Ángeles Arzalluz-Luque, del IES Medina Azahara, fue la mejor nota de Selectividad del año 2011 con un 13,605. Guillermina del Río, del IES Maimónides, y José Antonio Baena, del IES Juan de Aréjula de Lucena, recibieron sendas menciones especiales aquel curso académico por su sobresaliente calificación en la prueba de acceso a la Universidad

Una década después estos tres cordobeses relatan sus experiencias profesionales, después de que no todos estudiasen lo que soñaban, explican si a las puertas de los 30 años han podido independizarse o si siguen viviendo con sus familias, y cuentan lo que les ha deparado la suerte en el mundo laboral, que atrapa en un círculo vicioso: sin experiencia no hay contrato, sin contrato no hay experiencia. 

En su relato subyace la pregunta sobre si merece la pena el esfuerzo académico, si la Universidad prepara a las personas para la realidad del mercado de trabajo y si los sacrificios de toda una vida dedicada a los libros conllevan una recompensa tangible.  

Ángeles Arzalluz-Luque

«He logrado hacer lo que siempre quise»

Ángeles siempre tuvo claro que quería dedicarse a la investigación bioquímica. Decidió estudiar en la Universidad de Córdoba, donde estuvo un tiempo de alumna colaboradora. Cuando terminó, con el apoyo económico de su familia, hizo un máster en Edimburgo especializado en Biología computacional y después encontró una beca para un contrato predoctoral en un laboratorio de Valencia, que dirige la investigadora Ana Conesa. «Ahora estoy terminando mi investigación de la tesis doctoral, luego seré doctora, que era lo que quería cuando empecé a estudiar», dice satisfecha. «Supongo que he logrado hacer lo que siempre quise: investigar. Sé que he tenido mucha suerte y una familia que me ha ayudado a conseguirlo», reconoce agradecida. 

El contrato que tiene ahora mismo Ángeles está financiado por el Ministerio de Ciencia para ayudar a la formación de doctores durante cuatro años. «La investigación, en el fondo, es algo bastante precario y tienes que ir cambiando de sitio, de ciudad», dice para reconocer que estar lejos de la familia «siempre es difícil» y te tiene «con el corazón divido». Tampoco es fácil para las parejas, que tienen que seguir a los investigadores y compartir su «espíritu aventurero». «Hasta ahora siempre he antepuesto el trabajo a todo lo demás, pero ahora, con 28 años, me gustaría elegir dónde trabajar», comenta consciente, en cualquier caso, de que en Córdoba no podría porque no hay grupo de investigación de esta especialidad, «pero sí en Barcelona, Valencia o Madrid». Pese a lo mucho que lleva estudiado, Ángeles no entiende concluida su preparación y de hecho su plan, ahora, es hacer una investigación postdoctoral. «Se gana mucho currículo y facilita el regreso para optar a un trabajo en un centro de investigación o en la Universidad», explica. «Cuando estalló la pandemia estaba en Nueva York; no me importaría volver allí», dice. 

José Antonio Baena

«Todo ha sido gracias a mi familia» 

Cuando José Antonio Baena terminó la Selectividad estudió Ingeniería Mecánica en Córdoba porque siempre le gustó la automoción. Al terminar tuvo que decidir si estudiar un máster en Sevilla o ponerse a trabajar en Valeo Iluminación, una empresa de Martos (Jaén). Se decantó por pasar a la acción laboral y poco después se puso en contacto con él otra empresa de Valencia, Itera, en la que trabaja desde el año 2017. «Trabajo a todos los efectos como un ingeniero de Ford, haciendo piezas del exterior del vehículo», comenta. «Es algo que me apasiona, el simple hecho de ir por la planta e ir viendo coches ya me motiva», admite este joven de 27 años. Vive en un pueblo del sur de Valencia, «una ciudad que tiene de todo, menos la forma de ser de Córdoba, que tira mucho y echo de menos: siempre que voy me entran ganas de quedarme», admite a cinco horas en coche de su pueblo, Lucena.

Ni siquiera él, que tiene trabajo, tiene muy claro dónde estará su futuro a medio plazo: «Está en el aire, porque mi empresa está en contacto con empresas internacionales y puede ser que mi perfil cuadre para irme a un proyecto en Sudáfrica o a Alemania», comenta, aunque reconoce que le gustaría estar más cerca de su familia. «Todo lo que he podido hacer ha sido gracias a mis padres, que se han sacrificado mucho y han sido la base de todo mi esfuerzo», afirma. Mirando hacia atrás señala que es difícil decir si fue mejor empezar a trabajar tan pronto o haber estudiado aquel máster y, en todo caso, sabe que en la vida el factor suerte es fundamental. «Tengo una hermana que ha estudiado más de diez años y ha trabajado muchísimo, pero si no hay puestos de lo tuyo, trabajar en la empresa privada es muy difícil», añade. Para él, las claves son motivación y competitividad bien entendida: «Es lo que pasó en mi clase del instituto y nos fue bien». 

Guillermina del Río

«Vale más la insistencia que tener buen coco»

Pese a las excelentes notas de Guillermina del Río, por un 0,05 no pudo entrar en Medicina, su sueño, y empezó a estudiar Veterinaria. «Tuve mala suerte», afirma, ya que pronto descubrió que aquello no era lo suyo. «Estaba demasiado enfocado a la ganadería. Ahora me arrepiento un poco de no haber terminado la carrera. Hice hasta tercero y no tuve fuerzas», explica. Entonces, se matriculó en técnico superior de Laboratorio Clínico Biomédico y, ahora sí, le fue bastante bien. En aquel tiempo, pudo hacer prácticas en el departamento de Toxicología e Higiene Medioambiental de la Universidad de Campania Luigi Vanvitelli en Caserta, cerca de Nápoles, donde aprendió mucho, pero no la pudieron contratar «por ser una universidad pública». En 2016 empezó a dar clases de inglés para niños para disponer de algo de dinero y durante estos diez años ha echado currículos en muchos sitios: «Cajera de supermercado y dependienta de ropa incluidos». Desde entonces, Guillermina se ha apuntado también a muchas bolsas de Sanidad y ha hecho cursos para sumar puntos, mientras ha estado atenta a las oposiciones. En todo este tiempo nunca he tenido un trabajo muy estable y está en el círculo vicioso de muchos otros jóvenes de su edad: sin experiencia laboral no hay contrato, pero sin contrato tampoco puede haber experiencia laboral. El año pasado hizo un máster en cultivos celulares y las prácticas, en el departamento de Virología Clínica y Zoonosis del Imibic. «Solo podían ser para prácticas cortas temporales por ser organismos públicos cuya contratación funciona de manera diferente a una empresa privada», explica. Guillermina sigue viviendo con sus padres y lo que más desearía es tener un trabajo: «¿Un consejo? Si te gusta algo, aunque te cueste muchísimo no lo dejes, vale más la insistencia que tener buen coco».