación de búnkers para toda España, ha visto incrementada su producción en los últimos años. Su dueño, Francisco Márquez, es reticente a hablar de cifras y precios: «Un búnker es como una casa, puede costar 5 o 25. El perfil de la gente que viene es normal, un poco pudiente, porque no es barato, y tienen que disponer de parcela», comenta. 

El decano del Colegio de Arquitectos de Córdoba, Juan Eusebio Benito, se ha quedado sorprendido de la literatura que genera el mundo de los búnkers privados en internet. «Solo en Suiza hay contabilizados 65.000 y Suecia tiene plazas bunkerizadas para el 114% de su población», explica. Los avances tecnológicos han permitido que estos refugios personalizados sean prácticamente invulnerables. «En líneas generales son lugares construidos con materiales muy resistentes que pueden soportar desde el impacto de bombas, misiles o accidentes metereológicos. Mientras más profundo sea, más defensa; disponen de autosuficiencia energética, sistema de ventilación y eliminación de residuos. Para su construcción se emplean materiales como el hormigón armado y láminas de metal resistentes al agua». El decano sí nos habla de precios y calcula que 15 metros cuadrados construidos y equipados salen por unos 40.000 euros. 

«A falta de búnkers, habría que buscar elementos con mucha resistencia y estabilidad para protegerse; cuanto más profundos, mejor. Un sótano es el lugar más seguro y cuanto más baja sea la planta, más seguro será. En algunos países de Europa hay aparcamientos públicos que están preparados como búnkers», concluye.

Entrada al refugio ubicado en el patio de una vivienda particular en Electromecánica. PEPE LOZANO

En la Guerra Civil fueron los militares los que enseñaron a la población a construirse estos escondites. «En el norte de Córdoba, al ser zona de retaguardia, había cientos de militares, estaba el Estado Mayor de la Brigada, los comisarios políticos, había ingenieros, compañías de zapadores y fueron los propios vecinos los que construyeron esos refugios», relata Manuel Vacas. 

A Villanueva de Córdoba llegaron republicanos huyendo de muchos lugares (no solo de la provincia), que participaron en la construcción del refugio público que hoy abre sus puertas a los visitantes y curiosos. «Se organizaron cuadrillas de trabajo, y los que quedaron allí en el pueblo se pusieron a trabajar para defenderse. Al igual que muchas trincheras, que las construyeron gente del pueblo a cambio de un jornal como pasó en Hinojosa». 

El profesor de Historia se acuerda mucho estos días de su abuela Elvira, de cuando ella le contaba cuando los vecinos se metían en aquel pasillo oscuro y húmedo y bajo tierra del pósito de Pozoblanco. «Me he acordado mucho, porque lo que estamos viendo en la tele es lo mismo que contaban ellos. Decían: oíamos las campanas, salíamos corriendo y luego oíamos caer las bombas. Y cuando pasaba el bombardeo íbamos corriendo a ver si nuestras casas estaban bien. Algo tremendamente dramático, y tan parecido a lo que está pasando ahora».