El estudio de Juan Cantabrana está a las espaldas de una iglesia. Es un espacio tranquilo y luminoso, como elevado del resto del mundo; un fotograma congelado que podría servir de escenario para una de las películas de la serie de Las Estaciones de Éric Rohmer; aunque este pintor cordobés se adapta a cualquier época del año que ofrezca una luz atractiva. Unos albañiles arreglan las losetas del patio interior del edificio mientras escuchan a Camela y el runrún de la música se cuela por los ventanales de la habitación, congelada en la línea temporal de un pintor que se codeó con grandes artistas en París.

Cantabrana casi nació con un pincel en la mano. A los trece años se apuntó a la escuela de Amadeo Ruiz Olmos, con el que aprendió a dibujar antes de inscribirse en la Escuela de Artes y Oficios, donde Rufino Martos fue su maestro. Luego se trasladó a Madrid para aprender en el estudio de Daniel Vázquez Díaz y en la capital llegó a vivir hasta veintidós años. Pasó por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y formó parte del grupo Nueva Figuración Española. Pero fue París la meca que le acercó al impresionismo y a la relación con su amigo Nicolás Puech Hermès, heredero de la firma de bolsos, que llevó la obra de Cantabrana por exposiciones de Toulouse y París. Pero esos son solo breves trazos de una vida entera dedicada a plasmar la luz.

Cantabrana tiene ahora ochenta años y una fuerza interior de veinte menos, que se aprecia en su mirada intensa, en los silencios entre sus frases. Su última obra, la representación del Arcángel San Rafael, que realizó como sugerencia de la Federación de Peñas cordobesa para la celebración de estas fiestas, recuerda a las reinterpretaciones del arte joven actual sobre el imaginario religioso. Una intuición simbólica que no ha gustado a todo el mundo. El 6 de noviembre, los retratos de Cantabrana,de Pablo García Baena, Julio Aumente y Ginés García Liébana colgarán de la pared del Palacio de Congresos en el homenaje a los tres centenarios de Cántico.

¿Qué es para usted la pintura?

Es como respirar, es mi vida entera. La experiencia de pintar al natural, cuando se transmite a tus ojos ese contraste del colorido que luego trasladas al lienzo. En esos momentos se produce casi un vínculo con la creación misma y la sensación que eso provoca no se parece a nada.

¿Cuántas horas le dedica al día?

Pinto todos los días, desde siempre, excepto cuando he estado enfermo o he estado de viaje. A veces pinto tres horas, otras veces siete. O puede que esté durante diez o doce horas seguidas. Cuando estuve haciendo la serie bíblica me quedaba muy a menudo hasta las tres o las cuatro de la mañana. Recuerdo cuando estuve componiendo el cuadro de La última cena. Por casualidad, conocí en un pub a un grupo de extranjeros entre los que estaba un iraní al que miré y pensé instantáneamente que ese tenía que ser seguro el apóstol Tomás. Le hablé de mi proyecto y accedió a posar para mí. Si ves el cuadro, el que está al lado de Cristo es el iraní que vino de visita a Córdoba. Como esta, tengo muchas anécdotas.

Sus representaciones religiosas tienen una mirada muy actual

Sí, sí. Muy natural y muy actual. Como el San Rafael que he hecho, pese a las críticas que ha despertado. Es mi versión, una versión actualizada.

¿No cree que eso es bueno? quiero decir que no provoca indiferencia.

Bueno, a mí no me importa que genere críticas negativas. Mi nieto tuvo la deferencia de venir desde Londres para posar para el cuadro de San Rafael.

¿Por qué eligió a su nieto?

No tiene nada que ver el hecho de que fuera mi nieto, simplemente pensaba que él daba la armonía de facciones necesaria para la versión de San Rafael que yo quería representar. Los ángeles son asexuados, en teoría, claro, pero si seguimos esa premisa te encuentras con la dificultad de representar a una persona con sexo indefinido. No es nada fácil dar con las facciones adecuadas para un arcángel. Mi idea era representar a una persona joven con el estilo de corte de pelo que lleva actualmente en la juventud.

La perspectiva del cuadro de San Rafael es muy interesante, ¿por qué la eligió?

