Pasear entre retazos de historia es algo que se puede hacer casi en cualquier rincón de Córdoba. Hacerlo entre los restos inhumados de algunos de los que escribieron parte de esa historia solo es posible si se recorre el cementerio de la Salud, llamado así por la imagen hallada en el pozo de la ermita contigua. Ni siquiera en estos días previos a la festividad de los Santos, el de la Salud abandona su habitual quietud, donde hay un entierro al día en el mejor de los casos. O en el peor, según se mire. A falta de un guía oficial o de señales que indiquen una ruta por las tumbas más ilustres, aunque daría para cinco rutas distintas, según el propio gerente de Cecosam, Pedro Ruiz, nada mejor que dejarse orientar por quien más conoce los secretos enterrados en él, Esteban, sepulturero de Cecosam desde hace 19 años y alma máter de este camposanto desde hace seis. Para iniciar el recorrido, conviene fijarse en la entrada, sobre la que figura una placa que señala su inauguración en 1847, aunque el cementerio se construyó en 1811 (hasta entonces, los muertos se enterraban en los laterales de las iglesias), por lo que cumplió el pasado mes de junio 210 años. Según recuerda Esteban, se levantó en respuesta a un decreto de José Bonaparte, aunque los primeros entierros no empezaron hasta 1833. A diferencia de ahora, los panteones y nichos más antiguos llevan el título de a perpetuidad, por lo que la propiedad sigue pasando desde sus compradores a los sucesivos herederos, que no tienen que pagar impuestos, ya que Córdoba es la única ciudad de España donde no existe tasa de mantenimiento.

Muestra de una sepultura de arquitectura más antigua. FRANCISCO GONZÁLEZ

El cementerio de la Salud está plagado de títulos nobiliarios. Nada más entrar, una puertecita a la derecha da paso al panteón de los condes Casillas de Velasco, de estilo neogótico, donde no han dejado de producirse inhumaciones, la última del 2017. Más adelante, expropiado primero y restaurado después por el Ayuntamiento, se encuentra el de la marquesa de Conde Salazar, levantado en 1872. Antaño de uso privado, la marquesa comparte ahora su terreno con los columbarios habilitados en su interior, a la venta para cualquier cordobés interesado. Lo mismo ocurre con el panteón de los marqueses de Cabriñana, fechado en 1896 y rodeado por tres árboles singulares, «acacias lloronas de Japón que la marquesa trajo a Córdoba desde tan lejos para plantarlos junto a su tumba». Abandonado durante años, el Ayuntamiento se hizo con la propiedad y tras restaurarlo, instaló columbarios para su venta, «al mismo precio que cualquier otro», aclara Esteban. En uno de los de Cabriñana, como reza una pequeña lápida, descansan los restos del poeta cordobés Pablo García Baena.  

Enterramientos de toreros

Ineludible es la visita a los cuatro califas del toreo enterrados en él. El primero, Lagartijo, destaca por la escultura colocada sobre el sepulcro, un arcángel en mármol blanco construido en una sola pieza obra de Mateo Inurria, aunque sea difícil identificarlo, ya que no aparece el apodo del matador, solo su nombre, Rafael Molina Sánchez, y el de su mujer, Rafaela Romero. La tumba del segundo califa, Rafael Guerra Guerrita, se encuentra en el interior de un panteón con cancela en el que nunca faltan flores blancas que la propia familia se encarga de reponer, según Esteban. Muy cerca de Guerrita, se encuentra Manuel Rodríguez Sánchez, el padre de Manolete, fallecido en 1923.

Enterramiento de Machaquito. FRANCISCO GONZÁLEZ

Los descendientes del tercer califa, Machaquito, también han dejado estos días flores blancas sobre la tumba del matador, fallecido en 1955 y enterrado en un panteón más discreto, en mármol oscuro, con el rostro del torero esculpido en él. Si andan cerca de la tumba de Lagartijo, fíjense porque a su lado verán los sepulcros de los Cruz Conde, con el que fuera alcalde de Córdoba y cuya calle ha sido objeto de polémica, en el centro, solo, bajo una inscripción labrada en granito oscuro que reza: «Reformó la ciudad de Córdoba, realizó la exposición Ibero-Americana de Sevilla y prestó a España relevantes Servicios».

No muy lejos, encontrarán a otro franquista de pro, el General Cascajo, en cuya tumba se lee que fue «hijo predilecto de Córdoba y el más decidido defensor del alzamiento nacional del 36», así como que «el Ayuntamiento de Córdoba le concedió el sepulcro en señal de perenne gratitud». Más escondida, pero igualmente llamativa es la tumba de un chófer de Franco, un tal Rafael Gálvez Brouet, que murió en 1939 con 34 años dejando claro en su tumba para quién trabajó.

