La socióloga e integrante del Instituto de Estudios Sociales Avanzados (IESA) del CSIC Isabel García afirma, directamente, estar «harta» del teletrabajo. En el IESA aplican ahora un modelo mixto que combina cuatro días de presencialidad y uno de teletrabajo, o viceversa. Todo ello a pesar de que los trabajos en los que estuvo implicada durante el confinamiento no se vieron afectados, porque la comunicación a través de internet permitió continuarlos sin problema alguno. Pero más allá de cómo podría afectar el modelo de trabajo al empleo tangible que se realiza, García entiende que la presencialidad genera «relaciones de confianza» que pueden mejorar el trabajo que se realiza. El compartir espacio, explica, «crea una serie de sinergias a través de una comunicación espontánea» que de otra forma se perdería. Afirma no estar segura de que el teletrabajo haya venido para quedarse porque, manifiesta, está en una fase «muy prematura» que además ha sido sobrevenida. En cualquier caso, sí evidencia que ese trabajo a distancia «se mantendrá en la medida en que sea rentable para las empresas», pero advierte del «riesgo de abusos laborales» si no se establecen una serie de parámetros.