Por mucho calor que haga, en Córdoba, no es verano hasta que no se inicia la temporada de cine de verano, un patrimonio cultural y arquitectónico que la ciudad ha sabido conservar y proteger como pocas capitales andaluzas y del que los cordobeses nos sentimos muy orgullosos. Aunque pocos vecinos conocen que la ciudad, en su cenit estival, llegó a albergar hasta 30 salas cinematográficas en la década de 1960. Un legado que en el 2021 se ha visto reducido a tan solo cuatro espacios de proyección, el Coliseo San Andrés, Fuenseca, Delicias y Olimpia.

Lo orígenes de estas salas se remontan casi a los inicios del cine en la ciudad. De hecho, este año se cumplen 125 años de la primera proyección del invento de los hermanos Lumière en Córdoba. Una sesión que acogió el Teatro Circo, posteriormente Duque de Rivas, el 23 de octubre de 1896. Inmediatamente, el Gran Teatro también se sumó a la fiebre cinematográfica, acogiendo de forma regular en su programación algunos de los primeros cortos de ficción. Pero, los primeros antecedentes del cine de verano los encontramos en el real de la Feria de Nuestra Señora de la Salud, donde el cinematógrafo se convirtió en una de sus principales atracciones. Inicialmente, en 1899, el Ayuntamiento lo incorpora al programa de fiestas con proyecciones gratuitas y, a partir de entonces, numerosas barracas de cine visitan con regularidad la ciudad durante las fiestas de Mayo. En 1903, una de estas barracas se instaló durante el verano en el solar número 11 del paseo del Gran Capitán, espacio que hoy ocupa el antiguo Banco de España, bajo el nombre de Salón de actualidades y cinematógrafo, una sala itinerante donde los cordobeses pudieron disfrutar ese verano de una de las grandes joyas del cine mudo: Viaje a la Luna, de Georges Méliès. Un solar que, en 1905, se convertiría en la primera sala cinematográfica estable de la ciudad con el nombre de Pabellón modernista, una barraca que con el tiempo se iría transformando en uno de los tres grandes teatros de la avenida del Gran Capitán.

No obstante, el nacimiento del cine de verano en Córdoba, al menos tal y como lo conocemos hoy día, se produjo en 1913. Un prolífico verano en el que el empresario cinematográfico Joaquín Guerrero, uno de los grandes nombres de la historia del cine en nuestra ciudad, alquila el coso de los Tejares desde el 19 de julio para la proyección de películas durante toda la estación estival. Una actividad que bajo el nombre de Ideal Cinema perdurará a lo largo de décadas hasta la demolición de la vieja plaza de toros. Ese verano, los cordobeses sobrellevaban las altas temperaturas con los helados de mantecado de la cafetería La Perla, con un chapuzón en los baños municipales del Guadalquivir o con un refresco en la terraza de verano Parque Victoria, un negocio que en la avenida de La Victoria ofrecía funciones cinematográficas y de variedades gratuitas solo por consumir en su bar. Poco a poco, el cine, que ya era en la ciudad uno de los espectáculos más populares, se convirtió en uno de los entretenimientos más refrescantes de las sofocantes noches de verano cordobesas.

Este éxito llevó las proyecciones cinematográficas veraniegas a todo tipo de espacios urbanos, desde las populares verbenas de verano, como la de San Pedro, que ya en 1909 realizaba distintos pases en la plaza del Socorro; o la aristocrática caseta del Círculo de la Amistad, que en 1915 iniciaba sus veladas veraniegas con la exhibición de distintos cortos. Otras terrazas singulares eran el cine de Sabino Rico, en los Jardines de la Victoria, donde los espectadores no pagaban por la entrada, sino por el alquiler de las sillas, 25 céntimos en 1915, o, ya en la década de 1920, las veladas del Stadium América, sede del mítico equipo de fútbol cordobés: la Sociedad Electromecánicas. Desde entonces, cualquier rincón de la ciudad será tomado por el cinematógrafo y, con una pequeña adaptación, usado para el disfrute del séptimo arte a la luz de las estrellas. La programación veraniega siempre contaba con los populares noticieros, los telediarios de la época, así como con las reposiciones de los mayores éxitos de ficción de la temporada de invierno. Un buen ejemplo es la cinta española Carceleras, una producción rodada en Córdoba en 1922, que será una habitual de las carteleras veraniegas en la ciudad en la década de 1920 e incluso en la siguiente con su versión sonora.

La expansión de los establecimientos veraniegos llevó a una importante transformación en las salas de invierno, que ampliaron sus cines con salas de proyección estivales para no perder espectadores durante la larga temporada de verano. Este es el caso del remodelado teatro Duque de Rivas, que en 1924 amplía la oferta cinematográfica al albergar un cine de verano en uno de sus patios, bautizado como Parque Recreativo. Un teatro tristemente desaparecido en 1972 y que en 1930 proyectó la primera película sonora en la ciudad: El arca de Noé, de Michael Curtiz. Córdoba contará en 1932 con una de las salas más modernas de España, el cine Góngora, sala que abandera la llegada del cine en color proyectando el clásico de Disney Árboles y flores y que, a pesar de contar con un novedoso sistema de aire acondicionado, instala en su azotea una terraza de verano. Una opción donde al mismo tiempo se podía disfrutar de una buena película y de una bella panorámica de la ciudad desde las alturas.