"Entre los personajes enterrados se encuentra el alcalde Cruz Conde y un chófer de Franco"

Recuerdo a Manolete

Pero volviendo a los toreros, según Esteban, el más famoso de los califas, Manuel Rodríguez Sánchez Manolete, no fue enterrado inicialmente en el panteón que ocupa hoy. «Cuando murió, se sepultó en el sitio donde ahora se encuentra el panteón de los Sánchez de Puerta, en la parcela de Santiago, hasta que le construyeron su mausoleo». En vísperas del 2 de noviembre, sobre la tumba de Manolete, en la que duerme la escultura del torero, con la nariz restaurada tras un acto vandálico, junto a la imagen del Cristo de los Faroles, un único clavel rojo. «En la tumba de Manolete, siempre hay algo, viene mucha gente a visitarla, entre ellos, multitud de mexicanos, ya que tenía muchos seguidores», relata.

Camino de la tumba de Manolete, llama la atención otra de estilo rústico, ubicada en la parcela Santa Victoria, hecha con bloques de granito, la de Benito de Arana Beascoechea, el ingeniero fundador de las Electromecánicas, vasco de nacimiento y cordobés de corazón, cuyos restos descansan en el cementerio de la Salud. El material de las lápidas de los nichos da idea de la época a la que pertenecieron, desde los años 20 y 30 del siglo pasado, en que se fabricaban en pizarra, con inscripciones intactas pese al paso del tiempo, a las de piedra posteriores y el granito más reciente. Como el de la tumba de la familia Castillejo-Gorráiz, donde se encuentra el cura banquero, ubicada en un lugar de paso. 

Enfrentados en vida, una vez fallecidos reposan en el mismo recinto los restos de políticos de muy distinto signo. En un nicho en alto, se encuentra Manuel Sánchez Badajoz, el alcalde socialista fusilado en 1936 durante el alzamiento militar, y al que el partido le dedica cada año un homenaje en el día de la República.

Cementerio musulmán

Como es sabido, sin lápida, aunque nombrados muchos de ellos en el muro de la memoria del cementerio, se encuentran también decenas de cordobeses enterrados en fosas comunes. El carácter multicultural de Córdoba también se deja ver en el cementerio, donde hay espacio dedicado a los musulmanes, enterrados siempre bajo tierra. Entre las tumbas, de escasa ornamentación, llama la atención una, de un señor fallecido en Pakistán y enterrado en Córdoba.

Cementario musulmán dentro del camposanto de la Salud. FRANCISCO GONZÁLEZ

También son visibles símbolos judíos como la estrella de David labrada en algún panteón, o masónicos, como el ancla bajo un puente envuelta en laurel que figura en el singular monolito de forma mediofálica que corona el enterramiento de un ingeniero de caminos. También es de destacar el mausoleo de la familia Saavedra Cabrera, que, según el sepulturero Esteban, es de una gran profundidad, con tres pisos hacia abajo y un amplio salón. 

Enterramiento masón. FRANCISCO GONZÁLEZ

De 1877, lo que llama la atención es la tumba de una mujer, Margarita Ortiz, que, cuentan, fue la criada de la familia y por ello colocada «a los pies de su señor» también después de muerta. Hallarán en otro rincón, el Grupo Alto del Ángel dedicado a niños fallecidos a finales del XIX y lápidas en nichos que les pondrán los vellos de punta, como una presidida por una calavera que recomienda: «Acuérdate de cómo yo he sido juzgado porque así serás juzgado tú».

"Al fondo del cementerio, hay un espacio donde se entierra a personas musulmanas"

El cementerio da para mucho más. A cada paso asaltan apellidos conocidos como Rey Heredia o Carbonell, el de la conocida marca de aceites, o panteones llamativos como el de Pedro López Morales, construido en mármol blanco en honor del comerciante riojano que, instalado en Córdoba, fundó la sociedad Pedro López e Hijos, impulsó la construcción del Gran Teatro y hasta fue concejal del Ayuntamiento. Para aprender historia, bastará con leer las inscripciones («José Miguel Henares, primer presidente del Círculo de la Amistad, 1883) o teclear algunos nombres en Google, la salvación de los desmemoriados. En la web del Ayuntamiento, encontrarán el plano de La ruta de los recuerdos, con algunos de los puntos claves del cementerio. Por cierto, que quien quiera depositar sus restos en tan monumental espacio, puede hacerlo, ya que, según Cecosam, hay unas 60 plazas libres. No solo en nichos, también hay a la venta un panteón expropiado, vaciado y rehabilitado que está listo para entrar a morir.