Entre sentimientos contradictorios, pero feliz de recoger el fruto de sus años de trabajo, la poeta cordobesa, que presume de su tierra inspiradora como nadie, recibió ayer el Premio de las Letras Andaluzas Elio Antonio de Nebrija, que suma a una larga lista de reconocimientos y homenajes que se acumulan en su agenda. Sincera como nunca, Juana Castro habla del tiempo pasado, de los que se fueron y el dolor que calmó la poesía, de la evolución de sus versos y de los que le quedan por escribir, porque, dice, «mientras escribes vas creciendo, no sé que hubiera sido de mí sin la escritura».

La semana pasada el Ateneo le dedicó un Aula de Poesía, la requieren en charlas, jurados literarios y recitales en muchos lugares, y sigue acudiendo a recibir premios ¿Cómo lleva tanto trajín?

Tengo dos sentimientos contrarios. Por una parte, me siento animada y contenta, porque parece que me ha llegado el tiempo de recoger los frutos del trabajo, y, por otra, de agobio, porque no puedo centrarme en la creación y porque, la verdad, a lo que más temo es a acicalarme, y más después de la pandemia, cuando no íbamos a ninguna parte. Peinarme, maquillarme, que ya no sabe una cómo pintarse los ojos porque el párpado tapa la raya. Todo este tiempo yo sola me he cortado el pelo. He ido a la peluquería después de dos años sin pisarla.

¿Cómo se siente al recibir un premio que le dan sus propios compañeros? ¿Lo hace especial?

Son y no son compañeros, porque yo creo que es la junta directiva la que lo decide. No sé en base a qué criterios se decide cada año quién va a ser Premio de las Letras Andaluzas. Y algo creo que tiene que ver la edad. Soy el número 12, que es un número, digamos, evangélico o religioso, y la quinta mujer que lo recibe, que no está mal en cuanto a paridad, porque somos 7 a 5. No lo siento como especial, o no más que los que da el Ministerio, que también puede ser un jurado de compañeros, claro que con la diferencia de que allí hay dinero y aquí es únicamente el honor. Honor del nombre, que es un nombre legendario, Elio Antonio de Nebrija, al que estudiábamos en el Bachiller. Y honor por quienes lo recibieron antes: Pablo, María Victoria Atencia, Josefina Molina, Antonio Gala...

Me sigue inspirando lo mismo de siempre. El paisaje de encinas y rocas que encuentro en los viajes y que me transporta al campo y a la infancia...

Antes de la pandemia dijo que llevaba tiempo sin sentir el deseo y la necesidad de la poesía, pero hace poco leyó algunos poemas nuevos. ¿Cómo ha sido el reencuentro?

En realidad, no lo he abandonado del todo, porque siempre hay algún homenaje, una petición, el deseo de poder leer inéditos… Lo que sí sucede es que pasó la urgencia de escribir, de plasmar sentimientos, percepciones, momentos… Gracias a esas invitaciones que me hicieron, este curso hice varios viajes, que es algo que siempre vivifica. En mayo estuve en Vitoria, en septiembre en Salamanca, dos veces, una con la asociación de Alzhéimer y otra con la Universidad; en octubre, en Granada, en el Festival Internacional de Poesía; y al final de ese mes en Puente Genil, para participar en los actos de homenaje a Ricardo Molina por su pueblo, adonde han llegado sus libros, su diario, cartas, manuscritos... Y ahora tengo la participación en el ciclo Poesía Feminista, que coordinan las jóvenes, junto a María Pizarro, Ana Patricia Moya, Ana Vega, Elena Román, Rafi Hames…

Juana Castro. MANUEL MURILLO

¿Qué le ha inspirado ahora? ¿De qué está escribiendo?

Lo mismo de siempre. El paisaje de encinas y rocas que encuentro en los viajes y que me transporta al campo y a la infancia... Ahí, en mis orígenes y en mi pueblo, existe un pozo poético inagotable, y aunque el tema se repita, siempre será desde otro punto, otra mirada, la de este tiempo extraño, con el volcán de fondo y el cambio climático y los plásticos. Y así, conforme lo estoy diciendo, encuentro que sí, que tengo materia para escribir y que hay que explotarla, si me dejan. Como decía Pablo García Baena en los últimos años, cuando le preguntaban por lo que estaba haciendo: «¡Si es que no puedo, no me dejan!». Pues eso.

