La última Encuesta Continua de Hogares (ECH) realizada por el Instituto Nacional de Estadística (INE) desvela que solo en la provincia de Córdoba existen en torno a 77.100 hogares unifamiliares. Además de las personas pertenecientes a estos hogares censados, hay muchas más que viven solas, ya sea porque así lo han decidido o por obligación. Su día a día en casa es muy distinto al de otras que conviven con más personas. Algunas reciben más visitas de lo habitual para hacerles compañía; otras, sin embargo, pasan más tiempo fuera para no sentirse solas o, simplemente, para no aburrirse. Hay también quien disfruta de la soledad enriquecedora. Generalmente, los que mejor llevan vivir solos son los jóvenes, ya que para ellos supone una etapa de independencia, reconocimiento y, casi siempre, de transición. Esto, sumado al ritmo de vida que exige la sociedad actual, apenas les deja tiempo para aburrirse y sentarse en casa, por lo que casi nunca están solos. No obstante, algunos jóvenes y no tan jóvenes afirman que no cambiarían el vivir solos «porque eso no supone no estar acompañado, tengo unos vecinos excelentes y una familia que está en todo momento atenta», señala una vecina del Campo de la Verdad.

«En este grupo de personas no va a haber consecuencias negativas a nivel psicológico porque es una elección propia que se reduce solo al momento de estar en casa y, fuera del núcleo del hogar, tienen relaciones interpersonales que actúan como factor de protección para el bienestar», explica la psicóloga Eugenia Amo. Hay personas que adoptan esta forma de vida en solitario y pasan el resto de su vida viviendo en soledad por elección propia. En este caso es un patrón al que están acostumbrados y difícilmente se acostumbrarían a vivir de otra forma, según afirman las personas consultadas.

Más de 60.000 personas viven en hogares unipersonales en Córdoba. MANUEL MURILLO

El colectivo que más sufre la soledad es el de las personas mayores. Según varios estudios, en torno a un 20% de la población envejecida vive en soledad y, en la mayoría de los casos, no deseada y provocada por el fallecimiento de sus convivientes o la independencia de sus hijos. «En esas personas sí que se reduce el contacto social. Los humanos somos seres sociales que necesitamos esa interacción», añade Amo. Esa falta de contacto puede repercutir en su bienestar psicológico. Además, esto se ha visto agravado por la pandemia, ya que las múltiples restricciones, en ocasiones han hecho que pierdan el poco contacto que tenían. «Ellos no suelen tener redes sociales ni dispositivos electrónicos y han perdido mucha estimulación positiva en ese sentido», dice la psicóloga.

«Muchas personas que viven solas y tienen hijos durante la pandemia si que se han sentido solas», apunta Belén, trabajadora social del Grupo ADL de ayuda a domicilio, que trabaja en varios municipios de la provincia. Desde este servicio intentan dar la mayor compañía a los usuarios, pero, como afirma la profesional, en determinadas situaciones, por seguridad, han tenido que paralizarlo. Además, normalmente suelen acompañar al mayor en torno a una o dos horas al día, por lo que pasar el resto del día solos ha sido y es bastante frustrante para ellos. «El distanciamiento social ha provocado que las personas mayores se encuentren solas, sus familiares no pueden visitarlos y en algunos casos no puedan realizar las actividades básicas de la vida diaria; esto desemboca en que tengan niveles de estrés y ansiedad elevados», indica Victoria Moral, otra trabajadora social.

Muchas personas se sienten acompañadas aunque no vivan solas, y no dejan de sentir el calor de sus familiares y allegados, pero otras muchas no encuentran ese calor y para ello asociaciones e instituciones crean programas de acompañamiento pensados en ellos. Cruz Roja, por ejemplo, lleva a cabo programas para paliar la soledad no deseada a través de sus voluntarios. También cuentan con servicios como la teleasistencia para velar por su seguridad o las nuevas tecnologías para el beneficio de los mayores.

NUEVAS PERCEPCIONES

Una forma de adaptarse al mundo

El ser humano es social por naturaleza y la cultura también entra en juego en este contexto. Generalmente, la soledad se concibe como algo negativo y la última opción. Sin embargo, son muchos los profesionales que sugieren aprender a estar solos y servirse de la soledad para conocerse a uno mismo. Ante un momento de dificultad emocional, muchas personas tienden a evadirse con diversión y rodearse de gente, en lugar de afrontarlo en soledad. «Esto también depende de las herramientas y recursos personales que tengamos nosotros mismos, de nuestra historia de aprendizaje y el contexto en el que se dé», señala la psicóloga Eugenia Amo.

«No es vivir o no vivir solo, sino la percepción que se tenga de esa soledad, porque en una cultura occidental colectivista se le da mucho peso a las relaciones sociales y crecemos en contacto constantemente con nuestros iguales, por eso le damos tanta importancia a las redes de apoyo», añade Amo. En este sentido, explica que tendemos a pensar en la soledad como algo negativo por la concepción que tenemos desde hace tiempo. Por eso las personas mayores suelen verlo como «lo peor». Por ello, es importante aprender a vivir en soledad y no concebirlo como algo negativo, disfrutar del tiempo libre en compañía sin que implique que sean convivientes. La religión también cobra un papel protagonista en este punto, ya que hace que «el fin último sea formar una familia y no quedarse solo». 

Aún así, las percepciones están cambiando «en un mundo globalizado, cambiante y, por ende, con poca estabilidad cada vez son más las personas que viven solas. Al final es una forma de adaptarse a las exigencias sociales, mientras cuidemos de nuestros círculos de apoyo no hace falta que éstos se den solo en el núcleo de un hogar», explica la psicóloga. Por su parte, los jóvenes están sometidos a trabajos temporales que no les permiten tener un lugar de residencia fijo ni tampoco capacidad de adquisición de la misma. Hace unos años la realidad era totalmente distinta. Lo mismo ocurre con las parejas que se adaptan y en ocasiones tienen trabajos en puntos distintos del país. Así sucede con compañeros de trabajo, amigos, vecinos y la familia que no vive contigo, que se convierten en fuertes lazos de unión.