La perspectiva, el punto de fuga, está en el paisaje. De ese horizonte emerge una figura verticalmente enorme, de gran magnificencia en comparación de tamaño. Esa magnificencia tiene una gran importancia para captar toda la atención del cuadro. Ocurre lo mismo con las pirámides de Egipto, si no fuesen tan grandes no tendrían ningún interés.

¿Cómo surgió este encargo?

Fue a través de Alfonso, el presidente de la Federación de Peñas. Tuvimos una reunión en el club Azahara, a la que también acudió Carlos Clementson. La Federación de Peñas cordobesas hizo un libro de poesía dedicado a Pablo García Baena como homenaje y me encargaron un retrato suyo para que fuese la portada del libro. Aprovechando esa circunstancia, el presidente de las peñas me propuso hacer el cuadro en homenaje al Arcángel San Rafael, por si me apetecía, y yo lo acepté con ilusión. Nunca antes en mi vida había hecho un encargo así.

¿En qué se inspiró para llevarlo a cabo?

La imagen me vino precisamente en aquel momento, cuando Alfonso Morales me lo sugirió. Le dije que pensaba hacer una vista del paisaje de Córdoba, sobre la que ascendiese San Rafael. Él me dijo «¡Lo estoy viendo, estoy viendo el cuadro!». Yo quería hacer una composición simbólica que, al verla el espectador, la retuviese siempre en su memoria, por eso elegí un paisaje tan reconocible de la ciudad.

Aunque figurativo, considera que su estilo es una mezcla de varios estilos y épocas, ¿pretende hacer algún cambio?

En ese cambio estoy permanentemente. El estilo va evolucionando porque voy conociendo nuevos detalles en la naturaleza, nuevos efectos de luz, aspectos que voy incluyendo poco a poco en los cuadros, por lo que el estilo va cambiando. Mi época de Madrid es puramente impresionista y no tiene nada que ver con mis cuadros posimpresionistas o con mi estilo actual. Es complicado, pero yo pretendo crear un nuevo ismo con mi pintura, apoyado en el efecto iris, que sigo investigando e incluyendo en mi pintura.

El San Rafael del artista cordobés Juan Cantabrana que ilustra el cartel de las fiestas del 2021. A.J. GONZÁLEZ

¿Disfrutó sus años en Madrid?

Me encantó, es la ciudad más bonita de Europa. Sobre todo disfruté esa sensación de libertad individual que te provoca pasear por cualquiera de sus calles.

¿Qué ve en la luz de Córdoba que le inspira tanto?

Es impresionante, sobre todo los atardeceres. Hay años en los que los otoños y las primaveras son increíbles, algo que no puedes encontrar en casi ningún sitio. Pictóricamente, Córdoba es una ciudad culmen para un pintor.

¿Encuentra un ambiente cultural en la ciudad con el que se sienta a gusto?

Sí, hay gente muy buena e interesante. Creo que ahora es un buen momento. Ha habido momentos peores, con menor interés. Lo que me da mucho coraje como cordobés es que esta ciudad no tenga galerías de arte y que las pocas que había hayan desaparecido. Es una ciudad sin apenas espacios expositivos. Encuentras lo mismo de siempre, el Romero de Torres, el Bellas Artes y poco más. Eso es muy pobre para una ciudad histórica. Aquí debería haber una preocupación por crear una gran ciudad de arte y museos porque es el atractivo fundamental que debe tener una ciudad histórica como Córdoba, en la que no hay industria ni la va a haber, así que el progreso económico tiene que venir por la parte artística, cultural, museística. Ahí es donde debería estar el fomento de Córdoba.

¿Por qué siempre opta por el predominio de los violetas?

Es una destilación de colorido que he ido haciendo desde mi época impresionista. Por ejemplo, el negro no lo he usado en cincuenta años, porque el negro no existe en la naturaleza, ni tampoco el blanco. La realidad se encuentra en los tonos intermedios, en el iris de color, así que yo me muevo en ese iris, en esas miles de gamas que hay en la transición de un rojo hacia el azul. Me muevo en la gama de colores que ven mis ojos. Yo no veo líneas puras, sino impactos de color y brillo.

