«No se puede amar aquello que no se conoce ni defender lo que no se ama». Quizás sea esta frase de Leonardo da Vinci la más adecuada para entender el desapego que muchos urbanitas sienten hacia los árboles que pueblan las ciudades, tratados como simples elementos decorativos de los que prescindir en caso necesario. Córdoba, ciudad tan milenaria como maleducada en muchas materias, no ha sido formada debidamente para aprender a amar los suyos, lo que ha hecho que muchos perezcan a lo largo de los años.

Pese a todo, aún perviven numerosos ejemplares singulares que merece la pena conocer para que el conocimiento sirva de freno a su destrucción. Aunque solo sea por egoísmo de especie, ya que estamos obligados a respirar y son los árboles los que producen el oxígeno. Ángel Lora, biólogo, profesor de la Escuela de Ingeniería Agronómica y exresponsable del área de Parques y Jardines de Córdoba, firmó hace unos años el libro Árboles singulares de la ciudad de Córdoba, que analiza 43 ejemplares especiales. Antes de empezar, da un dato clave para considerar a los árboles nuestros pulmones: «Un árbol de tamaño medio genera más de 300 litros/hora de oxígeno, sin ellos no podríamos vivir».

La singularidad de un árbol depende de muchos factores. «Singular no es solo el más antiguo o monumental, también puede serlo aquel que destaca por su rareza, su ubicación, su capacidad de supervivencia o su historia particular», explica Lora.

En el Alcázar

En Córdoba, algunos de los árboles más antiguos se encuentran en el Huerto de los Inquisidores del Alcázar, donde hay una colección de cítricos y un nogal centenarios. Sin embargo, entre los ejemplares más bonitos de esta zona destacan, según el biólogo, el cedro del líbano que se encuentra en la explanada del jardín nuevo del Alcázar, diseñado a finales de los 50 del siglo pasado, regalo de una delegación libanesa que visitó la ciudad unos años después de que se abriera el jardín. Justo en la entrada del monumento, destaca un longevo, alto y estrecho ciprés (la edad exacta no se conoce) que se alza hasta unos 30 metros y, por tanto, de sombra muy alargada.

Ciprés común en la puerta de entrada al Alcázar. MANUEL MURILLO

Jardín de Orive

Un especimen muy llamativo es el Árbol del Coral que se encuentra en el Jardín de Orive, durante mucho tiempo único en su especie en la ciudad. Originario de Sudamérica, de flores llamativas anaranjadas, perteneció al antiguo huerto del Palacio de Villalones hasta que se abrió al público. Durante años, permaneció erguido «hasta que las obras del Jardín y la maquinaria empleada lo hicieron inclinarse hasta casi caer al suelo, motivo por el cual se colocó un apoyo sobre el que ahora descansa su copa».

Árbol del coral en el Jardín de Orive. MANUEL MURILLO

En el mismo jardín, destaca una jacaranda formada por dos o tres ejemplares unidos en un solo árbol singular por sus dimensiones, ya que esta especie se repite en otros sitios de la ciudad. Muy sensible al frío, se vio afectada por las heladas de hace una década tras las cuales rebrotó y sobrevive en buen estado.

Jacaranda con tres núcleos, en Orive. MANUEL MURILLO

Jardines de la Agricultura

Los Jardines de la Agricultura, conocidos popularmente como los Jardines de los Patos, se construyeron en 1866 y es el jardín más antiguo de Córdoba después del Patio de los Naranjos, considerado el primer jardín público de Europa, en el que junto a sus 90 y tantos naranjos centenarios, colocados en hileras, destaca el olivo de la fuente del Caño de Santa María, plantado en el siglo XVIII. Pero de vuelta a los Jardines de la Agricultura, este espacio alberga varios árboles singulares, entre los que Ángel Lora destaca dos. El primero, una enorme Casuarina, especie originaria de Australia y Malasia capaz de resistir las condiciones climáticas más adversas y que en este caso atraviesa el bar Playa dejando salir la copa por encima del tejado. De unos 14 metros de altura, se calcula que tiene más de 50 años.

El árbol Casuarina atraviesa el bar Playa MANUEL MURILLO

El otro es un Ginkgo, conocido como el árbol de los 40 escudos, casi el único de Córdoba durante muchos años hasta que se plantaron los que ahora lucen en el Vial Norte. Según Ángel Lora, «es un fósil viviente porque todos sus parientes son fósiles menos él siendo esa familia la más antigua de la tierra, que ha formado parte de los bosques del planeta desde hace más de 200 millones de años». Protagonista en rituales funerarios en China, un ginkgo fue superviviente de la explosión atómica de Hiroshima, lo que lo ha convertido en símbolo de la paz. El de Córdoba mide más de 15 metros de altura y se estima que se plantó hace más de 60 años.

Ginkgo en los Jardines de la Agricultura. MANUEL MURILLO

Plaza Ramón y Cajal

En la plaza Ramón y Cajal sobrevive un magnolio que se calcula fue plantado en 1926, cuando se hizo la plaza, y que siendo «un árbol magnífico, no es tan grande como podría porque estuvo estrangulado por un cable que ralentizó su crecimiento». Aunque el clima seco de Córdoba no es de su agrado, se ha adaptado a las mil maravillas elevándose por encima de los 15 metros.

Magnolio en la plaza Ramón y Cajal. MANUEL MURILLO

Otros ejemplos singulares

Una ruta por Córdoba permitiría visitar un amplio surtido de árboles singulares imposible de reunir en este espacio. Para abrir boca, el biólogo amante de la arboleda sugiere presentar respetos al acebo de los Jardines del Duque de Rivas. «Nadie sabe a quién se le ocurrió plantar un acebo en Córdoba, está muy dañado en el tronco y la copa, pero sobrevive pese al calor cordobés». Todo un héroe.

También es digno de admiración el fresno común, con más tronco que copa, que se alza en el lateral de la iglesia de Santa Marina. «Necesitado de mucha humedad, se le acabó el frescor cuando se pavimentó la plaza», restándole paz al árbol.

Fresno junto a la iglesia de Santa Marina. MANUEL MURILLO

Sobra nombrar el olmo centenario del Marrubial, amenazado de muerte varias veces por su ubicación, en medio de una acera, y que sigue dando sombra a quien se cobija a su lado. No sería la primera vez que el diseño urbanístico o una decisión política hace perecer a un árbol. «Recuerdo con pena la tala del enorme eucalipto que se levantaba junto al Alcázar, cuyo sistema de autopoda (los eucalipto arrojan ramas cuando lo considera) ponía en peligro a los viandantes, ya que se encontraba justo en la entrada. Entre apear el árbol o cambiar la entrada del Alcázar al otro lateral, se optó por la tala, buena decisión de Parques y Jardines pero mala de Cultura, que podría haber primado la supervivencia del árbol a la ubicación del acceso».

Cedro del Himalaya en la plaza Cardenal Toledo.

En medio del debate abierto sobre el cambio climático, Lora señala que «Córdoba tiene una cobertura arbórea que ronda el 16% , distribuida, además, de forma muy desigual, cuando debería contar con una cobertura del 30%». Cuantos más árboles, más vida.