La década de los 30 verá el nacimiento de nuevas salas de verano. En 1935 abre sus puertas uno de los cines de verano más bellos de la ciudad: el Coliseo San Andrés. La sala fue construida por el célebre empresario cinematográfico Antonio Cabrera, sociedad que también gestionaba las salas veraniegas del Salón San Lorenzo (1926) y el Parque Recreativo. En su apertura, el Coliseo proyectó un lacrimógeno melodrama tan del gusto de la época: Sor Angélica, y las entradas oscilaban entre las 0,80 pesetas de los adultos y las 0,40 del ticket infantil. Un crecimiento que no detiene ni la Guerra Civil, ya que en el verano de 1936 abre el cine Canalejas, situado en un solar de la misma avenida, hoy de los Tejares.

El boom del franquismo

Durante la dictadura del general Franco el cine se convierte en el espectáculo favorito de los cordobeses, en parte por sus populares precios, la entrada de verano con derecho a asiento oscilaba en 1940 entre las 1,50 de las salas del centro y las 0,75 pesetas de los cines de barrio y los 30 y 50 céntimos si te llevabas la silla de casa. No obstante, la dictadura verá el cine como una herramienta propagandística, ya fuera a través del noticiero del todopoderoso Nodo, que siempre precedía a todas las proyecciones con los reportajes del dictador recorriendo el país, o por el adoctrinamiento con films que enaltecían los valores del nacionalcatolicismo.

Vista de la terraza del Magdalena.

A lo largo de la dictadura, las salas de proyección se multiplican, el cine es el rey del ocio en la ciudad. Pero muy especialmente las salas de verano, ya que de las cinco terrazas estivales de 1939, se llegará a los treinta cines en el año 1965. Cada barrio de la ciudad contará al menos con una sala de verano: las dos de la plazas de toros, Campo de Deportes, Albéniz, Olimpia, Terraza Magdalena, Andalucía, Florida, Lucano, Cañero, San Basilio, Infantas, San Cayetano, Electromecánicas, Ciudad Jardín, Córdoba Cinema, Coliseo, Rinconcito, Imperial, Ramos, Estadio, Ordoñez, Sur, Fuenseca, Benavente, Delicias, Santa Rosa, Gran Vía y Goya, según aparecían en la cartelera de este diario.

Es la década prodigiosa de los cines de verano en Córdoba, donde los cordobeses aún no conocen Fuengirola y los más afortunados se dan los primeros chapuzones en modernas piscinas como las añoradas instalaciones del Fontanar. La cartelera aparece siempre repleta de reestrenos, donde las películas del oeste y las folclóricas copan la programación. Aunque, también es la década de la llegada de la televisión a la ciudad en 1961, un importante cambio tecnológico en el medio audiovisual que lleva a todos los hogares cordobeses en los 70 la tele en color y, en los 80, el vídeo doméstico. Un binomio que revoluciona los hábitos de ocio de los cordobeses y, parafraseando la popular canción de los Buggles, matarán la estrella de los cines de verano. No obstante, el gran asesino de las salas veraniegas no será otro que la especulación urbanística. Un viejo conocido que irá devorando estos solares ante las facilidades legales y la nula protección de la normativa municipal. El Consistorio no reaccionará hasta la redacción del PGOU de 1986, que protege estos espacios para usos de interés social. Pero la norma llega muy tarde, ya que el ladrillo había devorado a la mayoría de las terrazas de verano. Hoy todos podemos disfrutar de ese pequeño puñado de cines gracias al tesón y el trabajo del empresario Martín Cañuelo, una especie de Robin Hood cinematográfico que, desde 1985 en que comenzó a gestionar su primer cine de verano con el Santa Rosa, ha luchado por la supervivencia de estas salas. Un combate desigual que la ciudad ganó gracias a la definitiva innovación municipal del 2003 y que las salvaguardó como equipamiento cultural y deportivo de especial protección. Además, algunos de ellos como el Coliseo San Andrés o las fachadas del Fuenseca y del Olimpia cuentan con la declaración de edificio BIC.

Un patrimonio único de la arqueología cinematográfica mediterránea, que convierte a los cines de verano cordobeses en auténtica historia del cine universal, donde los cordobeses somos unos privilegiados al poder disfrutar aún de esa fantástica experiencia vital que es ver una película en una pantalla gigante a la luz de las estrellas, rodeados del perfume de la dama de noche o el jazmín, mientras tomamos una cervecita y un bocadillo.