Balti y Pablo Carrascal son dos músicos callejeros a los que con probabilidad se puede encontrar ofreciendo su arte sin techo a los transeúntes que pasan por la esquina del bulevar del Gran Capitán con la calle Gondomar.

Los dos son de Córdoba y llevan más de una década en las calles ofreciendo su particular visión de la música a todos aquellos que tengan a bien detenerse a escucharlos. Y merece la pena hacerlo. Cada uno con su estilo y su historia a cuestas unidos por un mismo hilo: la pasión por la música que hace tiempo decidieron tomar como profesión. Balti explica que son ya dos lustros los que peina con este tema de la música callejera «por Europa pero sobre todo aquí en Córdoba». En los días que corren se hace complicado para más de uno poder decir que está realizando el trabajo que le gusta. No tanto le ocurre eso a este joven padre de familia que asegura que «estoy en esto porque me satisface». Más allá del sentimentalismo, Balti admite que «hay dificultad para poder vivir de la música si lo que quieres es pagarte el alquiler, la comida y cubrir las necesidades de tus hijos». Y es que hay mucha competencia y el mercado «está muy mal». Tanto que en algún que otro garito le han ofrecido tocar «a cambio de unas copas». A lo que asume que «eso a mí no me vale, porque ya no bebo desde hace tiempo y porque eso lo hacía cuando tenía dieciséis años o veinte, ahora no me viene bien para lo que necesito». 

Balti tocando una de las versiones que tiene en su repertorio MANUEL MURILLO

A esta situación suma el hecho de que «la gente no quiere oír tu música, sino versiones». Porque ambos, Balti y Pablo, además de cantar y tocar la guitarra, componen sus propios temas con la esperanza de poder grabarlos algún día en un estudio profesional para comercializarlos. «De momento mis temas son para mí y cuando me sale la oportunidad de ir a tocar a un concierto los interpreto, poco más» asume. Su repertorio, bastante amplio según confiesa, está basado en temas de rock de los 60, 70 y estilo grunge. Eso cuando actúa en solitario porque no pierde comba y también colabora con su hermano, que también es artista callejero, y tocan en una banda de música celta o con un amigo que toca el violín. Admite que la gente es muy agradecida, «si no, no llevaría diez años haciendo calle y buscaría otro trabajo o estaría toda la mañana con mi hija» a lo que añade rotundo, «hago esto porque me da la libertad de poder manejar mi tiempo y tengo la libertad de tocar lo que me gusta sin que nadie me dirija».

Pablo Carrascal es un cantante callejero que interpreta música de raíces americanas AJ GONZÁLEZ

Para Pablo Carrascal son también diez los años que lleva dedicado de manera profesional a tocar en la calle. Con humor admite que no siempre ha tocado en Córdoba y que ha realizado «salidas quijotescas» que le han llevado hasta ciudades como Madrid, Bilbao o Lisboa. Reconoce que por la propia naturaleza de esta actividad, «que es estar en la calle», lo suyo es moverse «para no quemar excesivamente un único sitio». Recuerda que el confinamiento fue un golpe durísimo para la industria de la música y la cultura que poco a poco, como el resto de sectores, se va recuperando, aunque dejar caer que «a unos nos cuesta más que a otros» . Una situación en la que el tronco sale a flote y los artistas «empezamos a poder respirar algo más pero todavía seguimos en pandemia y hasta que no se normalice plenamente la situación no volveremos a recuperar los niveles en los que estábamos». Niveles que recuerda con positividad aunque con esa prosperidad que de momento se antoja aún lejana. La voz de Pablo es impresionante. En su repertorio abunda lo que él denomina «raíces americanas» donde incluye blues, bluegrass, folk, rock &roll y temas irlandeses. Además también tiene sus propias composiciones en castellano «pero no las toco en la calle porque me da mucha vergüenza», admite entre risas para ponerse después más serio al hablar de su futuro a medio plazo, «estoy planeando grabar algo de mi material original para poder venderlo». Mientras tanto, Pablo seguirá llenando el ambiente con esa música menos comercial pero sin duda llamativa siempre agradecido con ese público nómada que se para a escucharlo unos instantes y que premia con unas monedas el buen hacer de la música sin techo.