«¿Normalidad pregunta usted?». Me responde a la gallega, con otra pregunta, que me llega como una voz lejana que tiene que atravesar hasta alcanzar mis oídos el blindaje a la atmósfera que nos envuelve que levantan dos mascarillas, una quirúrgica y otra FFP2 superpuesta (en ese protector se lee «En boca tapada no entran virus»).

Esa estampa enmascarada hace 564 días sólo hubiese encajado en el cine de ciencia ficción o de bandidos asaltando un banco. Pero la conversación la mantenemos, a media mañana, un panadero y un periodista. A pesar de los pesares, Juan Borlado, repartidor de un horno de bollería para negocios de hostelería, no era este viernes si no el ejemplo de ese perfil que, según Fiodor Dostoyevsky, escritor de la Rusia zarista, «se complace en enumerar sus pesares, pero no enumera sus alegrías». Sin dar una conclusión clara a mi pregunta, poco parecía que era lo que celebraba Juan, Y eso que este viernes, a pesar de que la mascarilla todavía forma parte del incómodo traje de faena del panadero desde que comenzó la pandemia, de obligado y prudente cumplimiento para todos cuando la situación lo pida, era el primer día de normalidad en Córdoba tras 564 días de horarios y restricciones, muchos de ellos, no olviden, con el balcón como cordón umbilical con la vida. «Sí, pero la vida ya no va a ser nunca como era antes», me insistía Juan. 

Y me acordé entonces de la conversación que 24 horas atrás mantuve con una alta autoridad en Córdoba en la antesala de la presentación del Anuario Agroalimentario 2021 que publica Diario CÓRDOBA. «En menos de dos años nos hemos hecho unos expertos en virus, epidemias, incendios forestales y volcanes. ¿¡Qué va a ser lo próximo!?», le pregunté con una curiosidad que también se ha vacunado, a dosis de sorpresas, contra el asombro. «En extraterrestres», me contestó aquella voz autorizada. No se lo tomen mucho a coña.

A principios de abril del pasado año, con el covid-19 empezando a sacudir al planeta con zona cero en Asia, el Ministerio de Defensa de Japón anunció que estaba desarrollando un protocolo que guíe la actuación de las fuerzas armadas ante un hipotético encuentro con objetos voladores no identificados. Habida cuenta de que el Universo tiene más de 1.000 millones de galaxias, es algo «perfectamente racional», concluyó un informe de la Universidad de Columbia.

¿Qué va a ser lo siguiente?, esa es la pregunta que, llegada este viernes la normalidad, se hacen los seguidores de la corriente pesimista a la que hizo referencia Dostoyevsky. Siguiendo en el hilo del contexto agroalimentario, hay una frase del campo que dice que «si el labrador pensase en la sequía, no labraría». «¿Usted qué cree que va a ser lo siguiente?», le interrogo a Alberto Paz, en su día minero y hoy con subsidio, que no ha perdido oído a la conversación tapado por una FFP2 que por su negrura parece que acaba de salir de una beta de Peñarroya. «Tomarme una cerveza con la gente de la peña».    

El caso es que entre la alegre respuesta de Alberto y las dudas de Juan dan la clave de lo que va a ser la evolución en la sociedad en los días inminentes. Entrar en la normalidad o no va a estar en la disposición personal de cada uno para dar el salto sobre ese grueso trazo que separa al negativismo y el positivismo. Tal vez ayer fuese pronto para sacar las primeras conclusiones de lo que supuso que, por decreto de la Junta de Andalucía, volviésemos a ser habitantes de un planeta normal, aunque por la tarde en el concierto de la Mala en el Alcázar el personal estuviese un poco más apretado que hace una semana escuchando a India Martínez, se compartiese butaca en el cine sin necesidad de vivir en burbuja (tan vulnerables «que se destrozan con un solo parpadeo», como pensaba Julio Cortázar) o los pubs dejasen de mirar el reloj y la constantes vitales de la noche hayan recuperado el latido hasta que cante el gallo.

«Hoy tenemos las mismas reservas que cualquier viernes, que no son pocas, pero para mañana ya no doy citas», coincidieron en tres terrazas de María la Judía por las que acompañé a Juan.  

Expertos en salud mental han recomendado una vuelta a la normalidad «progresiva», no dejarse llevar por la actividad anterior y «crear rutinas, no aislarse». Rafael Salom, psicólogo, advirtió días atrás que algunas personas pueden tener miedo a recuperar su actividad tras levantarse las restricciones. Al final, va a ser el ciudadano el que tome sus propias decisiones. Pepa, costurera, que escucha mi conversación con el repartidor de pan, nos asaltó con una conclusión lapidaria: «¿Sabe usted cuándo vamos a ser normales? –me dijo- Cuando yo le pueda dar un beso sin taparme con la mascarilla?». «Si es por eso no se preocupe, que estoy vacunado». Y me lo dio. Casto. Va a tener razón Salom. La rutina llegará sólo cuando el ciudadano tome la decisión de querer ser normal.