¿Le ha cambiado la situación sanitaria que estamos viviendo, aunque ya vacunados? ¿Ha aprendido algo de este drama?

El covid nos ha cambiado a todos, es irremediable. Estuve el lunes pasado en la Real Academia, donde había una sesión dedicada a Julio Aumente, coordinada por Manuel Gahete, y me helé de frío a pesar de no haberme quitado el anorak. Solamente al salir me di cuenta, porque me lo dijeron, que había estado sentada delante de una gran ventana abierta... ¡Dios, qué frío! He aprendido a tener confianza en los investigadores de la sanidad, sobre todo, y a ser bastante rigurosa con las indicaciones que se nos dan, la mascarilla en el tren y en las reuniones de cercanía, a creer en las vacunas. Yo no me vacuné nunca de la gripe, hasta el año pasado, porque nos lo aconsejó un médico de confianza: imaginaos que os contagiáis de gripe y de covid, sería terrible. Además, hemos tenido un caso en la familia en los primeros meses del 2020. El marido de una prima estuvo en la UCI de Sevilla más de tres meses, y cuando salió tuvo que aprender a comer, a hablar. Fue tremendo, pero venció a la enfermedad. Mi prima es enfermera, ya jubilada, y la dejaban estar con él para hablarle y darle ánimo.

¿Cree que afectará a sus versos?

Sí, yo creo que sí, que todo esto es una especie de velo, de cortina que nos separa de la realidad que hemos tenido hasta ahora. Nunca lo olvidaremos, porque además el peligro está ahí, siempre acechante. Y lo malo es tener que lidiar con personas que no quieren vacunarse, ellos sabrán por qué. También me ha afectado en el trato con mi nieta, que ha cumplido 7 años y que ahora hemos empezado a vernos y a leer juntas, aunque el tiempo que no nos hemos visto más que de tarde en tarde y en la calle sea difícil de remediar, porque han sido unos años cruciales. Y luego está mi hija María y su familia, que viven en Holanda, dos años sin ver a mi nieto Yago, que tiene 15 años. Al fin nos reuniremos esta Navidad.

En sus versos toca temas como la naturaleza, el tiempo, la infancia, el paisaje de su tierra, lo femenino, la memoria, lo mitológico... ¿Cuántas Juana Castro hay?

Te voy a pasar aquí una Poética que es eso que escribimos a veces los poetas, porque he recordado la frase «Una es muchas». Poesía es duelo. Y el duelo muerte vivida, postura revolucionaria contra un mundo instalado en la comodidad, donde solo lo grato y lo amable tienen cabida. Situación existencial que es una poética de la vida jugando peligrosa y pasionalmente con la muerte, entendiendo por vida, como señala Octavio Paz a propósito de sor Juana Inés de la Cruz, no solo lo vivido, sino también lo imaginario, las lecturas, lo onírico o lo oculto: utopía y profecía. Utopía de una feminidad distinta, de una feminidad «otra» que no sea la marcada por los fantasmas o los mitos masculinos. Duelo siempre con el espejo, tratando de borrar trazos ajenos, para poder instalarme en él sin intermediarios. Suprimida la imagen que le daban los otros, ahora la relación de la mujer será consigo misma, narcisa renacida. Pero «Ella es muchas». Se expande, se vuelve múltiple. Puede encarnar la naturaleza y su verdugo, la memoria y el mito, el ave de presa y su contrario. Puesto que lo femenino es lo total y solo lo total admite la contradicción. Poesía también como catarsis, descubierta después salvación en la ironía. Abrirse desde el duelo a la ironía es la orilla inalcanzable, porque la vida atrapa en su caudal, en sus apasionantes remolinos. Siempre un destino: el de una vivencia personal y consciente como mujer que escribe, yendo de sí al mito y de éste al mundo, sin rehuir las propias contradicciones: amor, naturaleza, dolor, cuerpo, realidad y un último intento de ironía componen reincidencias y temas. En cuanto a estilo, asumo todas las tradiciones, pero ni puedo ni quiero redimirme del legado barroco de Córdoba como de la sensualidad de Al-Andalus y de las escritoras que en la historia han sido.

Cosmopoética es algo grande que tiene Córdoba. En esos 18 años han pasado por aquí poetas de toda procedencia y de todos los estilos

¿De qué ha curado su alma la poesía?

