La noticia del primer caso clínico en el mundo de un joven adicto al videojuego Fortnite que tuvo que ser ingresado en un hospital de Castellón ha generado cierto revuelo social y mediático por lo que implican las ludopatías a edades tempranas. Es un hecho sabido que los niños se inician en las nuevas tecnologías cada vez a más corta edad, no en balde son los denominados nativos digitales, es decir, aquel que nace y se desarrolla dentro de un contexto que lo familiariza con la cultura de las nuevas tecnologías. Según Ana Anguita, psicóloga de la delegación de Córdoba del Colegio Oficial de Psicología de Andalucía Occidental y miembro de la Unidad de Adicciones del Instituto Provincial de Bienestar Social (IPBS) de la Diputación, se está dando un incremento en el abuso de los videojuegos si bien, matiza, «no son todos los casos los que llegan a considerarse adicción».

Siguiendo una serie de criterios los expertos pueden llegar a determinar si el menor está pasando de un uso abusivo de los videojuegos a una adicción por el juego en sí, pero subraya Anguita que «no son la gran mayoría». En este sentido recuerda que el juego es algo positivo para los niños en tanto que «es bueno y les sirve para desarrollarse y poner en prácticas ciertas habilidades que después serán sus escenarios reales». Es importante en este tema ver el tipo de juego del que se está hablando y saber qué se está incorporando a estos porque «hay estrategias que sí pueden no ser determinantes aunque pueden llegar a ser factores de riesgo». Señala en concreto a aquellos videojuegos que simulan «las típicas tragaperras».

Esto puede promover o favorecer que haya una cierta adicción pero, insiste Anguita, «el juego en sí no se puede demonizar». Más allá, explica que de manera clínica no está demostrado que ciertos juegos que «consideramos violentos» en ciertos chavales que no tengan unas características previas de violencia, el estar expuestos a ellos vaya a favorecer que estas personas tengan conductas violentas, y no tanto así en aquellas que sí están predispuestas a la violencia. El juego, bien gestionado, «es gratificante y una manera de relacionarnos con los demás», afirma. Otra cuestión a destacar es, a su juicio, que el juego que se vive ahora no es el mismo que se vivía antes., «la sociedad tiende a estar más recluida, las familias tienen otro tipo de cotidianidad sin olvidar que tenemos las 24 horas del día al alcance de nuestra mano Internet, ya sea en el teléfono móvil, la tablet o el ordenador».

Cuando se pasa de un uso responsable a un abuso se ponen en marcha una serie de criterios que terminarán por dar la voz de alarma a los padres. Uno de ellos es el tiempo que se dedica al juego, si bien no existe «consenso diagnóstico al respecto, es decir, no hay un límite establecido como óptimo o pernicioso», asegura Anguita. Dejar las responsabilidades de lado para dedicar el tiempo al juego es otra de las señales indicativas de que puede existir un problema. No cumplir límites, dejar de hacer actividades que antes eran gratificantes a favor del juego o las discusiones familiares que derivan en enfrentamientos son otros de los criterios a considerar en estos casos. Según la psicóloga es fundamental que los padres supervisen lo que el menor está haciendo, «es más, deben conocer los juegos a los que sus hijos dedican parte de su tiempo» y algo clave, «ponerle límites al uso y cumplirlo». Una cuestión que no todos los progenitores saben cómo gestionar y que se traduce «en un número cada vez mayor de jóvenes a los que estamos atendiendo en la Unidad, más niños que niñas, algo en lo que la pandemia ha influido negativamente». En todos los tratamientos de adicción el papel de la familia es fundamental pero en el caso de menores y adolescentes «es primordial».