Al final de la calle Moriscos, en la esquina que forma con la calle Cárcamo, se encuentra una de las fuentes más bonitas y populares de la ciudad conocida como de la Piedra Escrita. Llama la atención su frontis, que imita un retablo, y los dos leones cuyas bocas hacen las veces de caños por las que sale agua fresca durante todo el año. Poco se puede añadir sobre ésta que no se haya dicho o escrito ya. La fuente está coronada por un arco en relieve y un gran escudo de Córdoba con una inscripción en la que se puede leer que fue hecha en 1.721, cuando Juan de Vera y Zúñiga era Corregidor de la ciudad. Previa a su construcción, existió una inscripción romana que es a lo que debe su nombre. Hoy la fuente de la Piedra Escrita cumple 300 años y sigue siendo epicentro de un vecindario volcado con esta reliquia de estilo barroco. 

El ejemplo más próximo lo tenemos en el estanco que se ubica justo en la acera opuesta. Concepción Morales, Conchita para los amigos, ha estado al frente del mismo desde que se casó y se mudó de barrio, «de San Lorenzo a San Agustín». Según explica esta octogenaria, el negocio, que ha ido pasando de generación en generación, «fue entregado a una tía de mi suegra por la reina Isabel II porque su marido volvió enfermo de la Guerra de Cuba y falleció». Una compensación que la Corona otorgaba a las viudas de los caídos en aquel entonces. Junto a Conchita, que por su avanzada edad va en silla de ruedas, está su hija, Inmaculada Muñoz, actual estanquera de la Piedra Escrita. «Nosotros a la fuente le hemos tenido siempre mucho cariño y tanto mi abuela, como mi padre y ahora nosotros estamos muy pendientes para que la gente no la estropee con el poco civismo que a veces muestran», apunta. A pesar de la estrechez de las calles que confluyen en este punto, sorprende el abundante tráfico rodado que pasa por ellas. En ese interés por preservar «la joya de la corona del barrio», la asociación de vecinos solicitó al Ayuntamiento de Córdoba que colocase unas pequeñas vallas delante de la fuente para prevenirla de posibles roces. «Hace unos años, a raíz de un concurso que Diario CÓRDOBA sacó con las fuentes, se le puso iluminación». Basta con asomarse para ver que en el fondo tiene dos pequeños focos y en el escudo otro, «y si ya de por sí es bonita, de noche se ve el reflejo del agua en la pared y está precioso» expone con orgullo Inmaculada, apoyada en su discurso por otras vecinas que se han ido acercando hasta el lugar. «Este acaba siendo el punto de partida de todos los vecinos que, o bien quedamos o bien nos despedimos aquí» afirma, mirando a la fuente que ha sido a lo largo de todos estos años no solo testigo silencioso de tantas y tantas conversaciones sino escenario irremplazable de instantáneas para el recuerdo de bautizados, bodas, comuniones y graduaciones. 

Detalle del frontis de la fuente, de estilo barroco MANUEL MURILLO

También merodea por allí, puesta en aviso por los vecinos sobre nuestra presencia, Rosario Serrano, vecina del barrio desde hace 36 años. A ella le apasiona la historia y su curiosidad le ha llevado a buscar y leer todo lo que caía en sus manos sobre esta fuente. Se presenta cuaderno en mano para contar que «son muchos los que han escrito a lo largo de los años sobre este sitio, nombres tan insignes como Teodoro Ramírez de Arellano o Ramírez de las Casas Deza». De sus últimas lecturas, relata que «en Cordobapedia hay dos versiones sobre el origen del nombre de la fuente, una atribuida a la inscripción que recuerda su construcción y otra que obedece a la existencia de una piedra de origen romano bajo el arco». Pero es otro apasionado e investigador de la historia de Córdoba, Rafael Expósito Ruiz, quien señala en un escrito, tal y como subraya la improvisada guía, que «hay en el Archivo Histórico Provincial varios documentos que demuestran que la zona conocida como de la Piedra Escrita no debe su nombre a la fuente de la que venimos hablando, pues dicha zona, y en concreto la calle que en la actualidad conocemos como Moriscos, ya se llamaba así al menos 250 años antes de que la fuente existiera».

Carmen González, dueña de una diminuta mercería ubicada unos metros más allá de la fuente, en la Calle Cárcamo, atiende interesada a las lecciones de historia que brinda Rosario. «Esta mercería tiene alrededor de 70 años pero yo llevo al frente 30». El negocio está en la parte baja de la casa familiar por lo que el valor sentimental de todo ello y de la zona «es tremendo». Carmen se siente privilegiada de vivir en la Piedra Escrita. Entre otros motivos porque «hago uso diario de la fuente y el ruido que hacen los chorritos al caer es muy agradable». Apunta que en época de patios son muchos los que se paran a hacerse fotos en la fuente, «nos visita mucha gente». Rememora entonces a un vecino «insigne» que falleció en 2020, «Miguel Amate era todo un referente que escribió un libro de poesías sobre la fuente».  

La fuente se ubica en la esquinas de las calles Moriscos y Cárcamo MANUEL MURILLO

El buen ambiente y la convivencia cincelada a lo largo del tiempo se hace palpable en la encrucijada que forman estas calles. Desde una posición un poco más alejada -cuestión de quince metros más allá- escucha atento sin perder ripio José Luis Ceular. De profesión carpintero «pero ya retirado», ahora se dedica a entretenerse «en mis cosas». Admite que los que «más briegan» con la fuente para que esté bien, son los que están más cerca. Como anécdota de la zona de la Piedra Escrita cuenta que la calle Obispo López Criado, donde se marca el límite entre los barrios de Santa Marina y San Lorenzo, se llamaba en 1.851 calle del Dormitorio de San Agustín porque a ella daba la pared del lugar en el que dormían los religiosos del cercano Convento de San Agustín. La Comisión de Fomento de la época acordó sustituir dicho nombre por el actual el 8 de octubre de 1.919