Sus cuadros estuvieron expuestos en la finca La Colorá.

Sí, sí, en una colección muy grande que hubo allí, en la finca de mi amigo el coleccionista de pintura Carlos Vegara. Él podrá tener como unos veinte o treinta cuadros míos, algunos de temas bíblicos. Allí había una gran nave de piedra antigua, muy bonita, que se adaptó como espacio expositivo y donde estuvieron unas cuarenta o cincuenta obras mías durante varios años. Aquello funcionó muy bien como centro turístico y rural. Por aquella época íbamos mucho por allí y nos acompañaba Tico Medina, el periodista.

La escultora Eva Riquelme le hizo un busto, que guarda aquí en su estudio, precisamente, ¿sigue teniendo contacto con ella?

Sí, ayer precisamente estuve hablando con ella un buen rato a cerca del San Rafael (risas).

¿Qué opina ella del cuadro? ¿Le gustó?

Hombre, a ella le encanta mi pintura. De hecho, me dijo que ojalá el San Rafael, en vez de ser una sugerencia, hubiese sido un encargo para que yo lo hubiera hecho a una escala de cuatro metros (risas).

Ella comparte con usted ese punto de provocación inconsciente.

Hombre, jamás pasa por mi mente provocar a nadie y creo que por la de ella tampoco. Jamás. Pero si pienso en un arcángel, lo veo como una figura muy difícil de imaginar, porque es una fuerza, como lo es Dios. Es algo muy abstracto, por lo que pensé en pintar una imagen limpia, sencilla, traslúcida. Quería representar un San Rafael humanizado, pero nunca pensé en provocar a nadie.

Ya no en relación al cuadro de San Rafael, sino en general. Sus cuadros bíblicos, por ejemplo, tienen perspectivas que se alejan de las comunes en ese ámbito.

En la serie de cuadros que he dedicado a la Biblia, creo que han sido treinta, de gran formato, que han ocupado casi treinta años de mi vida, que ya es decir, he interpretado las lecturas que he hecho de la Biblia. Mis versiones de las imágenes bíblicas no son religiosas, no están vistas desde el prisma de la Iglesia católica ni nada de eso, ni en ellas está presente una simbología religiosa evidente. Tengo una buena Biblia del nuevo mundo, con una traducción directa del arameo. Tras la lectura, imagino las diferentes escenas, las veo y las compongo en mi mente, directamente. Es casi como formar una escena de teatro en la que cada uno tiene su papel y yo debo buscar a los personajes para que posen y así componerla.

¿Por qué le interesan tanto las escenas bíblicas?

Porque son interesantísimas. Son historias únicas. Son especialísimas, no hay nada igual. Mi interés ha sido plasmarlas de una forma sencilla, muy real, natural, para que el público pueda entenderlas. Esa es la idea.

Si no estuviese ocupado con los retratos para el homenaje a los centenarios de Cántico, ¿en qué estaría trabajando ahora?

En ese gran lienzo que hay allí detrás y que he tapado con una manta para que el fotógrafo no lo saque, porque no está terminado (risas). Tengo una tertulia llamada la Tertulia de San Nicolás, en la que todos los miércoles, a las diez y media de la mañana, me reúno con unos amigos en el jardincito que hay tras la iglesia de San Nicolás. Es una reunión muy variopinta, pero interesante, con escritores y poetas, como Rafael Mir; Carlos Clementson; el director de la Escuela de Artes Plasticas y Diseño, Miguel Clementson; Francisco Bravo Antigón; Alfredo Asensi, Francisco Carrasco; Paco Carrasco; el columnista Carmelo Casaño... Así hasta doce integrantes. En la parte trasera de la iglesia hay unas escalinatas muy bonitas que generaban un impacto muy bonito en el sitio en el que estábamos sentados. Lo vi claramente como un cuadro vivo, con el titileo del sol y sombra. Les dije a los tertulianos que iba a hacer un cuadro de esa escena. Les entusiasmó mucho. Estaba trabajando en ello cuando me sugirieron hacer el San Rafael, así que tuve que pararlo. Mira, te lo enseño un poco. Ahí, en el centro, el de rojo, ese soy yo.