Andalucía no es solamente un territorio, sino símbolos, olores y colores; un imaginario construido a base de recuerdos cálidos de infancia. O al menos así lo perciben con fuerza aquellos cordobeses nacidos aquí, en su tierra, pero que emigraron muy jóvenes por las circunstancias del momento. En la mayoría de los casos por trabajo; en otros, por amor; o, incluso, por ambos al mismo tiempo. La esencia andaluza ha quedado grabada para siempre en estos emigrantes ya acostumbrados, tras pasar tiempos difíciles, a su vida, pero con muchas ganas de Sur.

Una visita a Ibiza que se alargó para toda una vida

Cordobesa de nacimiento, Fuensanta Morales había disfrutado de Ibiza en sus visitas durante las vacaciones y esa imagen ociosa de la isla se fue compaginando con la que le llegaba de gente cercana que decidía emigrar en busca de un buen sueldo. Entre estas personas, su hermana, que emigró de Córdoba cuando despidieron a gran parte de la plantilla de la fábrica de algodón en la que trabajaba. «Recuerdo un boom de trabajo a principios de los 70 cuando, si ibas de vacaciones, los empresarios iban al puerto para ofrecer muy buenas condiciones laborales a los turistas, que incluían hasta vivienda, por lo que la gente del pueblo aprovechaba para hacer la temporada antes de volver», recuerda. Su hermana, ya bien instalada en la isla, se quedó embarazada y Fuensanta fue a estar con ella. Poco después de llegar, al ir a la farmacia a por unos medicamentos, conoció al farmacéutico con el que lleva casada más de 40 años. Ambos viven en Santa Eulalia, «el pueblo más bonito de la isla», según Fuensanta, aunque siente una gran amor por su ciudad, de la que se encarga de difundir sus «maravillas».

«Escucho a mi familia cordobesa contar anécdotas y llega un momento en que no eres de aquí ni de allí»

«Escucho a mi familia cordobesa contar anécdotas de cuando se reúnen y llega un momento en el que no eres ni de aquí ni de allí», cuenta. El sur tiene popularidad entre los ibicencos que en la época del boom turístico «pensaban que los andaluces éramos unos vagos, unos murcianos, como llamaban ellos a todo aquel que no era de las islas», rememora. Actualmente la situación ha cambiado. Andalucía está en boca de todos sus amigos y conocidos de la isla. «Una vez llevé a unos amigos de la isla a Medina Azahara y me dijeron que me había cambiado la cara, de lo feliz que me había puesto». 

Del barrio de Trassierra a un hotel en Palma de Mallorca

En el año 1971, cuando tenía 16 años, Pepi Jiménez se despidió de su padre y su hermano mayor, que se marcharon, poco antes que su madre, a Palma de Mallorca para trabajar en un hotel. Ella se quedó un tiempo porque tenía trabajo en una tienda, pero no tardó en mudarse.

Recuerda una época de abundancia de trabajo en las islas, cuando familias enteras iban a trabajar y a vivir en la casa que le facilitaban los hoteles. Este fue el caso de su propia familia, que finalmente se trasladó a un hotel de Sóller a trabajar. «Mi padre descubrió Sóller y decidió quedarse allí porque es bonito y muy tranquilo, aquí siempre hemos estado muy bien», cuenta Pepi.

Pepi Jiménez, en el centro, junto a dos amigas. CÓRDOBA

En el hotel conoció a su actual marido, con el que tiene 4 hijos. Él adquirió un restaurante y ella decidió dejar de trabajar para cuidar a sus hijos. Desde entonces su vida ha transcurrido con tranquilidad. «Creo que me daría mucha pena dejar Baleares porque estoy muy acostumbrada a mi vida aquí, pero sigo teniendo nostalgia de Andalucía y de Córdoba», reconoce Pepi mientras recuerda a sus amigas del barrio. 

«Creo que me daría mucha pena dejar Baleares, pero sigo teniendo mucha nostalgia de Andalucía»

«Antiguamente, los mallorquines pensaban que los andaluces éramos los mejores para la hostelería y, sin embargo, decían, y siguen bromeando, con que nos gusta mucho la siesta», declara, «aunque aquí en las islas hay muy buena gente, aunque bromeen con eso». Cada vez que va a Córdoba piensa que está «cada vez más bonita, más limpia» y llegó a pensar en mudarse allí con su marido cuando ambos se jubilasen, pero ya están acostumbrados a Sóller. 

