Hacía tanto tiempo que no acudíamos a un acto oficial «normal», presencial, sin pantallas, con decenas de personas sentadas unas al lado de otras (con mascarillas, eso sí), que acabó resultando en algunos aspectos un acto de lo más raro. La olvidada rutina habitual que acompaña a todo evento vinculado a la Casa Real, ese despliegue policial inconmensurable que te hace sentir cual mosca atrapada en bolsa de basura o esas exigencias de acreditación que acaban por dejar compuestos y sin acto a periodistas desplazados desde otras provincias por no rellenar en tiempo y forma el formulario, es algo que, después de dos años libres de protocolos, cuesta asimilar. Un momento culmen de la rareza es ese en el que la Policía pide al personal de los medios que coloquen sus pertenencias en fila junto a un bordillo para hacerlas oler por un perro adiestrado, nadie sabe muy bien en busca de qué, y que siempre acaba sonrojando al que tiene la mala suerte de despertar el olfato del can. No diremos quién fue el agraciado esta vez. Como en los aeropuertos, el poli de turno te abre el bolso y al comprobar que no hay rastro de ¿armas, drogas? o ¿chorizo? te deja seguir con tu tarea. Superado el mal trago, sabes que se acerca la llegada real ¿o la real llegada?, aterrizada esta vez en el chiquito pero útil aeropuerto de Córdoba. 

Coro Averroes | Saludo del Rey y otras autoridades a los músicos. FRANCISCO GONZÁLEZ

Quién sabe si pasó algo en el avión que los trajo a la ciudad o es que la química entre el monarca y el ministro republicano simplemente no fluye porque se los vio de lo más «tú a lo tuyo y yo a lo mío». Al intelectual, que viajaba sin asesor, acompañado únicamente por su maletín de cuero, se le vio un poco perdido. Más de una vez, Castells ha dejado claro en sus declaraciones que lo suyo no es el protocolo, por lo que cabría imaginar que su espíritu libre choque con el de un Rey educado entre normas protocolarias. Tampoco ayudó que entre el resto de autoridades no hubiera nadie del mismo signo político para arroparlo. El hombre, más perdido que un pulpo en un garaje, no solo se rezagó en la llegada sino que casi se pierde la foto de familia, a la que lo llamaron cuando ya era evidente que se había despistado. Menos mal que nadie se dio cuenta. 

Saludo a autoridades | El Rey conversa con Sánchez Zamorano y Repullo. FRANCISCO GONZÁLEZ

En un espacio acotado como Rabanales, faltó el contacto directo con el pueblo llano, que se perdió el primer plano del monarca, tan alto como siempre pero más canoso que la última vez. Lo mejor de la visita de Felipe VI, que viajó solo a diferencia del Rey Emérito, que 25 años antes también presidió una apertura de curso en compañía de la Reina Sofía, es que obligó a seguir un estricto guion que logró que un acto que inevitablemente se desparrama durante varias horas se acortara a hora y media exacta, con puntualidad británica. Tras años de austeridad, la UCO se dejó caer para tan noble ocasión con un bonito detalle para todos los asistentes, una mascarilla de la institución y una medalla dorada conmemorativa del 50º aniversario que la Universidad de Córdoba cumplirá en el 2022. 

Los recortes de tiempo restaron también minutos al Coro Averroes, tan lúcido y oportuno en sus interpretaciones, que esta vez se tuvo que limitar al Veni Creator del inicio, el Gaudeamus Igitur al final y una brevísima The seal lullaby en medio. Habrá que esperar al año que viene

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