Hace solo dos días que llegaron a Córdoba y aún están intentando aclimatarse a lo que será, al menos de momento, su nueva vida. Natalia Zatitnuyk abandonó Ucrania huyendo de la guerra cuando los bombardeos se hicieron demasiado intensos y ella temió por la vida de sus hijos, Karina y Artem, de 9 y 11 años. Ninguno de los tres habla una palabra de español, pero el cuñado de Natalia, un joven ucraniano que lleva en Córdoba desde los seis años, hace de intérprete en la conversación. «Supe que teníamos que huir cuando me di cuenta de que las sirenas no dejaban de sonar. Al principio, se oían de vez en cuando, pero a última hora era constante, había cinco o seis bombardeos por la mañana y otros tres o cuatro por la noche», explica, «es horrible, suena la sirena y todo el mundo sabe que tiene que correr a los sótanos porque puede morir». Según relata, el camino desde su país hasta España ha sido muy duro. «Salimos en un autocar desde mi ciudad, Jmelnitsky, en dirección a Varsovia, estuvimos más de 24 horas de viaje», comenta mientras intuyo que recuerda detalles del trayecto que se pierden en la traducción. Según Natalia, ella no era muy consciente de que al irse estaba dejando atrás toda su vida por quién sabe cuánto tiempo, todo era muy confuso en su cabeza, según relata, «sentía mucha preocupación y mucho miedo». No tuvo demasiado tiempo para pensar lo que estaba por venir, asegura.  

Su marido es militar profesional en Ucrania y está en el frente, luchando contra el Ejército ruso. Ahora no sabe dónde está y tampoco puede identificarlo por seguridad. Sabe que sigue vivo porque recibe una llamada casi a diario, generalmente de apenas unos segundos en las que él confirma: «Estoy bien» y luego cuelga. Atrás deja a su madre, la abuela de los niños: «Ella no quiso venir, pero me dijo que nos fuéramos porque mi madre espera que esto acabe pronto».  

Cuando ella estaba aún en Ucrania, él la llamó y le dijo que saliera del país, que cogiera a los niños y se fuera a España con Olena, su suegra, la madre de su marido, que lleva años viviendo en Córdoba a junto a su hijo pequeño, el improvisado intérprete. Ellos han sido el punto de referencia para Natalia y sus hijos en esta huida, los brazos abiertos que los acogieron al otro lado de Europa. «Salimos con lo puesto, solo pudimos coger tres mochilas con latas de comida y algo de ropa, todo fue muy rápido, no hubo tiempo de coger más».  

Lo más duro, asegura entre lágrimas, es «tener que irte así, de repente, sin saber dónde acabarás, ni qué pasará por el camino, te metes en un autobús con tus hijos sin nada y dejas toda tu vida atrás». Recuerda que «en el camino, solo veía carretera y gasolineras, carretera y gasolineras, no sabía dónde iba a parar aquello, no sé por dónde pasamos, pero cuando he podido hablar con mi marido, él me ha dicho que los vídeos que salen de Kiev no son nada comparados con la realidad, solo hay destrucción y edificios en ruina». Cuando el autobús los dejó en Varsovia, pudo localizar a un conocido que los llevó hasta Barcelona y desde allí, un amigo de la familia que vive en Marbella pero que iba a viajar a Cataluña, supo lo que ocurría y se ofreció a traerlos hasta Córdoba. «Mientras cruzábamos Ucrania, yo estaba como ida, no me daba cuenta de la situación». Luego intenta explicar lo difícil que es asimilar de un día para otro que tu vida cambia totalmente. Ella era cocinera, trabajaba como pastelera, y tenía una vida normal con sus hijos hasta hace dos semanas. A Karina y Artem intenta hablarles «como si fueran personas adultas» para que se conciencien y sepan lo que pasa, pese a lo cual recibirán atención psicológica. «Echan de menos Ucrania, haber tenido que salir así, solo espero que se adapten y superen lo que han vivido».

La asociación Accem se ha encargado de realizar la primera acogida de esta familia, a quienes se ha ofrecido alojamiento y comida, además de asesoramiento legal para los trámites de documentación y escolarización de los niños. Natalia empezará en los próximos días a colaborar con el resto de la comunidad ucraniana como voluntaria para ayudar desde España a su país, mientras su situación se resuelve. De momento, no tiene un plan sobre su futuro a medio o largo plazo.  «Esto lo hago por los niños, no sé si nos quedaremos en España o volveremos a Ucrania, tendremos que ver lo que pasa allí y si mis hijos están bien aquí o no, ya iremos viendo».