Un «hijo de Posadas» acostumbrado a Cataluña

Antonio Santiago recuerda con nitidez ese noviembre del año 1969, a sus 11 años, cuando un amigo de su familia llegó a su casa de Posadas con una furgoneta blanca y los llevó a él, sus cuatro hermanos y sus padres en un viaje nocturno hasta Barcelona, concretamente hasta Casa Antúnez, un barrio de chabolas que actualmente corresponde al Barrio de la Mina. «Nos ofrecieron una chabola con una entrada por la que mi madre pagó 30.000 pesetas, eso fue en el 69 y aquel era un barrio de delincuencia, prostitución y drogas del que mis padres querían salir, para lo que trabajaron muy duro», recuerda. El trabajo dio sus frutos y lograron un préstamo de Cáritas, de 32.000 pesetas, para entrar a vivir en un piso en Badalona. «Yo tendría 13 años y, sin acabar el colegio, me puse a trabajar para ayudar lo que pudiera en casa». Lo hizo en un taller de carpintería, donde se convirtió en aprendiz.

Antonio Santiago junto a su mujer y sus nietos, en Barcelona. CÓRDOBA

La vida fue pasando con recuerdos de una infancia interrumpida en Posadas, con las «pillerías» de niños que corrían a coger leña para las candelarias. Antonio se emociona al recordarlo. «Echo de menos a mi tierra y a mi gente, soy hijo de Posadas y siempre llevaré a mi tierra en el corazón», explica.

«Echo de menos a mi tierra y a mi gente, soy hijo de Posadas y siempre llevaré a mi tierra en el corazón»

«Si llega a ser diez años antes hubiese vuelto a Córdoba, pero ya estoy acostumbrado a la vida aquí, tengo a mis hijos y mis nietos». Badalona es, después de todo, su casa, donde se ha sentido acogido, «excepto ocasiones contadas» porque en Cataluña nunca ha sentido rechazo y, asegura, «toda la confrontación viene de arriba, de la clase política». 

A Barcelona por trabajo y a Santa Coloma por amor

Gloria Fernández nació en Villaralto y vivió allí hasta los 19 años, cuando se trasladó a Sevilla para trabajar en un colegio de monjas. Un día, una de las monjas le propuso trasladarse a Barcelona para cubrir una de las plazas libres que había, como portera, en otro de los colegios. Así que decidió aceptar la oferta. Era el año 1969 y un día, cuando el repartidor de la coca-cola llegó al centro para entregar los pedidos, conoció a su futuro marido. Ambos se casaron en el año 1972 y se fueron a vivir a Santa Coloma, donde han hecho su vida desde entonces.

«Mis raíces no las pierdo nunca y cuando llega el Día de Andalucía me entra emoción porque ante todo soy andaluza»

Ese mismo año nació su hijo mayor. «Mis raíces no las pierdo nunca y cuando llega el Día de Andalucía me entra emoción, porque ante todo soy andaluza», declara contundente Gloria. También se siente catalana y son dos tierras que quiere y defiende, por igual. «Recuerdo que cuando llegué a Barcelona decían de los andaluces que trabajábamos poco y que nos gustaba mucho la fiesta, que íbamos a quitarles el trabajo, pero esa percepción se ha ido perdiendo», explica. «Primero soy andaluza, pero Cataluña que no me la toquen».

Gloria Fernández Fernández, junto a su marido y sus dos hijos. CÓRDOBA

Antes solía ir a menudo a Villaralto de vacaciones con la familia y había quien decía allí que ella «no era andaluza, sino catalana», pero no es una percepción que le importe. Está feliz con su vida y se enorgullece de sus orígenes. «En Cataluña hay una visión muy buena de Andalucía, mucho mejor que en los años 70», añade, segura de que su acento tampoco lo ha perdido. Al despedirse, sin embargo, no puede evitar que se le escape siempre un leve adéu.