De las cuitas de amor, de los desengaños, de alguna zancadilla, pero, sobre todo, del dolor que me produjeron la muerte de mi hijo, primero, y la enfermedad de mi madre y mi padre, después. A esas experiencias correspondieron los libros Del dolor y las alas y Los cuerpos oscuros. Lo he dicho otras veces: escribir es terapéutico. Sirve para modelar el carácter, conformar la personalidad, echar fuera complejos, combatir la tristeza, afrontar situaciones duras o extremas... Mientras escribes vas creciendo, plasmándote, no sé qué hubiera sido de mí sin la escritura, campesina en un colegio de niñas bien, o eso me parecía, muchacha que se creía sin atractivos... Pero yo lo escribía y me salvaba.

Acaba de empezar una nueva edición de Cosmopoética y usted ha participado en el festival desde sus inicios. ¿Cómo ha visto su evolución en estos 18 años?

Cosmopoética es algo grande que tiene Córdoba. En esos 18 años han pasado por aquí poetas de toda procedencia y de todos los estilos. Fue un gran invento y recuerdo la primera vez con la expectación y el entusiasmo que nos produce lo nuevo, Córdoba siempre llena de poetas, con su riquísimo pasado y su gran tradición, desde Góngora al grupo Cántico y desde Concha Lagos a los grupos poéticos de los 70, Zubia, Antorcha de Paja, Kábila. Con la promoción de la Posada, hay poetas que ahora tienen ya cincuenta años y que siguen creando. La expectación y la urgencia de ir a escuchar y a conocer poetas de toda geografía ya no es la misma, porque digamos que ahora se ve como algo usual, y ya no salimos corriendo para asistir a esto o a lo otro.

Juana Castro. MANUEL MURILLO

A lo largo de este tiempo muchos poetas amigos ya se han ido. ¿Los recuerda cuando ve en la calle al hombre de paraguas?

Cómo no los voy a recordar, si fueron todos ellos dinamizadores directos o indirectos, poetas comprometidos con el hecho poético, su ciudad y su tradición. Sin Cántico primero, sin Juan Bernier, sin Vicente Núñez y Pablo García Baena, que fueron los últimos de Cántico que nos dejaron; sin Pedro Roso en La Posada; sin Eduardo García, como poeta, profesor y hermano mayor de los jóvenes; sin Nacho Montoto, tan activo y a la vez tan cercano y tan cálido. Sin todos ellos no hubiera sido posible en Córdoba ese milagro que va para sus veinte ediciones. Córdoba traspasa fronteras, Cosmopoética acerca fronteras y continentes, la silueta del hombre del paraguas está lleno de nombres, de aventuras, de poetas de toda escuela, edad y condición.

El feminismo ha sido, juntamente con la escritura, lo que me ha dado alegría, ilusión de vivir, de compartir con otras

¿Cómo ve a Córdoba culturalmente hablando?

Parece que se está despertando del letargo de la pandemia, y en estos últimos meses están reviviendo las peñas, el Ateneo, los patios, la Córdoba floral, las cofradías, la Fundación de las Bodegas Campos con esas salas tan evocadoras donde tan bien se escucha a los poetas de Cántico; la Real Academia, que no para de estudiar y celebrar literatura, música, historia, ciencia; el Museo Arqueológico, las efemérides, las exposiciones... Sin olvidar Cosmopoética. Córdoba está ahora muy viva, con ganas.

No se puede evitar hablar de feminismo con usted. ¿Qué ha significado esa lucha en su vida?

El feminismo ha sido, juntamente con la escritura, lo que me ha dado alegría, ilusión de vivir, de compartir con otras. He tenido la suerte de que contaran conmigo y esas relaciones me han dado mucho. El feminismo me ha dado seguridad, formación, argumentos, amigas con las que crecer y compartir.

¿Qué otras batallas le hubiera gustado librar?

Batallas no, por favor. Sí hay algo que no he hecho y que era mi sueño cuando pensaba en escribir. Soñaba con ser escritora, pero escritora de novelas. Y, a rachas, he fantaseado con escribir, al menos, una novelita corta. Pero no. Me he quedado con unos cuantos relatos, esparcidos en revistas o en alguna antología de varios autores. La urgencia fue siempre la necesidad, la poesía. Y ahí vamos, ahí voy.