El viejo oficio de la costura, ese que igual te saca del apuro cuando se te cae un botón que te permite ir de punta en blanco a un bodorrio gracias a un retalito en oferta, vive un momento de boom en Córdoba. La proliferación de la ropa creada en serie a bajo coste no ha eclipsado el gusto por las prendas de diseño único y exclusivo, a lo que se suma la conciencia de la sostenibilidad, que apuesta por el reciclaje de ropa usada a la que dar nueva vida y aprovecha los efectos antiestrés que provoca esta actividad. Lástima que los estereotipos de género sigan pesando demasiado, privando a los hombres (salvo honrosas excepciones) del placer de enhebrar y crear. Tres mujeres que se dedican a coser y enseñar explican cómo ven la profesión.

Lola Espinosa, directora de la academia Mariposa de hilo. CÓRDOBA

La mariposa de hilo: el patronaje como eje del diseño profesional 

La mariposa de hilo es el nombre de la escuela de patronaje y diseño de moda de Lola Espinosa. «Aquí enseñamos a personas que quieren enfocar esta actividad como profesión y a quienes quieren crear su propia ropa de una forma profesional, aunque empiecen a aprender todo el proceso de creación desde cero», explica la directora, patronista industrial. En su opinión, aunque se puede coser por intuición, la base del patronaje es fundamental para ejecutar un producto de calidad y es algo que no se enseña. «Hay gente que tiene mucha idea, pero sin esos conocimientos tarda mucho más tiempo en llegar a un producto profesional y con peores resultados».

Aunque su academia (avenida de la Fuensanta, s/n, edificio Las Lonjas, nave 2) abrió en Córdoba hace cuatro años, pero antes hizo un estudio de mercado en el que constató que «el boom por esta actividad empezó hace doce años, con la emisión de la serie El tiempo entre costuras, que disparó las ventas de máquinas de coser». Ahora hay otros programas de televisión que «no creo que estén fomentando los valores de la costura».

En sus clases hay perfiles muy diferentes: «Tengo desde el ingeniero aeroespacial al historiador o la farmacéutica que disfrutan cosiendo, a las mujeres jóvenes que se quieren dedicar a esto y crear su marca», comenta, «varios alumnos han sido seleccionados este año en el certamen de Jóvenes Diseñadores de Fuente Palmera y desde distintos talleres nos llaman para buscar a costureros y costureras en prácticas». La pandemia ha aumentado la demanda. «Mucha gente que se ha quedado en paro ha aprovechado para formarse y hay quienes vienen porque coser provoca efectos muy agradables en quien lo prueba, exige atención plena para no equivocarte y te hace abstraerte de los problemas, por eso es muy sano y saludable».

Irene Castellano, directora de Mindsugi, donde se imparten los talleres 'Coser y cascar'. Manuel Murillo

Mindsugi: ‘Coser y cascar’, la costura como terapia

Irene Castellano es la persona que está detrás del proyecto Mindsugi (fusión de mindfulness y kintsugi), creado para «llenar de valores mi trabajo» ayudando a personas desfavorecidas y a mujeres en exclusión social. Con ese objetivo, el centro ha puesto en marcha una tienda solidaria, un centro de terapia y mindfulness y un taller de patronaje y costura que se llama Coser y Cascar en el que enseña a grupos reducidos la costura básica con el fin de fomentar la creatividad, transformar ropa que ya no se usa y ofrecer las herramientas para confeccionar tus propias prendas. Según Irene, «últimamente, después del confinamiento y la falta de contacto entre personas, hay mucha necesidad de hacer cosas manuales, de aprender en grupo, y esta actividad es superterapéutica».

Aunque se oferta a hombres y mujeres, «e incluso hemos hecho publicidad específica para ellos», recalca, «muy pocos hombres se animan y la mayoría son gays, lo cual es una tontería porque la costura es algo que beneficia a cualquier persona». En sus clases, «cada uno elige su ritmo, hay quienes saben más y profundizan en el patronaje industrial, quienes han perdido su trabajo y se intentan buscar la vida de esta forma y quienes vienen como hobby, para compartir espacios, charlar y divertirse, lo importante para nosotros es buscar el bienestar y aprovechar el talento creativo a través de la costura».

Quienes acuden al centro de Mindsugi (calleja Azonaicas número 16, junto a Las Tendillas, bajo local), compaginan a veces la costura con otras actividades como la meditación, el yoga, la danzaterapia o la musicoterapia, «siempre con terapias empíricas, basadas en la ciencia», recalca. En cuanto a Coser y Cascar, el objetivo último del taller, al que asisten particulares que pagan sus clases y otras personas becadas, «es sacar una línea de confección de personas en exclusión», señala Irene.

Alberta Rodríguez, en su atelier de la calle Cárcamo. Manuel Murillo

Alberta soy yo: creativa y maestra de «la base artesana»

Alberta Rodríguez estudió Educación Infantil. «Quería ser maestra de guardería, pero no hice prácticas y no me contrataban», recuerda, así que decidió formarse en lo que hasta entonces había sido su hobbie, el corte y confección y el diseño de moda, y dedicarse a ello profesionalmente. Alquiló su rinconcito en la calle Cárcamo, 20 hace ocho años y allí montó su atelier, donde desde el 2013 ofrece sus servicios como costurera, modista y diseñadora de ropa bajo la firma Alberta soy yo. «Arreglo todo tipo de ropa, customizo prendas, pero lo que más me gusta es crear ropa por encargo».

En su opinión, la globalización ha hecho mucho daño al sector, abaratando las prendas y haciendo que no se valore la confección de un traje único, hecho a tu medida, «que hace que luzcas esplendorosa» porque está diseñado para tu cuerpo. «Se está perdiendo la base artesana de la costura», asegura. Por eso, además de crear y asesorar, también da clases de costura para todos los niveles, desde iniciación a perfeccionamiento. «Hay una base de patronaje que sirve a todo el mundo y luego está el diseño, pero para ser diseñador no basta con dibujar, eso que tú imaginas hay que saber llevarlo al plano físico, que es lo que yo intento enseñar en mis clases». 

Le gusta el lujo y la elegancia, «pero eso no es sinónimo de serio, ni de prendas para usar solo en ocasiones excepcionales», recalca, «hay que vestir bien siempre y sentirse libre para ponerse lo que a uno le gusta». Aunque es cordobesa, de Castro del Río, y trabaja en Córdoba, Alberta cree que a la hora de vestir «la gente sigue estando muy encorsetada y anclada en el pasado», lo que limita las posibilidades de crear todo tipo de trajes. «Cuando propones hacer algo diferente hay quien dice ‘es que eso no se lo he visto a nadie’», explica, «en otras ciudades, la originalidad es un plus, pero en Córdoba la gente no quiere desentonar ni llamar la atención».