Carmen del Moral tiene 45 años y no sabe vivir sin trabajar. «En esta vida he hecho de todo un poco, he estado de carnicera, jardinera, de cajera en Carrefour, en Sadeco, de pintora en el Ayuntamiento, en el campo, en el zoológico, repartiendo el 20 Minutos, en un McDonald...». Sus últimos empleos fueron de jardinera y de limpiadora en un pueblo de Jaén, tras lo cual ha estado cobrando el subsidio de desempleo que se le acaba de terminar. «Voy a echar el ingreso mínimo vital y la renta mínima, pero yo lo que quiero es trabajar, me da igual el horario, yo no sirvo para estar parada», dice convencida. Mientras tanto, no para. «He hecho un curso de monitora en un aula matinal y, mientras se saca la ESO, tiene previsto hacer otro curso de márquetin, pero no me llaman y no sé si es por la edad», se pregunta. «Yo creo que si tienes experiencia en algo, e ilusión, los años que tengas no deberían influir, pero quién sabe», dice. Madre de una niña de 11 años, le preocupa el futuro porque «mi pareja ahora no puede trabajar y yo me levanto con ansiedad cuando me dan los bajones», explica con la voz rota. Tampoco le hace ascos a la hostelería. «No tengo experiencia, pero todo es aprender», señala decidida antes de pedir que incluya su correo electrónico (maricarmendelmoralarcos@gmail.com). «Ojalá me salga algo pronto», indica.

Algunas personas ni siquiera pueden plantearse la búsqueda de empleo. Rosa Jurado tiene 58 años y lleva en paro desde hace cuatro años, cuando sufrió un ictus. «En ese momento estaba limpiando casas, pero no dada de alta, así que no me correspondió ningún subsidio», comenta. «La última vez que me dieron una ayuda fue el ingreso mínimo y después de un mes lo tuve que devolver porque estaba empadronada con mi hija, porque yo no tengo vivienda, y como ella superaba la renta, me la quitaron», señala. Ahora está «recogida» en casa de su suegra. «Mi padre murió el 20 de agosto, yo vivía de alquiler con él hasta que se fue», dice. Sus problemas de salud le impiden trabajar. «Hace unos días, recogí los papeles de mi discapacidad y me han reconocido un 68%», señala, «pero estoy apuntada en el SAE y en la ONCE por si me llaman para algo», comenta. «Vivo gracias a la ayuda de Cáritas y ahora gracias a mi suegra», añade. Su vida laboral oficial es muy corta. «He trabajado toda la vida, pero de alta, solo dos años y medio como limpiadora en la escuela infantil San Rafael, en el 2014; el resto ha sido limpiando casas y cuidando ancianos». Aunque no tiene ingresos, tampoco puede pedir ayudas. «Yo no tengo dónde empadronarme y como estoy con mi hija, con quien no puedo vivir, legalmente no tengo derecho a nada», lamenta.

Rosa Jurado sufrió un ictus hace cuatro años. ÓSCAR BARRIONUEVO

Muchos jóvenes, con y sin formación, engrosan las listas de parados sin derecho a prestación. Guillermo M. tiene 27 años y es graduado en Administración y Dirección de Empresas y tiene un máster en Internacionalización de Empresas. En enero del 2019 consiguió su segundo empleo en una compañía de Málaga, donde ha estado dos años en un puesto directivo hasta que la empresa quebró por la pandemia, en enero del 2021. «Mientras cobraba el subsidio de desempleo, decidí prepararme oposiciones para el Servicio de Vigilancia de Aduanas y sacarme el título de representante aduanero que otorga la Agencia Tributaria», comenta. «La empresa privada ahora no es una salida porque tendría que empezar de cero con un tercio del salario que tenía antes pese a mi experiencia, ya que nadie te contrata por arriba salvo que estés muy recomendado», precisa. Lleva meses sin ingresos, en casa de sus padres, preparándose los exámenes y, ahora, a falta del resultado del último examen, ha renovado la demanda de empleo, aunque «con mi edad y sin cargas familiares, me han dicho que no tengo derecho a ninguna ayuda», explica. «En este tiempo, me han llamado solo de una empresa, pero no se concretó porque yo no encajaba, buscaban a alguien con menos formación», termina.